Martes 21 de Octubre de 2008 20 > Carta de Lectores
Vendetta en la Casa Rosada

Puesto que el país ya está sintiendo el impacto del terremoto financiero mundial convendría que tanto el gobierno como los distintos grupos opositores hicieran un esfuerzo por brindar una impresión de coherencia y de buena voluntad, pero por desgracia no hay demasiadas señales de que ello suceda. Si bien parecería que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y su marido entienden que no es de su interés continuar haciendo gala de su soberbia habitual, es evidente que no tienen ninguna intención de intentar reconciliarse con sus muchos adversarios. Entre éstos, el principal es sin duda alguna el vicepresidente Julio Cobos. Por motivos es de suponer personales, Cristina y Néstor Kirchner aprovecharon sendos actos del 17 de octubre a los que asistieron para atacar una vez más a Cobos por su "deslealtad", asegurando así que el blanco de sus amonestaciones reaccionara afirmándose "leal con la gente" y jurando que su célebre voto no positivo de 17 de julio pasado "fue para corregir una decisión que no había sido consensuada y que llevaba al país a una decisión difícil". Aunque aquel voto sorprendió a todos, ya que no es nada común que un vicepresidente se encargue de torpedear un proyecto impulsado con vehemencia insólita por quien es en teoría su superior jerárquico, es probable que Cobos haya salvado al gobierno -y al país- de una derrota todavía más dolorosa que la experimentada en el Senado porque, de haberse aprobado el proyecto oficial, el campo, respaldado por buena parte de la ciudadanía, hubiera continuado con las protestas multitudinarias hasta que estallara una crisis institucional de dimensiones fenomenales.

De todos modos, el conflicto a menudo grotesco entre el matrimonio Kirchner y sus incondicionales por un lado y Cobos, cuyos índices de popularidad siguen siendo llamativamente más altos que los del matrimonio gobernante, por el otro, nos dice mucho sobre el estado deprimente de la política nacional. Acostumbrados como están los Kirchner a alcanzar sus decisiones sin consultar con nadie fuera de su pequeño círculo áulico, no se les ocurrió asegurar que estuvieran de acuerdo todos los integrantes del gobierno con las retenciones móviles y, de importancia aún mayor, si cabe, con la campaña furibunda que emprendieron con el objetivo insensato de convencer al país de que los chacareros eran oligarcas golpistas motivados más que nada por su oposición a la política de derechos humanos gubernamental. La razón por la que los Kirchner eligieron a Cobos para ser el compañero de fórmula de Cristina consistió en que creyeron que por tratarse de un radical su inclusión serviría para sumar votos. No les preocupaban en absoluto su trayectoria política o sus ideas. Habituados a rodearse de personajes que les obedecían sin chistar, dieron por descontado que Cobos no sería una excepción.

Es inevitable que la mayoría de los miembros de gobiernos verticalistas, por llamarlos así, sean oportunistas o mediocres porque sería muy difícil que una persona capaz se resignara a desempeñar el papel de subordinado leal que se limite a apoyar todas las actitudes de un jefe todopoderoso. También es inevitable que con cierta frecuencia se produzcan rebeliones. El ex ministro de Economía, Roberto Lavagna, terminó separándose de los Kirchner porque no estaba dispuesto a cohonestar lo que en su opinión eran errores graves. De la misma manera, Cobos aprovechó la primera oportunidad que se presentó para informar al país que no compartía ni el "estilo" de los Kirchner ni el desdén que sentían por el campo y por la opinión pública. A partir de entonces, la presidenta, el ex presidente y aquellos ministros que se enorgullecen de su "lealtad" hacia lo que califican de "proyecto" de la pareja están haciendo lo posible por deshacerse de Cobos, pero a esta altura es claro que no tiene intención alguna de renunciar. Se ha creado, pues, una situación sumamente engorrosa atribuible no tanto a las ambiciones del vicepresidente cuanto a la arrogancia de un matrimonio que trata a todos sus colaboradores como sirvientes sin derecho alguno a discrepar con sus jefes, quienes por su parte no se sienten obligados a discutir sus propuestas con los demás miembros del gobierno, lo que en una democracia es la única forma de asegurar que todos aceptan asumir una cuota de responsabilidad por ellas.

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