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Con la eventual excepción de los que actúan como lobbistas sectoriales, virtualmente todos los economistas coinciden en que el proteccionismo es intrínsecamente malo y que la razón por la que el derrumbe bursátil de 1929 se vio seguido por la Gran Depresión que duró más de diez años fue que los distintos gobiernos nacionales, encabezados por el norteamericano, reaccionaron erigiendo una multitud de barreras aduaneras con el propósito de privilegiar a sus propias industrias. Conscientes de esta realidad, economistas, políticos y funcionarios de todos los países están advirtiendo que sería una tragedia si frente al crack bursátil de las semanas últimas se cometieran los mismos errores que tuvieron consecuencias desastrosas hace casi ochenta años. La presidenta Cristina Fernández de Kirchner parece compartir dicha opinión, ya que hace poco dijo a la UIA que era contraria al proteccionismo. Sin embargo, una cosa son los principios generales y otra muy diferente es lo que hacen los políticos en tiempos difíciles. En una situación como la actual, las presiones en favor de medidas encaminadas a proteger a los empresarios y obreros locales pueden resultar irresistibles, razón por la que es de temer que la libertad de comercio figure entre las víctimas de la crisis que se ha desatado. En nuestro país, el gobierno ha instruido a la Aduana obstaculizar el ingreso al país de bienes cuya venta podrían ocasionar dificultades a los fabricantes nacionales. La lista de productos considerados peligrosos es extensa. Incluye, cuando no, a textiles, juguetes, calzado, indumentaria, motos, computadoras y así por el estilo. El método usado para trabar las importaciones será burocrático y habrá muchas alusiones a la necesidad de prevenir el fraude comercial porque el gobierno no quiere ser acusado de practicar el proteccionismo, lo que le ocasionaría problemas en el frente externo, pero el resultado concreto será el mismo. Con todo, hay un riesgo de que nuestros socios comerciales liderados por Brasil y China opten por bloquear el ingreso de productos argentinos por ser los países más perjudicados, de suerte que los beneficios logrados por la industria local los pagaría el campo por tratarse del sector exportador por antonomasia. Huelga decir que la Argentina no será el único país que, alarmado por la posibilidad de que sea blanco de una "invasión" de productos de consumo de calidad superior y precio inferior a los fabricados por su propia industria, procure frenarla con medidas informales sin por eso animarse a confesarse proteccionista. En un clima de emergencia, muchos lo harán, planteando así la amenaza de que se repita a nivel mundial el proceso que tanto contribuyó a prolongar y profundizar la Gran Depresión. En Estados Unidos, el candidato presidencial demócrata y en la actualidad favorito para suceder a George W. Bush en la Casa Rosada, Barack Obama, ha hecho de su negativa a permitir que "se exporten los empleos norteamericanos" uno de los compromisos clave de su campaña electoral. Si triunfa, se prevé que asumirá una postura muy similar a la de los sindicatos vinculados con el Partido Demócrata que quieren proteger los empleos de sus afiliados con medidas proteccionistas aún más explícitas que las reivindicadas con tanta frecuencia por el candidato, cuya retórica en tal sentido ya está incidiendo en el estado de ánimo de dirigentes en otras partes del mundo. Aunque los beneficios arrojados por el proteccionismo suelen ser menores en comparación con los perjuicios, los grupos interesados en impulsarlo que hablan en nombre de sectores determinados están bien organizados, mientras que los contrarios son dispersos y sólo pueden señalar que a la larga atenta contra el bienestar común, motivo por el que a menudo sectores minoritarios consiguen sus objetivos en desmedro de los demás. Asimismo, es fácil dar al proteccionismo ropaje nacionalista para que logre el apoyo de muchos que minimizan el hecho de que impedir la entrada de bienes procedentes de otros países reduciría su propio nivel de vida como con toda seguridad sería el caso no sólo en Estados Unidos sino también en el resto del mundo, la Argentina incluida, si en adelante resultara más difícil aprovechar los productos relativamente baratos de la muy competitiva industria china.
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