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La crisis financiera mundial ha puesto en el centro de la escena una pregunta determinante para la política internacional de los años venideros: ¿estamos ante el fin de la supremacía norteamericana en los asuntos internacionales? Diversos analistas han dado un veredicto afirmativo y anunciado el fin del "momento unipolar" y la emergencia de un mundo multipolar o incluso no-polar. En cualquiera de los casos, habría llegado a su fin la pax americana. La conclusión es tentadora, sobre todo a la luz de la pesada herencia que deja la administración Bush. Sin embargo, existen razones que aconsejan un mayor nivel de prudencia y moderación en la respuesta. Como bien entiende Waltz, la unipolaridad es sin dudas un momento, un interludio, destinado a generar fuerzas estructurales que equilibren las relaciones de poder a nivel internacional. Esto es: el momento unipolar permite presagiar inevitablemente una situación multipolar. Ahora bien, Estados Unidos todavía cuenta, más allá de la magnitud de la crisis que atraviesa, con activos suficientes para administrar esta transición en el tiempo a favor -y no en contra- de sus intereses. En otras palabras, y si lo anterior es real, el momento multipolar todavía no existe. En primer lugar, Estados Unidos sigue y seguirá siendo por un período considerable de tiempo el único poder internacional que domine "los comunes globales", esto es, el aire, el espacio y el mar, siendo por lo tanto el único con capacidad real para proyectar poder internacionalmente. Algunos indicadores son elocuentes: la potencia del Norte gasta en defensa más que los 14 países que le siguen en forma combinada, dando cuenta del 50% del gasto mundial. Más importante aún, Estados Unidos gasta en investigación y desarrollo para defensa más que el resto del mundo combinado. Este gasto no representa una carga fiscal considerable (4,1% del PBI) y, por lo tanto, no hay riesgo de que la crisis financiera pueda alterarlo. En segundo término, Estados Unidos, a diferencia de sus supuestos competidores, es un poder insular, lo cual le otorga cierta inmunidad y capacidad para delegar en terceros la resolución de la conflictividad y competencia geopolítica. Es decir, los poderes emergentes están situados en regiones donde otros potenciales poderes emergentes están presentes también, lo que produce una situación de competencia regional considerable que dificulta la proyección de poder a nivel internacional. Estados Unidos puede aprovechar esta situación delegando management en poderes compatibles con sus intereses, de modo de balancear poderes revisionistas. Esta situación aumenta el poder relativo de Estados Unidos respecto de sus competidores. Pensemos en el caso ejemplificador de China. Quienes proclaman correctamente su emergencia suelen pasar por alto que la misma coincide con un cambio sustancial en las capacidades y en la orientación de los poderes periféricos que la rodean. De hecho, muchos de esos poderes no sólo son económica, política y tecnológicamente más sustentables que China sino que han construido fuertes lazos políticos y de seguridad con Estados Unidos. Allí están Japón, Taiwán, India, Pakistán y Corea del Sur. Mientras esta competencia regional no se resuelva, Estados Unidos seguirá gozando de una posición ventajosa en el sistema internacional. En tercer orden, como bien entiende Fareed Zakaria, los fundamentos de la competitividad, el dinamismo, la flexibilidad y el peso internacional de la economía norteamericana se mantienen inalterados. Estos fundamentos tienen poco que ver con el sistema financiero (Londres es el poder fundamental en este campo) y más con plataformas tecnológicas estratégicas para el futuro: la nanotecnología, la biotecnología y las tecnologías de la información y la comunicación. A título de ejemplo, y en el campo de la nanotecnología, Estados Unidos posee más nanocentros que los tres países que le siguen sumados (Alemania, Gran Bretaña y China) y más patentes que el resto del mundo combinado. Es cierto: Estados Unidos ya no domina las manufacturas (Asia lo hace) y se ha transformado fundamentalmente en una economía de servicios. Sin embargo, las manufacturas asiáticas tienen que ser entendidas en el contexto más general de una economía global e interdependiente en que el verdadero poder se concentra en las etapas de diseño y distribución más que en la manufacturación, etapas en las cuales nuevamente Estados Unidos domina. En síntesis, sin dudas el mundo está cambiando, aunque no sea todavía claro que lo esté haciendo en contra de los intereses estadounidenses. En otras palabras, el unipolarismo tarde o temprano llegará a su fin. Hasta ese momento Estados Unidos seguirá siendo el jugador decisivo y dominante en los asuntos internacionales. En este contexto, ¿cuáles son los desafíos que enfrenta la nueva administración? Washington debe adoptar una política que se concentre en las causas internas del declive estadounidense, abandonando políticas destinadas a contrarrestar las causas externas del declive relativo (prevención de emergencia de competidores, por ejemplo), siempre más amenazantes para terceros estados y, por lo tanto, aceleradoras de la transición al multipolarismo. Denominada "independencia estratégica" por Lane, esta política tiene por objetivo un resultado poco cuestionado al interior de Estados Unidos: que ningún poder domine Eurasia, el tablero final de la geopolítica internacional. Ahora bien, los medios sí son novedosos: Estados Unidos debe descentralizar el management internacional y pasar a funcionar como balance externo o jugador de última instancia, relegando en poderes regionales y globales la responsabilidad de la tarea de los balances territoriales. En otras palabras, la próxima administración enfrenta el desafío de edificar un consenso doméstico proclive a una política realista para con el mundo, clausurando el ciclo de las "cruzadas neoconservadoras" inauguradas por Bush. Si lo logra, no estaremos analizando el fin de la supremacía norteamericana sino simplemente el réquiem del consenso neoconservador y su estrategia de preeminencia internacional. En cualquier caso, viviremos años decisivos para el futuro del orden internacional. M. Federico Zapata (*) Licenciado en Ciencia Política (UCC) e investigador (FORD-UTDT)
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