Sábado 18 de Octubre de 2008 Edicion impresa pag. 50 > Cultura y Espectaculos
Dos homenajes y dos maestros
Los conciertos del mediodía son tan impactantes como los nocturnos en la Semana Musical del Llao Llao, de Bariloche. El de ayer reunió a dos talentos como el guitarrista Omar Cyrulnik y la pianista Haydeé Schvartz en el recuerdo de Atahualpa Yupanqui y Olivier Messiaen en el centenario de sus nacimientos.

SAN CARLOS DE BARILOCHE.- El mediodía cambia la perspectiva. El reflejo de las montañas todavía nevadas, el lago manso y el cielo azul se cuelan por las ventanas del salón Llao Llao. La gente inunda el espacio. Y afuera, y adentro también, el silencio es absoluto. "Es tan fácil tocar acá, donde están los espíritus vivos de tantos maestros, como Tomás Tichauer, como Atahualpa"?.

Lo dice Omar Cyrulnik, guitarrista, solo sobre el escenario clareado por la luz natural, en este homenaje por el centenario del nacimiento del gran cantautor, guitarrista y escritor argentino, invocado a ese espacio terrenal a través de su música. De su música, y de sus poemas, también.

Pero no es el único. De esos espíritus vivos que nombra Cyrulnik, también hay otro convocado a los mediodías de la Semana Musical Llao Llao: el francés Olivier Messiaen, que comparte la extraña coincidencia de haber nacido y muerto en los mismos años que el argentino: 1908 y 1992 respectivamente. Pero comparten algo más que unas fechas que podrían no significar absolutamente nada: los dos fueron geniales creadores.

Uno, el más importante del folclore argentino; el otro, un creador complejo e innovador. Ambos estuvieron en Francia, pero aún se desconoce si alguna vez se vieron, si se cruzaron. En cualquier caso, nadie duda de que se hubieran admirado mutuamente.

Para el segundo homenaje, el de Messiaen, subió al escenario la talentosa pianista Haydée Schvartz, que carga en su currículum el honor de haber estrenado "Europea 5", de John Cage, en 1997.

Pero los recuerdos de estos dos artistas llegaron por separado. Primero fue el tiempo de Cyrulnik y Atahualpa, que se instaló no sólo con sus chacareras y vidalas, sino también con poemas como "Viejo algarrobo" y "Tiempo del hombre" ("La partícula cósmica que navega en mi sangre/ Es un mundo infinito de fuerzas siderales./ Vino a mí tras un largo camino de milenios/ Cuando, tal vez, fui arena para los pies del aire").

Cyrulnik, nombrado en diciembre del año pasado director del centro de Experimentación del Teatro Colón de Buenos Aires, tiene una gracia y una sensibilidad que hicieron que el auditorio completo contuviera la respiración para dejarse llevar por esa suave vidala que es "Lloran las ramas del viento". "¿Se oye bien allá atrás?", preguntó atento a la extensa fila de sillas repletas. "Es que la vidala es tan interior que uno tiene miedo de que no quede nada afuera".

Por suerte, afuera quedó mucho. Y hubo más. Cyrulnik interpretó "La pobrecita", "Chacarera del campo", la "Canción del abuelo", la "Danza de la paloma enamorada" y "La nadita" . Los aplausos se extendieron para un bis. Pero Cyrulnik prefirió dejarlo para el gran final y darle paso antes a Messiaen.

Haydée Schvartz y su piano fueron un recital aparte, completamente distinto del anterior, aunque tan sentido como el de Atahualpa. Casi encorvada sobre el piano, Schvartz eligió comenzar con "Voiles", de Claude Debussy, un autor clave para Messiaen. Y luego sí llegó el repertorio del francés, complejo, disonante, difícil para los oídos desacostumbrados.

"Ayer, mientras estudiaba, pensaba que esta música pertenece a este paisaje, a la naturaleza, a las sensaciones de estos paisajes", dijo Schvartz. Y tiene razón. Es que Messiaen, además de ser formador de compositores (como Pierre Boulez) fue un ornitólogo musical. Y de hecho, muchas de sus obras pertenecen al "Catálogo de pájaros", como "L´alouette calandrelle" que interpretó Schvartz.

Para despedirse eligió la complejísima y disonante cadencia "Oiseaux exotiques", una obra capital de Messiaen. Pero los aplausos le impidieron irse. Y esta vez, el bis fue conjunto y con un tema que nada tenía que ver con los homenajes del mediodía.

Para irse, con el sol instalado en el salón, ambos le regalaron al auditorio un arreglo de "Agua y vino", de Egberto Gismonti. Poco más que decir sobre un cierre perfecto de un mediodía igual.

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