Puesto que según el ex presidente Néstor Kirchner y su esposa el FMI fue el responsable principal de la debacle que culminó con el desastre socioeconómico y político que siguió al colapso de la convertibilidad, no les habrá preocupado demasiado el que el director gerente de la entidad, el francés Dominique Strauss-Kahn, haya dicho que no tenía ninguna intención de ayudar a la Argentina porque en su opinión no forma parte del grupo de países con economías bien manejadas. Tampoco debería molestarlos la actitud similar que fue asumida por el gobierno de Estados Unidos que optó por excluirnos de un plan de rescate destinado a atenuar el impacto de la escasez de crédito sobre los países emergentes, ya que según la presidenta Cristina la condición económica de la superpotencia es decididamente peor que la nuestra. En cambio, a ambos Kirchner les habrá dolido mucho los reparos que fueron formulados por su gurú favorito, Joseph Stiglitz, un enemigo jurado del FMI y del Banco Mundial, en el transcurso de una visita breve a Buenos Aires.
Según el Premio Nobel de Economía del 2001, el gobierno cometió un error muy grave cuando se propuso estatizar los fondos jubilatorios privados sin tomar en cuenta la voluntad de los aportantes. Stiglitz también criticó el manoseo por parte del gobierno de los datos confeccionados por el INDEC, al subrayar la importancia de tener "una oficina de estadísticas independiente" porque "si no hay confianza en los números, entonces no se sabe qué hacer".
Se supone que los Kirchner decidieron apoderarse del dinero de los fondos de jubilación con el propósito de asegurar al resto del mundo que la Argentina podría afrontar sin dificultades los vencimientos próximos de la deuda pública. Desgraciadamente para todos, la maniobra ha resultado contraproducente. Lejos de eliminar las dudas, sólo ha servido para intensificarlas, al hacer pensar que el país está al borde de la bancarrota y que por lo tanto el gobierno se sintió obligado a tomar una medida desesperada, razón por la que el índice riesgo país subió abruptamente. Por cierto, las repercusiones internas y externas de la iniciativa han sido sumamente negativas. Desde que Cristina hizo su anuncio, el clima económico local se ha enfriado mucho, el consumo ha bajado aún más y la mayoría de los empresarios, desconcertados por la conducta del gobierno, prevé una etapa muy dura. En el exterior, la eventual estatización de los fondos dio al juez neoyorquino Thomas Griesa un motivo para congelar por 553 millones de dólares el dinero que las AFJP tienen en Estados Unidos ya que, según los abogados de los tenedores de bonos que rechazaron el canje, pronto entrará en las arcas del Estado nacional y por lo tanto debería ser usado para pagarles lo adeudado. Aun cuando Griesa termine aceptando la tesis oficial de que en verdad no se trata de una estatización sino de un mero cambio administrativo porque el dinero seguirá perteneciendo a los aportantes, el embargo ha asestado un golpe muy duro a la reputación internacional del gobierno y, huelga decirlo, al país.
Ya antes de que la tormenta financiera internacional cobrara sus dimensiones actuales era evidente que el "modelo" kirchnerista se dirigía hacia una crisis muy grave que obligaría al gobierno a tomar medidas fuertes para corregir las distorsiones ocasionadas por la inflación, el crecimiento galopante del gasto público, un régimen de subsidios insostenible, la virtual ausencia de inversiones, el conflicto con el campo, tarifas energéticas nada realistas y el aumento de la deuda pública. Con todo, de haber continuado soplando el famoso "viento de cola", el país hubiera podido salir relativamente ileso de la trampa en la que el gobierno kirchnerista se las arregló para meterlo. Por desgracia, el gobierno no supo aprovechar la oportunidad brindada por una coyuntura excepcional para preparar la economía para enfrentar los años flacos que con toda seguridad vendrían.
No extraña, pues, que a juicio de casi todos los observadores extranjeros y, si bien no lo dicen en público, de muchos argentinos, el país esté entre los menos capacitados para mantenerse a flote en los meses, tal vez años, muy difíciles que nos esperan puesto que, a diferencia de muchos otros, no podrá contar con la ayuda ajena.