Poco más o poco menos, parece ser que esta crisis que se nos vino encima a raíz de algo que pasó en Estados Unidos va a ser como la de los años ´30, que estalló cuando el presidente de ese país era Herbert Hoover, un republicano conservador y cuáquero que, de tan optimista que era, antes de iniciar su mandato proclamó, palabras más o menos, que se abría una gran posibilidad de eliminar la pobreza en su nación.
Muy pocas personas saben de Hoover ahora. Yo, siendo aún un adolescente, supe de él cuando me enteré de que en su segundo mandato (que comenzó por seis años en 1928 pero concluyó en 1930 porque así lo decidió el Ejército) nuestro presidente Hipólito Yrigoyen, al inaugurar una línea telefónica con Estados Unidos, le dijo a Hoover que "los hombres son sagrados para los hombres y los pueblos, para los pueblos". Creo recordar que don Hipólito quiso referirse así a que los marines habían desembarcado en Puerto Rico (o en alguna de esas otras pequeñas repúblicas de América Central).
De un breve relato biográfico de aquel presidente estadounidense tomo que era -como hasta hace poco George W. Bush- "un liberal convencido de las virtudes del capitalismo individualista y competitivo" que ganó las elecciones de 1928 "en medio de un clima de euforia económica que él mismo contribuyó a alimentar con su propaganda optimista".
Es muy probable que alguien, como venía haciéndolo ahora el flamante Nobel de Economía Paul Krugman, haya alertado a Hoover sobre la posibilidad de una gran crisis. Pero Hoover, convencido de que Dios protegería siempre a Estados Unidos, creía que las burbujas de entonces se sostendrían eternamente. Fue así como se desató la crisis bursátil de 1929, convertida luego en una depresión tan profunda como larga cuyos malignos efectos se prolongaron hasta las vísperas de la Segunda Guerra Mundial aun con Franklin Roosevelt en la presidencia y el New Deal en marcha.
Del mismo modo que creía fervorosamente en la Divina Providencia, Hoover creía en "los mercados". Era, por lo tanto, un convencido de que el Estado no debía intervenir y no sólo eso, porque las medidas que tomó, como la reducción del gasto público, agravaron el desastre. Para peor, su mandato se prolongó hasta enero de 1933, cuando entregó el mando al demócrata Roosevelt. Ahora la historia se repetirá, porque todo indica que ganará Barack Obama, con los votos de una gruesa parte del electorado que lo apoyará a pesar de ese colorcito tan desagradable que tiene.
Mientras tanto, el mundo asiste al desarrollo de la crisis en Estados Unidos recibiendo firmes señales de que se está desplegando un gran drama social. Pero, a la vez, no deja de ver un tono de comedia en la "izquierdización" de Bush al nacionalizar la banca y en las explicaciones del secretario del Tesoro, Henry Paulson, quien dijo que esas medidas se toman por "patriotismo" y no por "convicción" (con lo cual está diciendo que el patriotismo no es el fruto del convencimiento sino de la necesidad).
Si, como Jesucristo, Dwight "Ike" Eisenhower fuera capaz de resucitar, les recordaría a los norteamericanos que él les había dado la alerta.
En 1960, cuando concluía su segundo mandato, Ike previno en un discurso de despedida contra las amenazas que representaba el que llamó "complejo militar industrial". Quien había sido el jefe de los ejércitos aliados en la Segunda Guerra Mundial dijo a la nación hace casi medio siglo: "Hasta el último de nuestros conflictos mundiales, los Estados Unidos no tenían industria armamentística. Los fabricantes de arados norteamericanos podían, con tiempo y según necesidad, fabricar también espadas. Pero ahora ya no nos podemos arriesgar a una improvisación de emergencia de la defensa nacional; nos hemos visto obligados a crear una industria de armamentos permanente, de grandes proporciones. Añadido a éstos, tres millones y medio de hombres y mujeres están directamente implicados en el sistema de defensa. Gastamos anualmente en seguridad militar más que los ingresos netos de todas las empresas de Estados Unidos". Eran los tiempos de la Guerra Fría y la URSS constituía una amenaza.
Para sorpresa de muchos, insistía: "Esta conjunción de un inmenso sistema militar y una gran industria armamentística es algo nuevo para la experiencia norteamericana. Su influencia total -económica, política, incluso espiritual- es palpable en cada ciudad, cada parlamento estatal, cada departamento del gobierno federal. Reconocemos la necesidad imperativa de esta nueva evolución de las cosas. Pero debemos estar bien seguros de que comprendemos sus graves consecuencias. Nuestros esfuerzos, nuestros recursos y nuestros trabajos están implicados en ella. También la estructura misma de nuestra sociedad".
Dista de ser una virtud periodística extenderse en el entrecomillado. Pero pasa, con este olvidado discurso de uno de los héroes estadounidenses, que no tiene desperdicio. Es que, si bien no se refiere directamente a los bancos -porque, seguramente, entonces no constituían un peligro- previene contra las consecuencias de vivir alegremente, descuidando "el desarrollo de influencias indebidas...", porque "existen y existirán circunstancias que harán posible que surjan poderes en lugares indebidos, con efectos desastrosos".
Dan ganas de aplaudirlo: "Al atisbar el futuro de nuestra sociedad debemos -vosotros y yo, nuestro gobierno- evitar la tendencia a vivir únicamente para el día de hoy, saqueando por comodidad y facilidad los preciados recursos del mañana. No podemos hipotecar los bienes materiales de nuestros nietos sin arriesgarnos a que se pierda además la herencia política y espiritual que les dejamos. Queremos que la democracia sobreviva para todas las generaciones por venir, no que se transforme en el fantasma insolvente del mañana". Eso queremos todos, ¿no?