La escombrera de metales pesados en contacto con el agua y el aire genera un drenaje ácido que reacciona produciendo la liberación de los metales, que son arrastrados por las lluvias y el viento. La población es expuesta a estos contaminantes al respirar el aire, llevarse las manos a la boca o después de tener contacto con polvo o tierra que contienen plomo.
En San Antonio gran parte del plomo que entra en el cuerpo proviene de respirar polvo en suspensión, cuya acción varía según su tamaño ya que el de partículas más grandes queda atrapado en las fosas nasales y el de finura extrema ingresa a las vías respiratorias permaneciendo en parte en la mucosa que las recubre mientras que el resto se aloja directamente en los bronquios, los bronquiolos y los alvéolos pulmonares.
Al entrar en los pulmones, el plomo es distribuido rápidamente por la sangre, que lo transporta a órganos y tejidos. El material que no se almacena en los huesos se desaloja en unas dos semanas a través de la orina o de la materia fecal en un porcentaje que llega al 99% en los adultos y sólo al 32% en los niños, por eso ellos son más vulnerables. El plomo, tanto en niños como en adultos, puede desarrollar anemias, provocar perjuicios al riñón, debilidad muscular, daño cerebral y alteraciones en el desarrollo físico y mental. Un alto nivel de plomo en mujeres embarazadas, además, puede producir nacimientos prematuros y bebés con bajo peso o retardar el desarrollo mental y reducir el coeficiente intelectual durante la niñez.