En general, se atribuye la actual crisis financiera internacional al estallido de una burbuja inmobiliaria en Estados Unidos. Unos préstamos hipotecarios concedidos de modo irresponsable habrían contaminado los productos financieros derivados de esos préstamos. Como esos productos tóxicos fueron revendidos a entidades bancarias del extranjero, dieron lugar a una pérdida de confianza generalizada que derivó en un estrangulamiento del crédito interbancario. La pérdida de confianza se trasladó a los mercados de valores y las bolsas se derrumbaron. Ésta es la síntesis, pero esa explicación oculta otro fenómeno: la existencia de una superburbuja financiera creada lentamente en los últimos veinticinco años.
Los interesados pueden encontrar la explicación sobre la formación y las consecuencias que puede deparar el estallido de esta segunda burbuja en el libro que acaba de publicar George Soros bajo el título "El nuevo paradigma de los mercados financieros" (Editorial Taurus). Según Soros, superpuesta a la burbuja inmobiliaria de Estados Unidos hay una superburbuja más compleja provocada por unos métodos cada vez más sofisticados de creación de crédito y de apalancamiento, combinados con la convicción de que los mercados se corrigen a sí mismos. Tardó más de 25 años en formarse y ahora se habría pinchado.
La superburbuja sería la consecuencia de la combinación de tres tendencias de la nueva economía capitalista: primero, la tendencia de largo plazo hacia la expansión crediticia siempre creciente. La sofisticación de los productos financieros ha llegado a tal extremo, que ya no es posible saber cuál es la contrapartida real de los compromisos asumidos. Como señala el multimillonario Warren Buffet, los productos "derivados" se han convertido en auténticas "armas de destrucción masiva".
Combinada con esa tendencia, la ausencia de coordinación entre las autoridades monetarias y de supervisión asentadas en sede nacional, lo que ha provocado una falta de control sobre los mercados financieros globalizados. El ritmo acelerado de las innovaciones financieras y la eliminación progresiva de las regulaciones financieras se han convertido en una mezcla explosiva cuya verdadera magnitud nadie conoce.
Finalmente, la tercera tendencia reposa en la estructura asimétrica de la globalización, que favorece a la economía de Estados Unidos, que está en el centro del sistema, y penaliza a las menos desarrolladas, de la periferia. A pesar de un déficit comercial nunca visto (836.000 millones de dólares en el 2006) y de un déficit presupuestario creciente (4% del PBI) que ha elevado la deuda pública estadounidense a 8,5 billones de dólares, el dólar sigue siendo fuerte por su condición de moneda refugio. Estados Unidos sigue brindando seguridad y atrayendo el ahorro del mundo, a tal punto que su deuda total (pública y privada) asciende ya a 48 billones de dólares (más de tres veces el PBI norteamericano).
Las últimas consecuencias que tendría el estallido de esta superburbuja todavía no pueden ser evaluadas. Pero si pensamos que cada quiebra de una entidad financiera norteamericana se traduce en la volatilización de activos para los bancos, fondos soberanos u otros inversores internacionales que han llevado sus ahorros a Estados Unidos, es fácil adivinar el escalofrío que recorre a las autoridades chinas, que poseen un billón de bonos del Tesoro de ese país.
Por el momento existen coincidencias en cuanto a que la crisis financiera provocará una segunda oleada negativa en el sector de la economía productiva. Tanto Joaquín Almunia, comisario europeo para Asuntos Económicos, como Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal norteamericana, han anunciado que estamos a las puertas de una recesión mundial y que habrá menos crecimiento y menos empleo. Lo que ya resulta inimaginable es la eventual implosión que provocaría una caída súbita y repentina de la confianza en el dólar, algo improbable pero no imposible.
Aleardo F. Laría (*)
Especial para "Río Negro"
(*) Abogado y periodista