Como dice el dicho popular: "Con el diario del lunes es muy fácil hablar". Yo no pretendo que este relato se interprete como el famoso "yo la vi venir, porque está más lejos que eso. Sin embargo, creo que lo que no fue obvio para nosotros, los simples mortales, sí lo fue para los gurúes de Wall Street. Ellos sabían que más temprano que tarde esta bestia se iba a comer el sistema financiero, pero no lo señalaron porque ellos mismos la habían creado.
Todo se remonta a mediados de los noventa. Un grupo de banqueros reunidos en sus oficinas se preguntaba cómo expandir su cartera de créditos sin incumplir las regulaciones de capital impuestas. Para aclarar mejor el asunto, podemos decir que existen regulaciones acerca de la cantidad de capital propio que deben tener los bancos en relación con la cartera de créditos. Actualmente, el Acuerdo de Basilea II establece que el banco debe poseer como mínimo 8 pesos de capital propio por cada 100 pesos que presta.
Fue así como luego de pensar y analizar las distintas alternativas se les ocurrió utilizar lo que comúnmente se conoce como "securitizacion". Cómo funciona este instrumento financiero: los bancos entregan parte de su cartera de créditos a un fideicomisario, éste emite títulos que están respaldados por los flujos de dinero de esta cartera. Los inversores compran estos títulos y el fideicomisario le paga al banco por la venta de la cartera de crédito. La entidad obtiene dinero fresco, reduce el número de créditos, por lo tanto tiene margen para cumplir con las regulaciones de capital y a su vez otorgar nuevos préstamos.
A su vez los bancos, para poder vender esos créditos con mejores condiciones, contrataron sobre ellos lo que se conoce como Credit Default Swap (CDS). Que no es ni más ni menos que un seguro sobre los préstamos. El banco paga a una compañía de seguros una póliza y ésta cubre el riesgo de default del crédito otorgado.
Y así fue como se empezó a inflar la burbuja, los bancos contrataban un seguro sobre sus préstamos, luego los securitizaban, obtenían dinero fresco, entregaban nuevos créditos, contrataban nuevamente un seguro sobre éstos, los securitizaban, más dinero fresco y así sucesivamente, mientras tanto la burbuja se inflaba y se inflaba.
En un contexto de tasas de interés bajas, los títulos securitizados eran un instrumento más que conveniente para los inversores, ya que otorgaba una tasa de interés mayor que la de la Reserva Federal (FED) y la mayoría de estos instrumentos estaba calificada por las compañías medidoras de riesgo como títulos seguros (AAA).
Como había tanto dinero fresco en el sistema financiero, los bancos empezaron a otorgar créditos hipotecarios con menos requisitos y a una tasa variable referenciada a la de la FED, que en ese momento se encontraba muy baja. Esta gran demanda de inmuebles hizo que su precio se fuera por las nubes.
Esta aparente estabilidad siguió hasta que en el horizonte se empezó a vislumbrar el fantasma de la inflación. La FED, haciendo uso de la política monetaria para frenarla, subió la tasa de interés y ahí comenzó la debacle. La tasa que pagaban por los préstamos hipotecarios aumentó, por lo que mucha gente se encontró en situación de morosidad y entregó sus propiedades al banco. Como esto se dio generalizadamente, ya que los préstamos hipotecarios otorgados no eran de primera calidad (porque se preocuparían los bancos de que así lo fueran, tenían seguros sobre los créditos y además se los vendían a inversores), los precios del mercado inmobiliario se empezaron a pinchar y en muchos casos con la venta del inmueble el banco no recuperaba el total de crédito otorgado.
Como dijimos, detrás de estos créditos estaban los títulos securitizados, que empezaron a perder valor, y las compañías de seguros que no podían hacer frente a sus obligaciones ya que el default era demasiado grande para cubrirlo.
En esta situación nos encontramos hoy, con algunos bancos fundidos por la mala calidad de los préstamos hipotecarios otorgados, fondos de inversión devastados por una excesiva inversión en esos títulos securitizados, compañías de seguros en bancarrota por no poder cubrir los default de los bancos y una economía mundial a punto de la recesión.
Pero me gustaría remarcar ciertos puntos de esta tragedia griega moderna. Primero, es llamativa la relación que existió entre los bancos y las compañías aseguradoras. Las entidades las contrataban como si necesitaran una póliza sobre su auto, y éstas la otorgaban con una liviandad francamente increíble, olvidando una cuestión muy importante que no pasa con los autos; todo el sistema financiero está altamente correlacionado. Además, es ridículo cómo compañías de seguros garantizaban a bancos que las superaban varias veces en tamaño. Segundo, existió una falta total de control sobre la emisión de los títulos securitizados, sobre el comportamiento de los bancos y sobre el sistema financiero en general. Por último, cabe aclarar que si bien la crisis comienza por una presión inflacionaria, ésta no apareció como maná caído del cielo, fue la respuesta del mercado a una excesiva liquidez fomentada por los bancos, es decir, ellos mismos cerraron el círculo.
La pregunta final es, dado que el mismo proceso fomentado por el sistema financiero fue el que al fin y al cabo generó la crisis, los directivos de los bancos no la pudieron anticipar y hacer algo para que esto no ocurriera, o fue más fácil hacer la vista gorda y cobrar exorbitantes beneficios por la cantidad de créditos otorgados.
Al igual que como comencé este artículo, sigo creyendo que los economistas más influyentes de Wall Street sabían que esto iba a terminar así, pero decidieron callar e incluso irse. En mi opinión, echarle la culpa a su edad fue una de la mejores excusas que tuvo el capitán Alan Greenspan para no hundirse con su barco.
JUAN ANTONIO HEREDIA
Licenciado en Economía. Master in European Economics and International Finance
Universitá degli studi di Roma "Tor Vergata".