CIPOLLETTI (AC).- Es extremadamente menuda. Su cuerpo no refleja los 20 años que tiene, pero sí su valentía. Aquella que la llevó a rescatar a su hijo de la casa que ardía. La que hace dos meses, la dejó al borde de la muerte con una posibilidad de sobrevida de tan sólo el 10 por ciento.
Hoy, Romina Zúñiga, camina por los pasillos del hospital Pedro Moguillansky y sólo quiere reencontrarse con Matías, su hijo de tres años a quien en algún momento creyó muerto. Hubo que convencerla de que no era así, de que gracias a su heroísmo se había salvado y que estaba bien. Él fue en parte quien la ancló a la vida.
"Me acuerdo cuando estaba en una camilla en la guardia y yo les pedía a los médicos que me cuiden al bebé", recordó Romina sobre el momento en que ingresó al hospital con el 50 por ciento de su cuerpo quemado y sus vías respiratorias completamente comprometidas.
Poco antes se había convertido en heroína. "Me despertó él (su pareja), me había quedado dormida en el sillón mirando la tele, y me dijo que el nene estaba en la pieza. Ni me fijé si había mucho fuego. Apartaba las brasas con las manos y vi al nene tirado. Tenía la cabeza prendida, así que primero lo saqué afuera, lo apagué", inició lentamente su estremecedor relato.
Su vida ya estaba en riesgo, sin embargo no lo notó. "Fui a lo de mi vecina, pero me llevaba mal con ella, así que agarré la moto. Nunca arrancaba, pero ahí arrancó enseguida y me fui a lo de mi suegra con el nene. Después allá sentí" .
Del primer mes en el hospital, cuando estaba en terapia intensiva, no recuerda nada. Se utilizaban 300 ampollas diarias de medicación para evitar que su cuerpo ardiente siguiera sufriendo.
Fue sometida a seis cirugías de injerto de piel. Mientras estaba conectada a un respirador artificial "hizo cuadros de distrés respiratorio, que de por sí tienen una alta mortalidad en el contexto de un paciente quemado. Estuvo aislada para evitar infecciones agregadas. Incluso se llegó a evaluar la posibilidad de amputar su mano derecha", explicó el cirujano plástico, Edgardo Nosti, uno de los tantos profesionales que participó de la recuperación de Romi, como la conocen en el hospital.
"Realmente es una heroína y por eso siempre dijimos que tenía que vivir, que no podía ser de otra manera", dijo admirado de la fuerza de esta casi adolescente.
El trabajo en el hospital fue "multidisciplinario y multitudinario", rescató la kinesióloga Marcela Santini. Y revalorizó, junto a su colega, al sector de enfermería. "Si se le pudieron hacer todos los injertos y los injertos prendieron no sólo tiene que ver con que el doctor operó bien, sino porque los cuidados que él recomendó se cumplieron al pie de la letra".
El trabajo profesional fue impecable. Pero más lo fue el humano. "Todo el tiempo, mientras estaba en el respirador, intentamos comunicarnos con ella. Logramos establecer como gancho afectivo la supervivencia de su hijo que fue, creo yo, lo que en algún momento le sirvió para seguir adelante", contó Santini.
Y recordó que como ella pensaba que le estaban mintiendo, su mamá Beatriz, fue hasta la clínica Juan XXIII donde estaba el nene, lo filmó con el celular y trajo las imágenes. Fue el primer contacto.
El segundo y definitivo para su recuperación necesitó de cierta logística. "Consideramos que lo viera a través de una ventana porque le iba a hacer bien a ella pero no al nene por la situación en que se encontraba, entonces lo poníamos en la cocina de enfermería, a través de un vidrio. Ella lo podía ver y él sabía que ella estaba ahí", explicó Santini.
Y Romi lo ratificó. "Cuando vi al bebé fue cuando me empecé a calmar. Cuando me lo mostró Rosita (una enfermera), a través de la ventana".