Hace algunos años, estuvo de moda suponer que los latinoamericanos, hartos de los errores atribuidos a los liberales derechistas, se habían trasladado de manera masiva a la mitad izquierda del mapa ideológico. No se equivocaban por completo quienes pensaban así, ya que en muchos países de la región dirigentes izquierdistas o cuando menos populistas consiguieron el poder después de un período de dominio conservador, pero exageraban los convencidos de que el cambio resultaría permanente. En todos los Estados democráticos es normal que alternen en el gobierno políticos calificados de izquierdistas y otros supuestamente derechistas. Como acaban de recordarnos los resultados de las elecciones municipales del domingo pasado en Brasil y Chile, los latinoamericanos no constituyen una excepción. En Brasil, el Partido de los Trabajadores gobernante sufrió una derrota muy dolorosa en Sao Paulo donde, a pesar de la popularidad del presidente Luiz Inácio "Lula" da Silva, fue reelecto como intendente Gilberto Kassab, mientras que en Chile el gobierno de la presidenta Michelle Bachelet se vio sorprendido por el avance poderoso de representantes de partidos de derecha que en su conjunto lograron más votos que la Concertación oficialista. Si bien es prematuro tratar de prever cómo evolucionará la situación política en Brasil y Chile hasta las próximas elecciones presidenciales, en ambos países se ha instalado la sensación de que con toda probabilidad los mandatarios actuales serán sucedidos por conservadores.
Puesto que tanto Lula como Bachelet son moderados en comparación con las figuras más emblemáticas del izquierdismo o populismo regional, no se puede imputar el repunte de la derecha también moderada a sus excesos verbales o a medidas que hayan perjudicado a amplios sectores del electorado. Antes bien, parecería que en los centros urbanos latinoamericanos la gente ya ha perdido interés en las pretensiones ideológicas de los dirigentes para asumir una actitud mucho más pragmática que en el pasado reciente. Quiere ser gobernada por personas honestas, eficaces y con sentido práctico, sin preocuparse demasiado por la corriente política que afirman representar. Dicha tendencia es comprensible a la luz de la distancia enorme que a menudo separa el discurso de los ideologizados de lo que efectivamente hacen cuando se les confía el poder, pero entraña algunos riesgos. En sociedades como las europeas, en las que casi todos los políticos convergen hacia el centro y las posturas que adoptan tienen más que ver con su deseo de congraciarse con los votantes que con sus presuntos principios, son cada vez más los que manifiestan su indiferencia ante las luchas políticas, al dar por descontado que lo único que interesa a quienes toman parte en ellas es su propia carrera. Mal que bien, para que la política sea algo más que una actividad para iniciados es necesario que estén en juego ideas claramente distintas acerca de la mejor manera de hacer frente a los problemas de la comunidad.
Para decepción de sus partidarios de antes, los que hubieran preferido una ruptura dramática con la "ortodoxia", y para alivio de otros que temían que protagonizara una aventura de desenlace desastroso, el gobierno de Lula se ha esforzado por combinar el realismo económico con programas destinados a beneficiar a la mayoría pobre. Merced al boom internacional, pareció que lograría sus objetivos, pero las repercusiones de la crisis financiera en Brasil no tardaron en hacerse sentir en Sao Paulo, lo que puede haber ayudado a Kassab. También Chile se ha visto perjudicado por lo que está sucediendo: la inquietud resultante habrá incidido en el estado de ánimo del electorado que ya se alejaba de Bachelet por encontrar su gestión deficiente. Así, pues, mientras que a fines de los años 90 una situación económica internacional que no favorecía a los países de la región aceleró la caída en desgracia de la derecha supuestamente responsable de las penurias de sus respectivos países, la tormenta primero sólo financiera pero ya económica que está abatiéndose sobre el mundo la está ayudando a ponerse de pie nuevamente porque en esta ocasión quienes encarnan el statu quo no son conservadores de retórica liberal sino, en algunos países, izquierdistas democráticos y en otros populistas que se proclaman revolucionarios.