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La caída estrepitosa de la popularidad de los Kirchner se ha visto reflejada de manera bastante cruel en el nuevo mapa horario del país. Mientras que el año pasado San Luis, el feudo de los Rodríguez Saá, fue la única provincia cuyos dirigentes se animaron a desafiar la orden presidencial de adelantar los relojes en 60 minutos a fin de ahorrar energía, en el actual, doce, nada menos, se han negado a hacerlo aunque según el decreto que fue emitido por el Poder Ejecutivo nacional el nuevo horario debería regir "en todo el territorio de la República Argentina". No es que todas las provincias rebeldes estén en manos de dirigentes opositores, sino que sus gobernantes entienden que ya no les conviene adoptar sin chistar una medida que motivaría la resistencia de mucha gente que, con razón o sin ella, insiste en que las tardes soleadas prolongadas del año pasado les produjeron "un estado de malhumor", para citar al vicegobernador salteño. Por supuesto que todos los mandatarios provinciales pueden justificar la decisión que han tomado con alusiones a los escasos beneficios y los muchos problemas que les supondría obedecer las instrucciones de Cristina Fernández de Kirchner porque se trata de un tema complicado, pero nadie ignora que su reacción hubiera sido muy distinta si la presidenta aún contara con la autoridad que poseyó cuando iniciaba su gestión. Mal que le pese, la única provincia occidental que ha antepuesto la lealtad a los Kirchner a lo que se supone son sus propios intereses es Jujuy, gobernada por el kirchnerista Walter Barrionuevo, que quedará como una pequeña isla temporal separada del resto del país por Salta. Hasta último momento pareció que Río Negro y Neuquén tendrían horarios distintos, lo que en vista de su relación estrecha hubiera ocasionado algunos trastornos, pero por fortuna el gobierno local eligió continuar dentro del huso al que la gente se ha acostumbrado. Conforme al gobierno nacional, el cambio de horario propuesto brindaría "ventajas significativas" en el uso de electricidad ya que de otro modo se desperdiciaría una hora de luz matutina que se da antes de que la mayoría se haya despertado que podría emplearse para prolongar la tarde, pero tanto en el oeste del país como en el resto abundan los convencidos de que el eventual ahorro de energía sería demasiado magro como para justificar las dificultades provocadas. Por ejemplo, en la Costa Atlántica bonaerense, donde el gobierno local sí ha aceptado adelantar la hora, los comerciantes se quejan amargamente porque según ellos los turistas disfrutan los anocheceres tardíos en la playa para entonces regresar a sus hoteles sin gastar dinero como es debido, y en otras partes del país muchos atribuirán sus eventuales problemas económicos a un cambio que les parece arbitrario. Puede que tales actitudes no sean razonables, ya que en todas partes quienes están a favor o en contra de la medida suelen dejarse influir por factores políticos de suerte que aquellos subrayan la necesidad de ahorrar energía y éstos hacen hincapié en los perjuicios que causaría cualquier cambio de este tipo, pero a esta altura es evidente que el gobierno nacional se ha mostrado totalmente incapaz de convencer a la ciudadanía de que el cambio de hora serviría para algo. En muchos países ya es rutinario que los gobiernos modifiquen en verano el huso horario a fin de hacer más eficiente el uso de la energía, pero durante años los nuestros se resistieron a hacerlo por motivos políticos. Mientras que los gobiernos débiles tenían miedo a una eventual rebelión de las provincias occidentales, los que se creyeron relativamente fuertes merced a un panorama económico promisorio insistían en que la Argentina no necesitaba ahorrar nada. Si bien el año pasado el gobierno pudo ordenar el cambio de hora sin preocuparse demasiado por las reacciones, ya no puede actuar así. Para que todo el resto del país le prestara atención, tendría que convencerlo con argumentos mucho más persuasivos que los empleados hasta ahora de que a pesar del alivio supuesto por un invierno templado la Argentina sigue enfrentando una crisis energética y no puede darse el lujo de despilfarrar un solo kilovatio de más, pero, claro está, no ha logrado hacerlo, de ahí la situación un tanto ridícula que persistirá hasta la segunda mitad de marzo.
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