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Circulan algunas ideas tontas sobre el impacto de la crisis financiera en América Latina. La más peligrosa es que la región sería inmune a una debacle que es, como dijo imprudentemente el brasileño Lula, "la crisis de Bush". Líderes que van desde el mexicano Felipe Calderón, de centroderecha, hasta Fidel Castro y Hugo Chávez, de extrema izquierda, afirmaron, por razones diferentes, que las políticas macroeconómicas ortodoxas, el crecimiento reciente, los sistemas bancarios sólidos, el alto precio de las materias primas (petróleo, soja, cobre, hierro, carbón) y una regulación y supervisión más férrea del mercado ayudarían a librar a las economías latinoamericanas de las penurias de sus socios. O, en sus momentos más excesivos, Castro, Chávez y algunos otros (en ocasiones, la argentina Cristina de Kirchner) se regodearon por la desaparición del sistema capitalista, de la que los países socialistas surgirían en mejor forma que otros. Bueno, el real brasileño cayó un 30% desde su máximo en agosto y la Bolsa de Sao Paulo se derrumbó un 45% desde fines de junio. El peso mexicano perdió un 30% frente al dólar desde mediados de setiembre y la Bolsa de ese país colapsó. Los precios de las materias primas, los cuales mediante la propiedad directa (México, Venezuela, Ecuador, Colombia y Chile) o impuestos (la Argentina y Bolivia) proveen gran parte de los ingresos estatales, cayeron notoriamente. Los pronósticos de crecimiento para el último trimestre del 2008, y para el año próximo, se redujeron. ¡Vaya inmunidad latina al contagio! Siempre fue simplista, incluso engañoso, que estos gobernantes sostuvieran que la región tenía un "colchón" contra la crisis. Aunque muchos bancos no dependen tanto del crédito extranjero y, por lo tanto, son menos vulnerables que las naciones más ricas a una crisis crediticia, los créditos de los proveedores son claves para las exportaciones, los préstamos extranjeros son cruciales para los proyectos de infraestructura y la inversión extranjera sigue siendo importante para economías como las de México, Brasil, Colombia y Perú. Ya que mucho de su crecimiento fue impulsado por las materias primas, la caída en los precios puede ser devastadora para Perú, Venezuela, Ecuador y la Argentina. Aun Brasil, que tiene la base de exportación más diversificada y sofisticada, también es un enorme productor de alimentos para exportación y de minerales, sacudido por la caída en ingresos de divisas. El país que tal vez sea menos sensible a los precios de las materias primas, México, por su volumen de ventas de bienes manufacturados, es el más sensible a los cambios y vaivenes de la economía de EE. UU., ya que el 90% de sus exportaciones y turismo y 100% de sus remesas son estadounidenses. Otra vulnerabilidad inadvertida es que, a medida que las economías latinas se globalizaron, la cantidad de compañías que cotizan en Nueva York aumentó rápidamente. Cotizan en Wall Street 38 empresas brasileñas; también 20 mexicanas, 15 chilenas y una cantidad creciente de peruanas, colombianas y argentinas. Todas representan grandes porciones de la capitalización de mercado en sus bolsas locales y todas siguen al Dow Jones con fidelidad. Si el Dow tiene una caída, ésta se extiende a Sao Paulo, y así. Y los inversores locales compran lo que los ricos latinoamericanos siempre compraron: dólares. La moneda cae, los bancos centrales suben las tasas de interés para mantener el dinero en casa y estalla una burbuja de deuda local: las hipotecas, los préstamos y los balances de las tarjetas de crédito se vuelven insostenibles. Todo esto empieza a suceder y quizás empeore antes que mejorar. Otra de las ideas tontas sobre el desastre fue que en el pasado las crisis empezaron en América Latina y se extendieron al norte. No es así. Fue la decisión de Paul Volcker, en 1980, de aumentar las tasas de interés lo que llevó, dos años después, a la crisis de la deuda latina. Una que nunca afectó a los países acreedores. El colapso de 1987 empezó en Wall Street, se extendió a México y toda la región, pero nunca regresó. El colapso mexicano de 1994-95 y la devaluación brasileña de 1997 ocurrieron durante uno de los auges económicos más prolongados de la historia moderna de EE. UU. Todas las crisis que empiezan en países ricos se extienden al sur; las que se originan en el sur rara vez viajan al norte. México, Chile, Brasil y Uruguay podrán arreglárselas bien, con sólo moretones y rasguños; otros capearán la tormenta, aunque sufrirán más daño (Colombia, Perú). Pero están los que afrontarán efectos severos: Venezuela, Bolivia, Ecuador, América Central. Con demasiado retraso, sus líderes aceptaron lo que todos sabían: ninguna crisis con este impacto en EE. UU. y Europa podría no asolar también a América Latina. Lo que ahora tienen que decidir es cómo proteger a sus sociedades y levantar los pedazos cuando llegue la hora. JORGE CASTAÑEDA (*) Especial para "Río Negro" (*) Intelectual y político mexicano
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