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LA PEÑA: Entre pirpintas y Juanitas | ||
por JORGE VERGARA | ||
Esto vendría a ser como un almacén de las cosas cotidianas, donde se compra de todo, en este caso temas cotidianos , aunque no espere que en esta columna hablemos esta vez ni del dólar ni de las AFJP, aunque sean temas muy de moda. El tema de la semana, el más divertido y doméstico, por calificarlo de alguna manera, para salir un poco de la crisis mundial, de las AFJP y del dólar, fue la aparición de miles de polillas casi casi perdidas por esta zona, bichito que suele frecuentar poco esta región y que seguramente en pocos días más desaparecerá. Esa misma polilla, inofensiva si se quiere, es la que en el norte del país llaman pirpintas, más temibles por que caiga en un plato de comida o en la taza de leche que por el daño que podría causar a cultivos y demás. Sí, ya sé, no tiene nada que ver con el folclore, ni tampoco con las tradiciones, pero sí con este país que a veces parece hablar varios idiomas y llama de distinto modo a una misma cosa. Eso de cosa sería en este caso un insecto. Las pirpintas son residentes históricos de zonas de calor, por eso extrañó que aparecieran en gran número por la Patagonia. Un ingeniero del INTA explicó que las polillas, así las llamamos por aquí, son atraídas por las luces blancas, pero no afectan los cultivos, comen malezas, esencialmente son vegetarianas y se van en pocos días. Claro, no es mi intención hacer de ésta una columna de expresión técnica, en todo caso buscaba, a partir de estas visitas, volver un poco al pasado y recordar una infancia de lidiar con un bicho desagradable si lo había, que justamente era esta famosa polilla, llamada pirpinta por nosotros. Si era muy chiquita la llamábamos pirpintita, pero eso era más doméstico. No se nos podía ocurrir quedarnos debajo de algún poste de luz de mercurio ni cenar con algún foco cerca. Eso implicaba automática invasión de estos bichos y que hasta nos disputaran la comida. Ni hablar de la bronca que nos daba cuando alguna pirpinta se caía sin querer dentro de un vaso con agua, jugo y peor aún un vaso con gaseosa, que para nosotros sólo estaba disponible en los cumpleaños. Un desafortunado aterrizaje de una pirpinta implicaba por ejemplo tirar la taza de leche sin probar porque dejaba una mancha color aluminio. Las tan famosas pirpintas llegaban a mi pueblo en noviembre más o menos y recién desaparecían en marzo o abril. Inofensivos, sí, así los califican a estos insectos, pero absolutamente molestos, se meten en todos lados, en la comida, entre la ropa, por el visor del casco de los motociclistas, por algún escote grande y ni se le ocurra aplastarlos sobre la pared, porque manchan al instante. Pero hay uno peor, lo de masculino es porque se trata de un insecto, pero debería decir una peor. La llamada Juanita, que se reproduce por miles en todo el norte del país. Cascarudo de tamaño más bien chico, de color negro brillante, de vuelo corto, pero que al aterrizar sobre la gente, automáticamente despide un líquido ácido y de un olor insoportable. En tiempos de mucho calor, solían reproducirse de tal modo que una vez a la semana el municipio nos avisaba que pasarían en la noche a fumigar, que durmiéramos con las ventanas cerradas. Y al día siguiente, camiones repletos de este insecto partían al basural del pueblo. Parece una exageración, pero eran poblaciones enormes de estos bichos cuyo nombre científico no sé, pero que en todo el norte del país llaman Juanita. Si alguna le aterrizara por casualidad, no les tema porque no pican, hacen pis, según los especialistas y ese pis es de un olor insoportable, que hace perfectamente identificable a la víctima entre muchos otros. En fin, lejos de las tradiciones están estos bichos, pero cerca de las cosas cotidianas. Ni siquiera resultan simpáticos como para que uno los contemplara de otro modo.
JORGE VERGARA | ||
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