El desafío es enorme, la cumbre sin precedentes. Cuando este sábado se reúnan en Washington los líderes políticos de los principales países industrializados y emergentes (G-20) estará en juego nada menos que la reforma del sistema financiero en crisis.
El encuentro debe ser el primero de una serie de conferencias que apliquen mayor supervisión a la descontrolada selva del mundo del dinero. Pero los enfrentamientos por ejemplo entre los europeos antes de la cita hacen suponer que el camino para la reforma de las instituciones financieras será todo menos llano. Nunca antes los jefes de Estado del G-20 estuvieron sentados en una misma mesa y fueron las históricas turbulencias económicas las que lo hicieron posible y urgente. Los expertos coinciden en que las cumbres de los siete u ocho países más industrializados no alcanzan para enfrentar los problemas globales en vista del creciente peso en la economía mundial de emergentes como Brasil o China.
"El G-8 ha perdido efectividad y legitimidad y el G-20 es una fórmula pragmática de reflejar las dramáticas transformaciones de la estructura económica global", opinan Colin Bradford y Johannes Linn, del Instituto Brookings de Washington. De ese modo estará reunido el 90% del rendimiento económico mundial.
Pero la amplia variedad de voces no hace las cosas precisamente más fáciles. Los europeos acordaron la semana pasada los puntos fundamentales para una amplia reforma financiera que evite un "crash" internacional, pero no sin polémica.
Las diferencias se ven sobre todo en lo que respecta al futuro papel del Fondo Monetario Internacional (FMI).
Una semana antes se había planteado el mismo debate en la Cumbre de San Salvador, donde unos abogaron por la reforma y otros, como Ecuador y Bolivia, fueron mucho más lejos y pidieron fundar un sistema totalmente nuevo.
La exigencia es que en el futuro no haya entidades financieras o mercados que escapen a un control o regulación mínimos. Todo tiene que ser más transparente, hay que modificar las reglas para hacer balances y un código de ética tiene que limitar las ansias de ganancia de los gerentes.
Pero los expertos son escépticos: las empresas están obligadas en primer término con sus accionistas y en la búsqueda de mayores beneficios buscarán los agujeros en la regulación.
El saliente presidente de Estados Unidos, George W. Bush, dejó claro además que cada país debe elegir según sus necesidades los medios para enfrentar la crisis. Una posición que recuerda mucho a la del país con respecto al cambio climático.
Es difícil que Estados Unidos acepte un mayor papel del FMI, pero también países como Brasil tienen problemas con ello, porque se sienten muy mal representados en el Fondo. El pasado fin de semana el presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, dijo que el G-20 es un marco mejor que el FMI. Pero los europeos también subrayaron que una voz más fuerte debe ir acompañada de un mayor aporte financiero, otro tema espinoso.
Más allá de la lucha por el poder, los analistas creen muy difícil de lograr el objetivo de una "reforma financiera mundial", sobre todo porque la situación cambia constantemente. "Hay tres problemas fundamentales con la cumbre", dice Lex Rieffel, del Instituto Brookings. "El objetivo declarado es demasiado ambicioso, los jefes de Estado y de gobierno son las personas equivocadas para encauzar el sistema financiero global y hay cinco países que no deberían estar".
Según Rieffel, las negociaciones para mejorar el sistema deberían llevarse a cabo por los ministros de Finanzas como expertos en la materia. Además no deberían acudir Italia, Canadá, Argentina, Australia ni Corea del Sur, para que no haya regiones del planeta con más peso que otras. En su opinión una reunión más reducida de un G-15 sería más eficaz.
FRANK BRANDMAIER Y ROLAND FREUND
DPA Features