Miércoles 22 de Octubre de 2008 Edicion impresa pag. 18 > Opinion
Traficantes de enfermedades

En 1994 la periodista científica y escritora norteamericana Lynn Payer publicó un libro titulado: Traficantes de enfermedades: cómo los médicos, las compañías farmacéuticas y los aseguradores están haciéndolo sentir enfermo.

Desde entonces la expresión en inglés "disease mongering" (traducible como tráfico de enfermedades) ha ganado espacio en la literatura médica. El fenómeno que se describe no es ni más ni menos que el resultado de la intención manifiesta de ampliar el mercado de las terapéuticas médicas, fundamentalmente los medicamentos, convirtiendo en "enfermedades" situaciones hasta el momento consideradas como parte de los ciclos vitales normales de la gente o dentro del rango normal de sus emociones.

Una manera muy directa de lograrlo es "correr la frontera" entre lo sano y lo enfermo.

El marketing (un componente principal de la actividad de la industria farmacéutica) brinda las herramientas necesarias para que algunos expertos y los medios de comunicación se sumen, y en un contexto de siderales costos de investigación para obtener solo un puñado escaso de productos realmente innovadores, resulte más conveniente convencerlo a usted, no ya sólo como paciente sino como consumidor, de que algo que usted creía "normal" es en realidad una enfermedad o un grave riesgo, del cual usted debe protegerse o proteger a quienes ama (y estar dispuesto a pagar por ello).

Ello implica promover productos específicos para los "nuevos males", muchas veces manipulando escasa o pobre evidencia científica que avale resultados positivos, o promocionar la utilización de tratamientos ya conocidos y útiles para determinados pacientes, convenciendo a otros -muchos más- potenciales consumidores de que ellos también están enfermos.

Algunos de estos productos se han convertido en verdaderos medicamentos para el estilo de vida? es decir, dirigidos no ya a aliviar, prevenir o curar una enfermedad o síntoma definidos, sino a convertirse en una forma de "sentirse mejor".

Entre las estrategias utilizadas para la venta de enfermedad se han descripto: promover la idea de que hay algo patológico en una función orgánica normal, exagerar la presencia de determinada enfermedad entre la gente (¡y hacerle sentir que usted puede tenerla!), definir la salud como "ausencia de enfermedad", tomar un síntoma común y poco específico y presentarlo como expresión de una enfermedad seria, promocionar la ansiedad o el miedo de que personas sanas enfermen en el futuro (usted podría ser el próximo?) o promocionar tratamientos agresivos con medicamentos para síntomas o enfermedades leves o de dudosa existencia.

Así, devinieron en problemas con gran repercusión sanitaria y social, por el sufrimiento que producirían y sus consecuencias, cuestiones tales como la calvicie, el síndrome premenstrual, la menopausia, la timidez, las piernas inquietas durante la noche, los déficits de atención, diversas formas de la conducta antes consideradas no patológicas, la disfunción eréctil, la vagancia (bautizada por un investigador australiano como Desorden de Deficiencia Motivacional), la osteopenia, la pre hipertensión arterial, etc.

La agresividad en la publicidad directa sobre el público tampoco está ausente, planteando falsas opciones para el consumidor. En el 2003 una compañía farmacéutica promocionaba su medicamento para disminuir los niveles de colesterol con afiches en los que aparecía la imagen de los pies de un cadáver en la morgue con una etiqueta que decía "Causa de muerte: ataque al corazón", sobre la imagen el aviso preguntaba: "¿Qué preferirías tener: una prueba de colesterol o un examen final?", refiriéndose a la autopsia. Sin duda, una disyuntiva absolutamente falsa.

La receta del mensaje vehiculizado a través de los medios de comunicación también es bien conocida: historias dramáticas, con énfasis en el descubrimiento de una amenaza a la salud pública hasta ahora desconocida u oculta, médicos que no lo saben o no le dan importancia y el feliz hallazgo de una cura efectiva.

Cuando la industria, médicos y medios de comunicación promueven la idea de que para cada circunstancia de la vida que nos resulte desagradable o inconveniente puede haber una pastilla que lo resuelva, genera dos grandes tipos de consecuencias. Las primeras, de orden filosófico y ético, vinculadas profundamente con nuestra visión de la vida, el hedonismo y el consumismo como valores dominantes, nuestra relación con las desigualdades inherentes a la existencia y la finitud de la misma, las responsabilidades individuales y colectivas, el rol de la ciencia y la tecnología en la sociedad, etc.

Las segundas, de orden práctico, referidas a su impacto sobre el gasto y la provisión de servicios de salud.

En sociedades donde las personas sienten que tienen derecho a obtener todo lo que puedan pagar, pero existen instituciones maduras donde se dirime el permanente conflicto entre Estado y mercado y las consecuencias sobre la economía de la salud son visibles, éstas alientan cada vez más las voces de alerta e iniciativas en el campo de la política que tiendan a corregir los problemas.

En sociedades donde prevalece la idea de que a cada necesidad le corresponde un derecho? pero los requerimientos sanitarios se protegen bajo sábanas muy cortas (si usted se tapa la cabeza, destapa los pies) y donde la política sanitaria se construye con tanta dependencia del lobby tras cada enfermedad -como en Argentina-, las consecuencias sobre el sistema de salud de la medicalización extrema de la vida constituyen una nueva receta para la catástrofe.

JAVIER O. VILOSIO (*)

Especial para "Río Negro"

(*) Médico. Ex ministro de Salud de Río Negro

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