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Música y arte en la escenografía perfecta | ||
La quinta noche de la Semana Musical Llao Llao reunió al joven y talentosísimo violinista austríaco, Wolfang David, y a la sensible pianista argentina Lorena Eckell, en el marco de un atardecer de postal en San Carlos de Bariloche. | ||
SAN CARLOS DE BARILOCHE.- No mienten. Cuando en los afiches, el programa de mano o los folletos, los organizadores subtitulan a la Semana Musical Llao Llao como "el encuentro del arte y la naturaleza", no mienten. En absoluto. Son las 20 en punto, la hora programada para el concierto nocturno. Desde el ventanal del enorme salón Llao Llao, ya repleto de gente puntual y atenta, se ve el atardecer, sobre un cielo impecable que empieza a teñirse de rosa antes de que salga una luna llena que parece encargada a propósito para una escenografía especial. Y esa vista se convierte, claro, en una postal excesivamente perfecta para la música que, puntual también, comienza a sonar. Ellos no mienten: el arte y la naturaleza se concentran en ese espacio. Antes, el periodista y médico Nelson Castro se despidió de todos (a partir de ayer su lugar quedó en manos del también especialista Marcelo Arce) con el comentario de las obras que se iban a oír, con la complicidad de quien ya hace años que lleva la batuta del maestro en el encuentro y con el carisma que hace que luego se le acerquen a preguntarle sobre el autor o la pieza que se oyó. Al día quinto, ya todos parecen viejos conocidos que se reencuentran en una ceremonia ritual. Se saludan, hacen grupos, comentan lo que vieron y lo que verán. En cualquier caso, de este lado de la naturaleza, el arte lo trajeron Wolfang David, un joven y talentoso violinista austríaco que antes subió a los escenarios del Carnegie Hall de Nueva York o tocó en el Gran Salón de la ONU ante Kofi Annan, entre otros lugares, y la pianista argentina Lorena Eckell, también joven, también talentosa y sensible. El programa fue intenso. El dúo eligió para comenzar la "Sonata N° 3 do menor Op. 45", de Edvard H. Grieg. Y allí, en esta pieza sombría primero y épica después, el violinista demostró por qué se lo considera un talento. Como un poseso, el joven austríaco le puso el cuerpo a esa sonata que no sólo era la favorita de Grieg sino la más popular y la única, de las tres que compuso, que siempre solía tocar. David sonríe, se mueve al compás de su música, mira al público o cierra los ojos y se pierde en la melodía que brota impecable de su violín. El repertorio siguió luego con la "Sonata para violín y piano N°1 re Mayor Op. 12", de Ludwig V. Beethoven, una maravillosa pieza que el músico le había dedicado al injustamente maltratado por la historia, Salieri. La segunda parte del programa nocturno fue más alegre que la primera. Comenzó con el "Scherzo en do menor para violín y piano" de Johannes Brahms, que fue estrenada en 1853. Y siguió una maravillosa interpretación de la música que compuso el austríaco Erich W. Korngold para "Mucho ruido y pocas nueces", de William Shakespeare. Una pieza que seguramente marcó la vida de Korngold, destinado a convertirse en un revolucionario de la música de películas en la tierra de las películas: Hollywood. Aunque "Mucho ruido y pocas nueces" fue estrenada en Viena, en 1920, no es difícil adivinar el talento de este músico para llegar a la fábrica de estrellas de los Estados Unidos, donde, contra su deseo, ganó mucha fama pero perdió su relación con la música clásica (por aquello de que es aparentemente poco serio dedicarse a los filmes). Ganó dos Oscar, hizo la música "Sueños de una noche de verano" y de "Robin Hood", entre otras, y dejó esa maravillosa pieza que anteanoche David y Eckell interpretaron en el salón Llao Llao. La segunda parte terminó con la Viennese Rhapsodic Fantasietta, de Fritz Kreisler, y el dúo se ganó tantos aplausos que no pudo retirarse. Y no una vez, sino dos, tuvo que regalarle al auditorio algunas obras más para que la noche, la quinta noche, termine perfecta, con la luna en el cielo, en ese encuentro de arte y naturaleza.
VERÓNICA BONACCHI | ||
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