La aparentemente escasa presencia física de Martín Nijensohn de la Semana Musical Llao Llao es, paradójicamente, un hecho notable. Una situación de bajo perfil que apenas se resuelve con una fotografía en el programa oficial, donde él y Marcelo Moscovich son tomados desde lejos. Justo al costado un epígrafe indica la realidad: "Directores Semana Musical Llao Llao".
Pero Nijensohn es así: un creador tímido. El alma máter de este sobresaliente encuentro artístico que tiene la extraña manía de ocupar los asientos posteriores. Poco y nada se lo verá a Nijensohn durante el desarrollo de la Semana Musical.
Lo cual significa que realmente no esté. Está, pero detrás. En las sombras. Cubierto por una multitud de responsabilidades y detalles técnicos que deben funcionar en sincronía. Si se le pregunta a Nijensohn acerca de su visión de cómo van las cosas durante el encuentro se mostrará alegre, pero un gesto revelará que también está un poco decepcionado. Todo podría ir mejor. No es casual entonces que se defina como un maniático, un obsesivo, un perfeccionista sin remedio. Es probable que si una persona de su tipo no formara parte de la génesis y del rodar de la Semana, ésta jamás hubiera llegado tan lejos. Pero él sería incapaz de decir algo así de sí mismo. Nijensohn es elegante, cierto, aunque peca de excesiva modestia.
-¿Qué diferencias notas entre esta Semana Musical y las anteriores?
-Hay por lo menos dos. Una es "el siglo XX". Es decir, la llegada del siglo XX a través de las obras que se interpretan. Lo vimos, por ejemplo, en el programa de la Orquesta Sinfónica de Neuquén y durante la presentación del Cuarteto Alexander con obras de Terry Riley y Shostakovich. La otra está referida a la calidad artística de la Semana. Nunca hemos escatimado un centavo y no sólo en términos de dinero sino también en contactos y esfuerzos varios para que vengan los mejores intérpretes. Aunque no parezca, las negociaciones, los trabajos de relaciones públicas son muy arduos, se realizan durante todo el año, y aun tres semanas antes de que inicie la Semana, tenemos cambios de agenda. La calidad de este año se ha visto reflejada en estos primeros días de sobresaliente nivel. Ante la Orquesta Sinfónica del Neuquén me saco sombrero. El trabajo de Andrés Tolcachir ha sido enorme. Por supuesto, también lo fue la presentación del Cuarteto Alexander, del joven violinista Noé Inui, y de los ganadores del Tercer concurso Nacional de Música de Cámara, Diego Núñez y José Azar.
-También dos jóvenes intérpretes.
-Núñez es un saxofonista que seguramente ya querrían tentar los amantes del jazz. Es un virtuoso y ya estaba contactado antes de que ganara el concurso. Eso habla del nivel de los artistas que convocamos.
-Año tras años has ido edificando esta Semana, que ahora es una tradición. Puesto que ha salido bien "el atrevimiento" de continuarla ¿qué sientes al respecto?
-Nunca está bien. O sí. Pero yo siento que no. Que podría haber estado mejor, que podríamos haberlo hecho mejor.
-¿Cómo encaras cada temporada, entonces?
-Cada año hago la destrucción intelectual del festival. Y lo hago todo de vuelta. Por supuesto, muchas cosas han cambiado. Nuestra organización es más eficiente, más aceitada, finalmente encontramos un grupo humano que funciona muy bien.
-El bajo perfil es un sello de tu parte, y un sello distintivo tratándose de un espectáculo de este tipo.
-Soy una persona de una timidez extrema. Me cuido mucho de correrme de la vidriera.
-Aunque fundaste la Semana Musical.
-Es que estoy en los detalles técnicos, en la relación con el hotel y los paquetes turísticos, en las necesidades técnicas de los músicos. Es otro lugar desde donde trabajar. No me gusta figurar y es curioso porque muchas veces en los pasillos me cruzo con gente de Bariloche que me da la mano y me saluda, y después de tantos años todos me resultan familiares. Pero debo reconocer que, más allá de mis manías, este trabajo me hace feliz y una persona más completa.
-Este año he notado la presencia de una importante cantidad de jóvenes escuchando los conciertos. La gente en las escaleras también es otro reflejo de la repercusión que ha alcanzado la semana.
-Para mí era insospechado lo que iba a suceder, por ejemplo, con la Sinfónica del Neuquén. Pero Marcelo Moscovich me hizo ver la convocatoria que su presentación lograría. Me ayudó a reflexionar acerca de que el efecto de un concierto orquestal no iba ser lo mismo que uno de cámara. Así fue y la sala estaba a reventar. Somos muy felices de que llene de ese modo.
-¿Hay una manera de contarle, de narrarle a un joven o a personas no habituales de la música clásica, lo que sucede acá y de incentivarlos a participar?
-A ellos les diría simplemente que se atrevan. Uno no puede hacer sin atreverse. Sería bueno que vengan los padres con sus hijos, y quizás no le guste al padre, pero al hijo quizás le quede algo en la memoria. Y ese algo puede marcar la diferencia en el futuro.
-Existe una relación entre escuchar un concierto y leer, ambos disparan imágenes, sensaciones visuales.
-Coincido. Siempre digo: hay que leer y leerles a los hijos. No importa si es una novela de detectives, leer abre ventanas. Y escuchar esta música es ser parte de un momento único, personal e irrepetible.