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"Los muertos son descartables, se disuelven en el fuego" | ||
Como es de público conocimiento, la Ordenanza 10.407 emitida por Decreto Reglamentario 531/ 08 cuyo Art. 34 detalla los plazos acordados por arrendamiento vencido de los nichos de nuestros antepasados causó vituperios justificados en la comunidad por verse comprometida a exhumar a sus familiares directos en contra de su voluntad. Obligar a una persona a reducir a cenizas los restos de un ser querido cuando han permanecido descansando durante décadas en el mismo sepulcro -que por cierto tiene un costo de mantenimiento mensual- es una imposición altiva que pasa por alto voluntaria o involuntariamente el respeto a las creencias religiosas particulares y a la relación espiritual que cada individuo en particular entabla con sus muertos. Por otra parte, es comprensible que en nuestra necrópolis ya no puedan albergar tantos difuntos y que los nichos no sean suficientes; no obstante las autoridades pertinentes deberán evaluar la posibilidad de habilitar un nuevo predio -con la ayuda de la recaudación impositiva que se recibe anualmente de los contribuyentes- en lugar de que los restos de nuestros queridos difuntos tengan que partir a otra necrópolis privada y lejana o ser cremados como única alternativa posible. En mi caso particular no apruebo la reducción a cenizas por varios motivos religiosos, a pesar ( o por ello) de profesar la fe católica apostólica y romana activamente. La reglamentación causó mucho dolor a familias queridas y respetadas de nuestra comunidad que se vieron obligadas a reducir a sus seres queridos y a profanar los nichos que los albergaron durante tantos años. ¿Qué pasará entonces con los tradicionales e históricos panteones de la avenida central de nuestro cementerio, que ocupan parcelas considerables y construcciones importantes, algunos de ellos vacíos por completo y concedidos por noventa y nueve años? Demolerlos simbolizaría un pecado inconcebible a la tradición cultural póstuma y al arte mortuorio de nuestra historia local. Por otra parte, dejarlos tal como están y con sus huéspedes ilustres adentro de sus criptas significaría una injusta y deliberada desigualdad de los derechos de todos los contribuyentes, que con nuestros aportes mensuales mantenemos el predio y a nuestra "morgue" tal como lo hacen los licenciatarios de los panteones. Una allegada nuestra, oriunda de una familia antigua de nuestra comunidad -como lo es también la mía- se ve tristemente obligada a desarmar el nicho de su padre, a quien nunca conoció por morir durante su gestación. El único contacto emocional que la sostiene con su progenitor fallecido trágicamente es el lugar póstumo que lo alberga. Para ella las visitas a su sepulcro constituyeron toda su vida -y aun después de haber tenido a sus hijos que repitieron la costumbre- el momento de encuentro, de diálogo y de oración con su padre. En los tiempos que corren todas las tradiciones y valores se desenhebran a gran velocidad y los epitafios se escriben en el aire o en el agua. Los cuerpos se derriten en el fuego y las cenizas se espolvorean en lugares significativos para los que parten. Los muertos son descartables, no se velan ni se entierran; se disuelven en el fuego, en el aire y en el olvido. Pero aún quedamos unos pocos que sostenemos la tradición y la costumbre. Daniela Natali Cosentino DNI 20.793.806, Neuquén | ||
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