Sábado 15 de Noviembre de 2008 20 > Carta de Lectores
Oposición y alternativa

Oponerse al gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner se hace más fácil por momentos. Ya no sólo es cuestión de los muchos hechos de corrupción que sus críticos pueden denunciar, de la transformación del INDEC en una fábrica de mentiras o de la forma sui géneris en que se manejan las relaciones exteriores, sino también de la evidencia de que merced a los errores garrafales que ha cometido últimamente el país corre peligro de estar entre los más brutalmente golpeados por la recesión mundial que se prevé. Por lo demás, está en el suelo la popularidad de la presidenta y de su marido el ex presidente Néstor Kirchner, el que según parece toma todas las decisiones importantes mientras que su mujer se mantiene ocupada inaugurando jardines de infantes. Sin embargo, a pesar de que las circunstancias son ideales para los contrarios a la gestión kirchnerista, hasta ahora la oposición ha resultado ser incapaz de aprovecharlas.

Hay varias razones para el fracaso así supuesto. La primera es que la oposición está muy dividida. Como ya es habitual en nuestro país, aún cuando las diferencias ideológicas sean escasas, los líderes de los distintos partidos y facciones prefieren seguir siendo jefes de un pequeño movimiento hecho a su medida a resignarse a un lugar subordinado en uno mayor. Asimismo, la situación ambigua del vicepresidente Julio Cobos complica todo. Por lo tanto, será difícil que culminen en un acuerdo firme las negociaciones que están celebrándose con el propósito de formar alianzas de cara a las elecciones legislativas del año que viene. Últimamente, la fundadora de la Coalición Cívica, Elisa Carrió, y el presidente de la UCR, el senador Gerardo Morales, lograron acercar sus posiciones, pero enseguida el ex presidente Raúl Alfonsín se las arregló para echar agua fría sobre la propuesta de compartir listas aludiendo a presuntas diferencias ideológicas, aunque en opinión de muchos su actitud tiene más que ver con rivalidades personales que con cualquier otra cosa. De todos modos, en los países en que la democracia se ha consolidado no hay ningún partido grande que no abarque un espectro ideológico que sea mucho más amplio del que separa a los más "derechistas" de la Coalición Cívica de los radicales más "izquierdistas", o viceversa.

Que para Carrió, y ni hablar de ciertos radicales, Mauricio Macri represente un límite puede entenderse, pero sólo a los sectarios irremediables se les ocurriría preocuparse por las eventuales contradicciones supuestas por la presencia en un frente electoral de personas que, detalle más, detalle menos, pertenecen a la misma familia numerosa "progresista". Con todo, la presunta incompatibilidad entre los seguidores de Macri por un lado y, por el otro, quienes se sienten comprometidos con la centroizquierda con veleidades populistas favorecida por la Coalición Cívica, el grueso de la UCR y, a su modo, algunas facciones socialistas, pone en desventaja a quienes temen que los Kirchner estén llevando al país hacia una crisis económica e institucional de proporciones.

Parecería que para los líderes opositores, la prioridad consiste en ubicar a todos en los lugares que creen merecer en una eventual organización electoralista, tema éste que podrían seguir debatiendo indefinidamente, pero para el país sería más importante aún que lograran coincidir sobre un programa de gobierno común que sirviera de alternativa al "proyecto" kirchnerista. Por desgracia, aquí es tradicional que los opositores de turno sepan criticar con eficacia envidiable al gobierno por sus muchas deficiencias, pero raramente consigan convencer a la ciudadanía de que en el caso de reemplazarlo sabrían lo que sería necesario hacer. Por eso, casi todos los cambios de gobierno se parecen a saltos al vacío puesto que, antes de llegar al poder, el nuevo presidente y sus acompañantes se limitaron a denostar a sus antecesores, a diferencia de lo que suele suceder en otras partes del mundo en que los aspirantes a gobernar se ven obligados a explicar sus propuestas y justificarlas no sólo en términos ideológicos, lo que por lo general es relativamente sencillo, sino también con argumentos destinados a demostrar que han sido preparados con sumo cuidado y que por lo tanto hay motivos de sobra para confiar en que produzcan los resultados deseados.

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