La valla doble que separa México de Estados Unidos en la ciudad de Tijuana está a pocos metros de la Casa del Migrante. Alrededor de la iglesia blanca del padre Luis Kendzierski, que puede verse a lo lejos en una colina, siempre hay gente. Muchos de los hombres que pasan por ahí han vivido y trabajado en EE. UU. hasta por 25 años, antes de ser atrapados por la policía, entregados a las autoridades migratorias y ser enviados de regreso a México.
Hasta 400 personas pueden alojarse en el hogar para migrantes. Lo máximo que pueden quedarse es 12 días. Reciben alimentos y ropa, y pueden llamar a sus familiares en México para organizar el viaje a casa. Y entonces toman el autobús que los lleva de regreso.
"Para el que ha vivido mucho tiempo en Estados Unidos, el problema más grave es el sueño roto. Se acaba el sueño americano", dice Kendzierski. La crisis financiera en Estados Unidos también está rompiendo sueños: muchos migrantes empiezan a regresar a México por decisión propia por falta de empleo en el país del Norte.
Estados Unidos no sólo refuerza su frontera sur con un cerco para frenar el flujo imparable de mexicanos y centroamericanos. También hizo más severas las leyes para mandar a sus países a los latinos indocumentados y reducir su número. Cientos de miles lo intentan cada año de todas formas a lo largo de una frontera de más de 3.000 kilómetros entre los dos países. Y como los pasos "tradicionales" en el área de las ciudades se han convertido en infranqueables buscan sitios cada vez más remotos.
Tan sólo en el tramo de 120 kilómetros de largo del condado de Cochise en Arizona este año, hasta finales de setiembre, fueron detenidos y deportados unos 97.000 migrantes mexicanos y centroamericanos.
Muchos ilegales permanecen durante años fuera de la vista de las autoridades porque son insustituibles como mano de obra. En el sur de California, en San Diego, viven unos 25.000 indígenas de Oaxaca, uno de los estados del sur de México. La mayoría, indocumentados. Y aunque están bajo riesgo de ser deportados, celebran sus fiestas culturales abiertamente. En las plantaciones de tomate, aguacate y fresas de los alrededores de San Diego trabajan miles de mexicanos ilegales. Llegan por el desierto y por las montañas, en travesías cada vez más peligrosas, por una frontera que seguirá siendo porosa: se necesitan trabajadores. En el campo, en la construcción, en los hoteles de Estados Unidos.
FRANZ SMETS
DPA Features