Santiago de Chile (dpa) - A diez años de recibir el Premio Herralde, la novela "Los Detectives Salvajes", del fallecido escritor chileno Roberto Bolaño, sigue corroyendo los ojos de la literatura, convirtiendo a su autor en el ícono de las nuevas vanguardias.
La osadía quijotesca de reinventar la novela y el despliegue de la locura son las claves de una obra de estirpe romántica y modernista que ahorcó la estética del "boom latinoamericano", plagada de magia y realidades políticas.
Con sus personajes y alter ego de poetas traficantes, Bolaño (1953-2003) impuso como un relámpago un lenguaje de orines, miserias marginales, utopías condenadas a la muerte y, sobre todo, una narrativa poética de putas, ataúdes y sombras insondables, que culminaría en su póstuma "2666", su intento de novela total.
El escritor argentino Rodrigo Fresán, y amigo del chileno, cree por ello que la mayor luz y oscuridad de "Los Detectives Salvajes" es que logra repasar las derrotas políticas de las utopías latinoamericanas "por los trastornos de la poesía". "Lo que es interesante de ´Los Detectives Salvajes´ es que es una novela muy idealista en un sentido, pero que surge en tiempos nada idealistas", sostiene Fresán.
Con Fresán, coincide otro amigo de Bolaño, el mexicano Jorge Volpi, autor de "En busca de Klingsor". Para él, "Los Detectives Salvajes", que ganó el Herralde en 1998, simboliza la ruptura con una literatura latinoamericana que clamaba silencio y muerte, que estaba "establecida como una marca de fábrica, como un producto de exportación". "Frente a ese destilado de clichés, que se vanagloriaba de retratar las contradicciones íntimas de la realidad latinoamericana, Bolaño opuso una nueva épica o más bien la antiética encabezada por Arturo Belano y Ulises Lima", insiste Volpi.
Con una mirada más distante, el poeta y Premio Cervantes chileno Gonzalo Rojas cree que Bolaño y su obra "están demasiado socorridos". Sostiene que aún el paso del tiempo no permite saber si su obra contiene una voz fundacional como el "Azul", de Rubén Darío, o si está herida de muerte como la obra de la imaginaria poetisa Césarea Tinajero, ícono de los poetas real visceralistas de "Los Detectives Salvajes".
Sin embargo, en el fondo, nadie niega que Bolaño y su novela fueron un aire para la lengua española, un cruce entre las bibliotecas de Borges y las utopías mutiladas de los desiertos mexicanos y las esquinas prostibularias de España.
El Premio Cervantes Jorge Edwards opina que Bolaño no es el inicio, sino "la culminación de un movimiento de vanguardia, que tuvo sus antecedentes en los chilenos Juan Emar y Vicente Huidobro".
Finalmente, el mérito mayor es que en la obra de Bolaño todo es muerte y resurrección. Todo es búsqueda, todo es desolación. Todo nos deja pendiendo del aire. "¿Quiere usted la salvación de México? ¿Quiere que Cristo sea nuestro rey? No", recordará Bolaño como epígrafe de la saga de Belano y Lima tras los pasos perdidos de Césarea Tinajero, como provocación perpetua, como estandarte de una generación nacida al borde del camino.