En todas partes hay políticos que para financiar sus actividades consiguen fondos de origen inconfesable, una práctica que, cuando se la detecta, en las democracias maduras suele ser castigada con severidad porque es incompatible con el Estado de derecho. Aunque la Argentina todavía no es considerada una integrante plena de la elite democrática, el que sigan descubriéndose más irregularidades relacionadas con la campaña que la llevó a la Casa Rosada no puede sino preocupar a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Aun cuando no den pie a un juicio político, en el clima de crispación imperante las denuncias que están formulándose reducen cada vez más el capital político que aún conserva la presidenta justo cuando el país se ve frente a una crisis económica que se agrava por momentos, privándola de la autoridad moral necesaria para tomar medidas destinadas a amortiguar el impacto de la caída vertiginosa de los precios de la soja y otros commodities, la ausencia de crédito y la convicción, ya generalizada en el exterior, de que la Argentina se dirige inexorablemente hacia un nuevo default. Dadas las circunstancias, lo que el país precisa es un gobierno fuerte y respetado que merezca la confianza de virtualmente todos los sectores de la sociedad. Por desgracia, el que tiene es débil y nada confiable.
Pues bien, hace algunos días el matutino porteño "La Nación" informó con lujo de detalles que muchos supuestos aportantes a la caja electoral de Cristina no le habían dado un solo centavo y nunca habían soñado con ayudarla. Aunque sus nombres y los números de sus documentos figuran en la prolija lista de donantes que el Frente para la Victoria kirchnerista presentó ante la Justicia Electoral, los habían incluido sin su conocimiento. Se supone, entonces, que los recaudadores del kirchnerismo usaron la información de la que disponían gracias a tener acceso a los bancos de datos de la administración pública para blanquear dinero negro procedente ya del Estado nacional, ya de Venezuela o de fuentes vinculadas con el crimen organizado. Al fin y al cabo, no parecen existir dudas de que aquellos famosos 800.000 dólares que Antonini Wilson tenía en la valija que llevaba al llegar a Aeroparque formaban parte de los aportes del venezolano Hugo Chávez a la campaña de su "amiga", mientras que entre los que más dieron a la causa estaban personajes presuntamente conectados con el narcotráfico que más tarde serían encontrados asesinados, al parecer por haber intentado estafar a sus cómplices.
Las denuncias acerca de los "aportantes fantasma" a la campaña electoral de Cristina han motivado mucha indignación pero ninguna sorpresa entre los dirigentes de la oposición. Con contadas excepciones, todos dan por sentado que a los Kirchner no les importa en absoluto la ley y que harían virtualmente cualquier cosa que les sirviera para aferrarse al poder y, si pudieran, aumentarlo, y que, a pesar de haber estado en condiciones Cristina de ganar las elecciones del año pasado con comodidad sin tener que depender de los aportes ilegales, los dos estarían más que dispuestos a aceptar dinero de cualquiera sin inquietarse por su origen. En opinión de representantes de la UCR, PRO y la Coalición Cívica, los Kirchner siempre se han creído por encima de la ley, de ahí la saga aún no terminada de los célebres fondos de Santa Cruz, los escándalos protagonizados por emisarios venezolanos y así largamente por el estilo, de modo que era lógico que prefirieran ocultar la identidad de los aportantes reales a la campaña de quien sería elegida como presidenta de la Nación. Si bien algunos legisladores de la oposición están pidiendo que intervenga la Justicia ordinaria -según el senador radical Luis Naidenoff, "no sólo se está dando el supuesto delito de uso indebido del nombre sino también el presunto delito de falsificación ideológica"- el grueso de nuestra clase política está tan acostumbrado a que sus miembros más poderosos violen las reglas, que aún parece poco probable que se concrete una investigación rigurosa de lo ocurrido. Para que esto sucediera, una parte muy significante del peronismo tendría que llegar a la conclusión de que le convendría más abandonar a los Kirchner a su suerte que continuar defendiéndolos.