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El gran ajuste mundial | ||
Lo que comenzó como un gigantesco problema financiero que se originó en el muy politizado mercado inmobiliario de Estados Unidos ya se ha transformado en algo que es bastante distinto. Las caídas estrepitosas que la semana pasada se registraron en todas las plazas bursátiles significantes del planeta no se debieron a dudas en cuanto a la solvencia de los bancos, ya que los más vulnerables cuentan con garantías estatales que son virtualmente ilimitadas, sino al temor a que la economía mundial esté por experimentar una recesión que tal vez resulte prolongada. Así las cosas, es lógico que los mercados hayan reaccionado con pérdidas colosales. Por su naturaleza, las bolsas siempre exageran. El que en períodos de bonanza el valor de las acciones pueda aumentar en un 30% o más en el lapso de un solo año no quiere decir que la economía, cuyas vicisitudes supuestamente refleja, haya crecido de manera tan vertiginosa. Del mismo modo, la mera sospecha de que una economía determinada apenas crecerá en los meses siguientes puede tener consecuencias bursátiles igualmente drásticas, si bien en el sentido contrario. A pesar del dramatismo inherente a los mercados, las previsiones que están formulándose aún distan de ser tan sombrías como muchos quisieran hacer pensar. Algunos pesimistas extremos aparte, se vaticina que en el peor de los casos las economías de los países desarrollados podrían ver reducido el producto bruto a los niveles que ostentaban hace dos o tres años cuando, no lo olvidemos, casi todos se afirmaban encandilados por la insólita prosperidad que se había alcanzado. Si bien en sociedades tan acostumbradas al crecimiento económico que la mayoría ha llegado a considerarlo normal hasta la recesión más anodina será tomada por un desastre sin precedentes, hay una diferencia enorme entre las perspectivas de los europeos, norteamericanos y japoneses actuales y las afrontadas por sus antecesores en 1929, cuando un colapso bursátil presagió la Gran Depresión de la década del treinta. Aunque es factible que en los años próximos los países ricos sufran dificultades que sean mucho mayores que las pronosticadas y que como consecuencia los más pobres también vean desaparecer buena parte de lo logrado últimamente, por ahora cuando menos pocos creen que nos aguarde un futuro tan tétrico. De todas formas, es fácil entender la razón básica por la que los mercados de casi todos los países han seguido desplomándose. No es a pesar del salvataje por los gobiernos de los países avanzados de sus respectivas instituciones financieras sino a causa de él. Bien que mal, quienes invierten en las bolsas suelen preferir el "capitalismo salvaje" del mercado libre a cualquier alternativa, pero saben que a cambio de los rescates que se han emprendido tendrán que resignarse a convivir con reglas mucho más severas y con una participación estatal que hasta hace muy poco les hubiera parecido inconcebible. Por lo tanto, no extraña en absoluto que frente al panorama así supuesto muchos inversores hayan optado por alejarse de las bolsas. Dan por descontado que la fiesta ha terminado y que en adelante escasearán las oportunidades para adquirir fortunas envidiables mediante la especulación puesto que, debido a la estatización creciente y al rol más protagónico que con toda seguridad desempeñarán hasta nuevo aviso en la economía los distintos gobiernos, será menor la importancia relativa de todas las plazas financieras. Como no pudo ser de otra manera, quienes compran y venden acciones en las bolsas están ajustándose a su modo particular a dicha realidad, motivo por el que sería perfectamente posible que los índices cayeran todavía más aun cuando la recesión prevista resultara ser muy breve y mucho menos destructiva de lo que pronostican hasta los más optimistas. Por lo demás, la probabilidad presuntamente creciente de que el próximo presidente de Estados Unidos sea Barack Obama, un político que según los criterios norteamericanos es todo un izquierdista, y que los demócratas dominen por completo ambas cámaras del Congreso de su país brinda a los inversores un motivo adicional para suponer que los tiempos que se avecinan no les serán tan favorables como los que una crisis financiera monumental acaba de llevar a su fin. | ||
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