WASHINGTON (DPA).- Fue una despedida sin fanfarrias, sin himnos de alabanza ni lágrimas. Con un simple "Goodbye", el presidente estadounidense, George W. Bush, se despidió de los periodistas tras sus palabras finales en la cumbre del G20.
Todo el mundo sabía que no era un normal "Hasta la próxima". La histórica reunión para hablar de la crisis financiera en Washington fue a la vez la despedida de Bush de la gran escena internacional. Lo que viene ahora es sólo el despacho de los asuntos de gobierno. Aún queda por delante una cumbre Asia-Pacífico. Pero el resto es esperar al "nuevo", Barack Obama.
Pero ¿habrá imaginado Bush que una cumbre de crisis sería su despedida? Seguramente pensó que su partida sería muy diferente. Un canto del cisne silencioso, casi avergonzado. Al menos, públicamente ninguno de los participantes en la cumbre quiso trenzar una corona de laureles.
Incluso Nicolás Sarkozy, un reconocido amigo de Estados Unidos, se atrevió sólo con un tibio homenaje. Dijo que Bush fue "un socio justo y leal", aunque "no siempre un socio sencillo". Así habla alguien que no llora la partida del otro.
También la canciller alemana, Angela Merkel, se mostró muy reservada. Desde la delegación alemana trascendió que Bush se mostró "relajado, suelto", aunque preparó de forma muy profesional y diligente la cumbre.
El líder de la nación más poderosa de la tierra no intentó siquiera ocultar que la despedida no fue de su gusto. "Los que hayan seguido mi carrera sabrán que soy un defensor de la economía de libre mercado", dijo Bush, lacónico. Hay algo de ironía de la historia en esas palabras: la grave crisis en la que Estados Unidos y el mundo se encuentran es justamente causa de las fuerzas libres e ilimitadas del mercado cuyas ventajas para la humanidad no se cansó de alabar Bush durante sus ocho años en la Casa Blanca.