El último mensaje enviado por el japonés de 54.000 toneladas métricas que navegaba en el golfo de Adén fue escalofriante: "Piratas a bordo". Después de esa transmisión, el 20 de julio, el buque enmudeció. Y poco después, los piratas enviaron al Stella Maris, a su tripulación de 20 filipinos y su carga de mineral de zinc y plomo a las anárquicas playas de Somalia.

Semanas atrás, una situación similar ocurrió con el secuestro de un barco ucraniano cargado con 33 tanques de guerra, por el cual los corsarios somalíes reclamaban 20 millones de dólares (el martes 30, una disputa interna habría terminado con la muerte de tres de los raptores).

Éste ha sido un año excepcional para los corsarios de Somalia. Según la Oficina Marítima Internacional (BMI), por lo menos 55 barcos han sido atacados desde enero del 2008 en el golfo de Adén y en el océano Índico, por lo que esas aguas representan hoy la zona marítima más riesgosa del mundo, superando a Indonesia y a Nigeria, los previos poseedores del record.

Ahora los forajidos están exacerbando la ya grave crisis humanitaria de Somalia al interrumpir el flujo de ayuda crítica de alimentos. Y si eso no fuera suficientemente malo, los piratas encontraron últimamente a un aliado inesperado: EE. UU.

Hace dos años, la piratería en el "Cuerno de África" estaba casi erradicada. Los islamistas que asumieron el control de Mogadiscio y partes de Somalia en el 2006 derrotaron a varias milicias involucradas en la piratería y advirtieron a otras que enfrentarían el castigo bajo la severa versión de la Sharia (la doctrina costumbrista islámica). La táctica funcionó: "En el verano del 2006 no hubo ataques a barcos", dice Pottengal Mukundan, director del IMB.

Pero la administración de Bush, que trató de bloquear el ascenso de los islamistas apoyando la facción de un caudillo rival, sospechó que los nuevos líderes de Somalia estaban protegiendo operativos de Al Qaeda. De modo que Washington respaldó a la vecina Etiopía cuando la invadió en diciembre del 2006, derrocando a los islamistas rápidamente e instalando un gobierno de transición respaldado por la ONU. Pero esto sumergió a Somalia una vez más en la anarquía. Hoy el gobierno ni siquiera puede controlar la capital, mucho menos el país.

Aunque los islamistas se las arreglaron para imponer un período de calma relativa, actualmente docenas de milicias combaten una vez más por el poder. Los piratas, algunos apoyados por los caudillos asociados con el gobierno transicional, aprovecharon el caos.

Además de minar el comercio, también han empezado a amenazar los embarques de ayuda necesarios para asistir a 2,6 millones de personas (un tercio de la población de Somalia) que se encuentran a punto de morir de hambre. El año pasado fueron atacados tres barcos fletados por el Programa Mundial de Alimentos (WFP, por sus siglas en inglés). Las cosas mejoraron después de que navíos occidentales aceptaran escoltar los barcos de ayuda, aunque nadie sabe por cuánto tiempo se sostendrá esa intervención. Esto significa que los transportes no tendrán más protección para importar 30.000 toneladas de alimentos mensuales si se quiere evitar la catastrófica hambruna de Somalia, de acuerdo con el vocero de WFP, Peter Smerdon. Si se bloquean los envíos, "podemos empezar a ver escenas similares a la hambruna de 1992-1993 en la cual cientos de miles de personas murieron", dice.

Estados Unidos y sus aliados han realizado intentos periódicos para combatir a los piratas utilizando un grupo de ocho barcos de guerra de EE. UU., Canadá, Europa y Pakistán que patrullan la región buscando terroristas. Pero un reciente viaje a bordo de la fragata francesa EV Jacoubet en el golfo de Adén ilustró los problemas que enfrentan los aliados. El Jacoubet está fuertemente armado y puede rastrear embarcaciones a cientos de kilómetros de distancia. Pero el equipo de alta tecnología no puede hacer todo, dice Yannick Bossou, el comandante del barco.

El verdadero truco es detectar a los piratas antes de que ataquen.

El golfo de Adén, que separa el Cuerno de África de la Península Arábiga, está lleno de pequeños barcos pesqueros y embarcaciones de carga motorizadas que proporcionan fácil abrigo.

Los bucaneros tradicionalmente se disfrazan, se amontonan a bordo de una embarcación de vela grande y navegan hasta 240 kilómetros hacia mar abierto en busca de presas de lento movimiento y casco bajo. Una vez detectado un blanco, lanzan dos o tres esquifes motorizados, utilizan cuerdas y garfios para subir a bordo y someten a la tripulación con armas automáticas y granadas propulsadas por cohetes.

Los ex rehenes reportan que los bandidos combinan lo moderno con lo medieval. Fueron conocidos por masacrar cabras para asarlas en los barcos capturados y pasan gran parte de su tiempo mascando la hoja narcótica dekhat. Pero también utilizan dispositivos de posicionamiento global (GPS, en inglés), teléfonos satelitales y espías en los puertos cercanos tales como Dubai y Djibouti para encontrar a sus víctimas.

Complicando más el problema, una vez que los piratas regresan a aguas somalíes con su botín, generalmente quedan impunes.

Por ejemplo, la ubicación del Stella Maris era bien conocida: lo mantenían fuera de la aldea de Ely, al noreste de Somalia, unos piratas que según se dijo solicitaron un rescate de u$s 3 millones. Pero viendo cómo los estadounidenses y más recientemente los etíopes han sido quemados allá, pocos militares tienen los medios o el estómago para perseguir a los bandidos en un país anárquico y fuertemente armado.

Con la excepción de un atrevido comando francés en abril que capturó a seis piratas involucrados en el ataque a un yate de lujo francés, los piratas en Somalia jamás son propiamente elegidos como blanco. Es un lugar "en donde algunas naciones han conseguido una nariz sangrante", dice Bob Davidson, oficial naval canadiense que comanda los barcos de guerra aliados que patrullan la región. "Sería sencillo decir: ´Nosotros sabemos en dónde están, ¿porqué no van por ellos?´ Pero usted tiene que tener la ley, el armamento y (estar dispuesto a) arriesgar daños colaterales".

Dados los escrúpulos de los poderes extranjeros, los oficiales militares están de acuerdo en que poco va a mejorar hasta que se logre algún progreso en la misma Somalia.

El problema "tiene que ser solucionado en tierra", dice Gérard Valin, el almirante francés que supervisó la incursión de abril. Y por el momento, hay pocas esperanzas de ello. El gobierno de transición se debilita día a día y está dividido por luchas intestinas entre el presidente (un ex caudillo) y el primer ministro.

Todo eso son buenas noticias para los piratas que, dado el número de ataques, parecen estar expandiendo sus operaciones.

El auge no es sorprendente, ya que la piratería es un negocio lucrativo: Siyad Mohammed, líder de una de las pandillas de piratas, le dijo recientemente a Reuters que su grupo logró obtener un rescate de u$s 750.000 tras liberar un barco alemán secuestrado en mayo. Ésa es una cantidad enorme en un país que se tambalea al borde de la hambruna.

Pero aunque puede enriquecer a unos cuantos, ese bandidaje en alta mar promete más miseria para Somalia, aún otra calamidad para un lugar que ya ha sufrido mucho.