BUENOS AIRES (Télam).- En su última novela, "Purgatorio", el escritor Tomás Eloy Martínez diluye aún más la delgada línea entre realidad y ficción que caracteriza su obra para irrumpir a pura literatura en la época más ominosa de la Argentina, la dictadura militar, con una trama urticante que reaviva la memoria del lector.
"Esa sensación de que la línea es delgada tal vez se acentúe porque hay un escritor identificable o parecido con el autor, pero yo creo que es la más fantasiosa de mis novelas", dice el escritor en una entrevista con Télam.
Simón Cardoso desaparece en el invierno de 1976 y treinta años después, su mujer Emilia Dupuy lo descubre en una fonda de un suburbio en New Jersey. Así como ella acusa el paso de los años él está igual, prisionero de un tiempo extraviado para siempre.
En su departamento de la calle Pueyrredón, con la calidez que dan los libros como principal decorado, el autor de "La novela de Perón", "Santa Evita", "La mano del amo", "El vuelo de la reina" y "El cantor de tango", fue desgranando algunas impresiones sobre esta obra, recién publicada por Alfaguara.
- El tema de los desaparecidos lleva a plantearse el costado más irreal de la realidad, todo lo que sucede en esos años parece una ficción y esa certidumbre adquiere relieve en la novela... Supera por momentos a la imaginación...
- Ahí está la clave. La inmensidad o el salvajismo que sucede es tan extremo que salta los límites.
-¿El exilio le cambió la percepción del tiempo y del espacio?
-Hay una visita real que aparece en la novela al Museo del Holocausto en Berlín. Es una construcción arquitectónica tan perfecta y literaria al mismo tiempo que en un instante uno puede vivir físicamente la experiencia del exilio. Yo lo viví a lo largo de muchos años pero ahí pude condensarlo en esos árboles desesperados por ver la luz, en un terreno desigual en el que uno pierde la brújula, la conciencia del tiempo y del espacio.
-Esa sensación de lo no vivido, de lo que pudo ser y no fue, sobrevuela la novela y aparece en el relato de los exiliados ¿el empecinamiento de Emilia en su búsqueda no responde también a una necesidad de reencontrarle un sentido a esos tiempos muertos?
-La dictadura militar destruye al país entero, destruyó todo lo que pudimos ser, como país y como individuos y todo lo que pudimos querer, amar, disfrutar o sufrir. O aquello por lo cual queríamos luchar. Es un proyecto de país que queda obturado, desarmado, desarticulado. Yo quise derribar ese tiempo entre paréntesis para que mi vida fuera por una vez plena.
Lo que si me he dicho y el narrador se lo dice a Emilia es que en la última dictadura hay un fondo de perversidad que va mucho más allá del proyecto de un adversario al cual temen. Y de lo que llaman la aniquilación de los subversivos.
Es un proyecto fundamentalista y mucho más terrorista que cualquier forma de terror, el deseo de imponer un modelo de país por sobre cualquier imagen que el individuo pueda tener. La idea de construir una sociedad barriendo con los sueños de sus individuos: los sueños políticos, literarios, de creación, de ser en definitiva.
-Emilia no es una militante y como a muchos el clima de horror de esos días le pasa por al lado no le agita la conciencia. Recién la desaparición de Simón la va despertando a lo que es inocultable. ¿Es una alusión a la sociedad de entonces?
-A Emilia le lleva 30 años entender quién es su padre (Orestes Dupuy, un personaje que sintetiza el pensamiento de la dictadura militar).
De algún modo, simbólicamente, sale a una ceremonia por Malvinas con el pañuelo de las Madres de Plaza de Mayo en actitud de repudio al padre, pero no porque tome plena conciencia.
Va a caer poco después en las trampas paternas que la llevan a distintos países para encontrar a su marido. Si ella toma conciencia de la muerte de Simón es la hija de un asesino y se niega a esa enormidad. La gente no quería ver una realidad muy evidente.
-¿Por qué decide abordar literariamente el tema de la dictadura?
-Estoy en deuda con mi país y conmigo porque no he vivido estos años y quise vivirlos. Traté de hacerlo a través de una narración. El desafío fue evitar el panfleto o el lugar común.
- En algunos reportajes y también en la novela usted define el acto de escribir como un acto de libertad ¿Piensa que la escritura también repara? ¿llena los huecos de la vida?
- Mi intención fue vivir a través de la ficción lo que no había vivido en la realidad. Una especie de compensación personal que me concernía sólo a mí, no viví esto, lo escribí. Si la escritura es un acto de libertad, como digo muy a menudo, puede ser lo que quieras... una diatriba, un acto de contricción, lo que se te ocurra. La literatura te permite ir a cualquier parte, ser cualquier cosa, cualquier vida, cualquier mundo, atravesar todas las murallas posibles, mirar lo que hay del otro lado del horizonte, creer en lo que no existe. Cuando el personaje escritor expresa su deseo de ver del otro lado de las palabras ¿no expresa un sentimiento de trascender la literatura, de rozar el infinito?
La novela es tanto más cercana a cada uno de nosotros cuanto mas se pueda expandir más allá de sus límites. Hay como un esfuerzo de transfigurar la novela en otra cosa, en poesía, en música... Transfigurar el lenguaje y convertirlo en otra cosa.
-En la novela el escritor se mira al espejo y no reconoce su cuerpo, habían entrado recuerdos que no eran suyos ¿Usted ha pasado por ese estado de extrañamiento de su propio ser?
-Sí, la literatura es convertirse en otro. Y es tratar que quienes te leen y comparten con vos esas páginas sean lo otro. Si esto es tan fácil de conseguir en el cine, por qué la literatura no puede lograrlo.
-¿Cuál es la génesis de su trabajo como escritor?
-Toda escritura verdadera nace de un ímpetu, de un deseo, de una fuerza muy interior, que viene muy de adentro y que es como si te arrastrara -se lo decía el otro día a Carlos Fuentes- Si no hay una página que me arrastre a la otra, y si no existe en mí el deseo y la curiosidad de avanzar, entonces siento que no estoy creando nada válido.