SAN CARLOS DE BARILOCHE.- El último encuentro tiene otros ritos. Ya no es la informalidad que ambienta el resto de los conciertos. La última noche de la XVI Semana Musical Llao Llao tiene otro sello: las mujeres llegan antes, producidas para la gala; los hombres vienen de traje y el intendente de Bariloche, Marcelo Cascón, se sienta en una de las plateas a presenciar el cierre y darle el "hasta el año próximo" a esta reunión de música y naturaleza.
La Orquesta Sinfónica de la Universidad Nacional de Cuyo afina sus instrumentos antes del comienzo. A las ocho menos cuarto se escuchan todos mezclados, en el enorme salón del hotel, sin nada que los aúne en una melodía con sentido. Y son muchos. Esta orquesta que se formó allá por 1948, de la mano del maestro Julio Perceval, marca su presencia y se sale de los límites del escenario que anteanoche quedó pequeño ante tantos músicos, con sus violines, sus flautas traversas, oboes, cellos?
Pero a la hora señalada, antes de que todo comience, el silencio es absoluto.
De todos modos, no fue una noche más. Fue la de despedida. Así que el director general de la Semana Llao Llao, Martín Nijensohn y el productor regional, Marcelo Moscovich, abandonaron su bajo perfil y su lugar en las últimas sillas, para pararse delante del público a agradecer y, sobre todo, a decir hasta pronto: es que ya hay fecha y hasta algunas visitas confirmadas para octubre de 2009, cuando el rito se renueve, en el mismo lugar y ante el mismo paisaje.
Luego de la explicación de Marcelo Arce, que intercaló su clásico humor con datos históricos para darle un marco al programa que se ejecutó anteanoche, ingresaron a la sala el director de la Orquesta, el norteamericano David Handel, y el pianista cubano Roberto Urbay.
La primera parte del último encuentro fue una exquisita interpretación del "Concierto para piano y orquesta Nº 1" en si bemol, Op.23 de Tchaikovsky.
Esos primeros y famosos acordes de la obra sonaron imponentes en el salón Llao Llao. Esos mismos acordes que primero le costaron al autor un primer rechazo de su maestro, Rubinstein; esos mismos acordes que un compañero del instituto logró salvar para que no fueran destrozados por un frustrado Tchaikovsky, y que luego, a la hora de su estreno, el 25 de octubre de 1875, en Boston, fueran el motivo del primer telegrama que salió de esa ciudad norteamérica con destino a Moscú para anunciar el éxito del concierto.
Luego del intervalo, que reúne a los abonados del concierto en un enorme salón lleno de delicatessen y bebidas, llegó la hora de Wagner. De su potencia.
Ya sin el maestro Urbay, la Orquesta dirigida por Handel (que se retira a fin de año de la institución) presentó las obras "El viaje de Sigfrido por el Rhin", de "El ocaso de los dioses"; la obertura de la ópera Tanhäuser y "El oro del Rhin", entrada de los dioses al Valhalla, de la serie "El anillo del Nibelungo".
Presentadas todas como una unidad, las obras escogidas por el director mostraron justamente la grandiosidad de la obra de Wagner, sus contrapuntos y su riqueza cromática. Los aplausos se extendieron durante diez minutos. Pero no hubo bises. El director de la orquesta salió tres veces a saludar, e hizo ponerse de pie a todos los integrantes de la Orquesta. Con los aplausos todavía sonando, todos se retiraron del salón y la noche, la última, llegó a su fin.
Ayer, como parte de los conciertos gratuitos y un regalo de la Semana por el Día de la Madre, la misma Orquesta Sinfónica de la Universidad de Cuyo, se despidió de Bariloche con un concierto en la Catedral; y los coros de Bariloche hicieron lo mismo, pero a las 20.30. Fueron los últimos ritos y la última música de la semana.
