Jueves 09 de Octubre de 2008 Edicion impresa pag. 42 > Cultura y Espectaculos
MEDIOMUNDO: Momentos

Madrugada.

Despiertas. Es la nada. Estás del lado equivocado de la cama. Por un momento creíste ser un cometa. Un mago. Un fantasma. Levitabas. Pero no. Eres un espejo de la noche. Todas las fichas te caen al mismo tiempo. Fuiste una monja en la India. Un guerrero caído en un campo de batalla en Escocia. Un jugador de golf gordo y engreído en Las Vegas. Un amante en Venecia. Un suicida en Berlín. Fuiste el que lloró por Jesús sin conocerlo. Y el roquero que jamás llegó a tocar en Woodstock. Fuiste una ninfa. Y un demonio. El siervo y el condenado. El paje y el caballero. El buscador y el arraigado. El niño y el anciano. Todo eso en un segundo, en una fracción de segundo. Luego descubres que estás ahí. En tu casa. En tu dormitorio. Y que tus hijos duermen a pierna suelta. Y que tu mujer sigue enojada contigo. Y que bebiste de más anoche. Y que necesitas un Uvasal. Que eres un hombre, una mujer en este siglo, en este milenio. Huele rico. Piensas en flores. No sabes por qué.

 

Tarde

Si te preguntan lo negarás de plano: no, no estás triste. Es sólo que has decidido abandonarte a la tarde soleada. Dejar que el tiempo pase a través de ti. Entre las 15 y las 18. Sin oponer resistencia. Y los pensamientos se abren paso. Un desfile de imágenes. De niño vestido con pantalones cortos de una tela gruesa, incómodos. Junto al mar jugando a construir un castillo que se llevarán las olas. En una noche adolescente pensando en cómo será tu primer beso y, un segundo después, creyéndote todo un hombre, en cómo será tu primer sexo. Podrías caer fulminado en este preciso instante en que el sol penetra tus párpados dejándote ciego. Podría ser el lugar y el momento de teletransportarte a un planeta lejano. Si te lo preguntan dos veces, quizá no mientas y lo reconozcas: estás triste. No puedes dar razones. Qué estúpida es la nostalgia. Tal vez estás triste por lo que eres. O por lo que no eres y quisiste ser ¿Vale la pena hilar tan fino? Sólo sirve reconocer que nunca fuiste tan consciente de que perteneces a una energía coincidente. Estás constituido por pequeños fragmentos unidos por la voluntad del universo y ahora mismo otros fragmentos, hijos y nietos de vientos milenarios atraviesan tu cuerpo. Después de todo, quizá sí, estás siendo teletransportado a la próxima galaxia.

 

Noche

Te morías por ir al bar y sentarte a la barra a charlar sobre la inmortalidad de los cangrejos. Pero al final no te moriste y te quedaste tirado en tu cama leyendo tres libros a la vez. Como por arte de magia, y ésta sí que es una magia notable, tus críos se han dormido al mismo tiempo. Vas de un volumen al otro con el ánimo del adicto al que le han invitado a un banquete sin restricciones. Baco te espera en la puerta. No asumes ninguna decisión definitiva. Un poco de poesía, el fragmento de un libro pequeño de historias aun más pequeñas, un volumen dedicado al poder. Miras con codicia el resto de tu biblioteca que duerme junto a la cama. Haces dos líneas y te dejas llevar. Esto se parece a tu infancia. Ésta es tu infancia. Y tu presente y tu futuro funcionando al unísono. Tus ratos en solitario en tantos escenarios que han ido quedando atrás para luego regresar convertidos en rayos luminosos. Explosiones solares. Sin embargo, lo único que persiste pleno, puro como el agua de un río de montaña, la única mirada que persevera, es esta experiencia curativa: leer. Perderte. Fugarte en las palabras profanas que alguien una vez anotó en un cuaderno. En una de sus entrevistas Borges se imagina el paraíso como una biblioteca infinita. El Murci, un buen amigo y fumador empedernido, soñaba el suyo como una pileta olímpica llena a rebasar de cigarrillos. Carl Sagan escribió que en la próxima vida estaremos sumergidos en el territorio de nuestros deseos más dulces. Y tú. Te imaginas al interior de un castillo en Transilvania. La chimenea gigantesca alimentada por troncos descomunales. Probablemente, otoño. Y las paredes. Las paredes fastuosas. Ridículamente fastuosas. Pletóricas de libros en mil idiomas. En ese guión desquiciado, tú eres el conde Drácula, el que no muere para leer por los siglos de los siglos. Amén.

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