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Barack Obama es el primer presidente electo norteamericano de raza mixta, lo que sí es una novedad muy positiva en un país que lleva una larga historia de racismo institucionalizado a cuestas, uno en el que la mayoría de la gente "de color" sigue ocupando un lugar muy bajo en la jerarquía socioeconómica, una desgracia que sus líderes suelen atribuir automáticamente a los prejuicios ajenos. Sin embargo, mientras que hace algunos años el origen étnico de Obama le hubiera impedido acercarse a la presidencia, en esta ocasión lo ayudó al contribuir a distraer la atención de casi todos de lo que se proponía hacer si ganaba la elección. Hartos de casi ocho años de gobierno republicano y resueltos a no correr el riesgo de ser acusados de racismo, un arma que los partidarios de Obama no vacilaron en usar cuando les pareció conveniente, los medios de comunicación norteamericanos más prestigiosos apenas se interesaron en su eventual programa de gobierno. Cantaron loas a su elocuencia, pero no trataron de analizar el sentido de lo que decía en los discursos que tanto los impresionaban. Protegido por el temor de la prensa a ser calificada de racista, bushista o algo peor, Obama pudo darse el lujo de mantener abiertas todas sus opciones. Incluso quienes colaboraron con su campaña actual confiesan que todavía no saben muy bien lo que representa. Como los demás, para averiguarlo tendrán que aguardar hasta que el ya presidente electo se haya instalado en la Casa Blanca a menos que decida que es necesario aclarar ciertas cosas antes del 20 de enero del año venidero. Obama fue el candidato de la esperanza y el optimismo. Las expectativas, tanto en Estados Unidos como en el resto del planeta, que ha estimulado difícilmente podrían ser más altas. Parecería que centenares de millones de personas están convencidas de que el reemplazo del hosco George W. Bush por un hombre relativamente joven que habla bien, se opuso a la invasión de Irak y ha merecido la aprobación entusiasta de la elite cultural, será suficiente como para cambiar el mundo entero, proeza ésta que el propio Obama dice será capaz de llevar a cabo. De haber alcanzado el poder cuatro años antes, cuando gracias en buena medida al consumo frenético de los norteamericanos la economía internacional ya disfrutaba de un boom colosal, Obama hubiera podido mantener viva la ilusión que supo generar, pero el panorama cambió de manera radical justo cuando la carrera hacia la Casa Blanca entraba en la recta final. Para Obama el candidato, el tsunami financiero que se desató hace un par de meses fue un regalo del cielo, antes de la caída de Lehman Brothers, John McCain había tomado la delantera en las encuestas. Para el presidente Obama, las secuelas le supondrán un obstáculo acaso insuperable. Si bien podrá culpar a los republicanos por la recesión, pasando por alto el aporte de los demócratas a la debacle hipotecaria causada por la decisión de obligar a los bancos a prestar dinero a pobres de "minorías" étnicas, a menos que la recuperación sea rápida no tardará en ser objeto de las protestas de líderes de las comunidades minoritarias más perjudicadas por la pérdida de empleos. Las presiones para que las privilegien serán sin duda feroces, pero las medidas que tome en tal sentido podrían contribuir a postergar la recuperación y enemistarlo con quienes se consideren víctimas de discriminación anti-blanca. Aunque durante la campaña Obama dijo que reduciría drásticamente los impuestos de todos salvo algunos ricos y aumentaría los gastos sociales, además de frenar la emigración de "empleos norteamericanos" al Tercer Mundo, encontrará que no es nada fácil cumplir con tales compromisos en medio de una recesión que amenaza con ser muy profunda. Los norteamericanos que lo votaron, aproximadamente el 53% del electorado, distan de ser los únicos que se han permitido ilusionarse. De haber participado en las elecciones los habitantes de Europa, América Latina, África y la mayor parte de Asia, Obama hubiera triunfado con una mayoría aplastante. A diferencia de Bush, cuya imagen internacional es la de un guerrero imperialista despiadado, un capitalista a ultranza y un ignorante que no sabe nada de lo que sucede fuera de su propio país, Obama parece simbolizar la paz, la justicia social y la fraternidad planetaria. ¿Logrará conservar la imagen así supuesta durante los cuatro u ocho años en que sea "el hombre más poderoso del mundo", como suelen llamar a sus presidentes los norteamericanos? No es demasiado probable. Para reivindicar su oposición temprana a la invasión de Irak, Obama no alude a sus hipotéticos sentimientos pacifistas sino a que, en su opinión, Estados Unidos debería haberse concentrado en la búsqueda en Afganistán o Pakistán del jefe de Al Qaeda, Osama ben Laden, a quien ha dicho repetidamente quiere "matar". Sigue estando a favor de retirar las tropas norteamericanas de Irak, lo que podría hacer sin correr riesgos si se mantiene la situación relativamente tranquila actual, pero sólo para trasladarlas a Afganistán, donde los talibanes están contraatacando. Asimismo, sorprendió a casi todos afirmándose dispuesto a invadir Pakistán si hay buenos motivos para creer que sirve de refugio para terroristas buscados. A su modo, Obama es tan unilateralista como Bush: luego de que el ejército colombiano entró en territorio ecuatoriano, insistió en que "Colombia tiene derecho a golpear a los terroristas que buscan refugio más allá de sus fronteras". Es fácil, pues, imaginar una situación en la que bajo su liderazgo Estados Unidos se siente constreñido a violar la soberanía de otros países. Claro, todo depende de lo que hagan los enemigos de la superpotencia, pero no hay muchos motivos para creer que mantengan los brazos cruzados por respeto a su presidente. Aunque hacia el final de su gestión Bill Clinton fue blanco de la ira de manifestantes que protestaban contra el intervencionismo norteamericano, nunca llegó a inspirar el odio visceral que provocó la figura de Bush, porque incluso los que no entendían una sola palabra de inglés lo creían la persona bonachona, "humana" y culta celebrada por los muy influyentes medios progresistas anglosajones. Es posible, pues, que aun cuando Obama resulte ser mucho menos pacífico y mucho más nacionalista de lo que esperan sus admiradores actuales, los indignados por la conducta de Estados Unidos sean reacios a creer que el presidente resulte el responsable principal de todo cuanto les moleste. JAMES NEILSON
JAMES NEILSON |
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