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Al ser informado por los diarios de su país que acababa de morir, el humorista norteamericano Mark Twain respondió diciendo que la noticia le parecía un tanto exagerada. Lo mismo podría decirse de las opiniones de quienes suponen que a raíz de la tormenta financiera que ha estallado, Estados Unidos ya ha perdido su primacía económica, poniendo fin a un período caracterizado por el crecimiento vertiginoso de buena parte de la economía mundial. Si bien no hay duda de que el prestigio de la superpotencia se ha visto socavado por el desbarajuste que se originó en su mercado inmobiliario, no ha sido afectada la convicción generalizada de que en comparación con todas las alternativas sigue siendo el país más seguro, razón por la que una consecuencia inmediata de la crisis ha consistido en el fortalecimiento del dólar. A juicio de europeos, latinoamericanos árabes y, sobre todo, asiáticos, con la eventual excepción de los japoneses, la moneda y por lo tanto el sistema político y económico de Estados Unidos son más confiables que los propios, motivo por el que en medio de la convulsión que está agitando al planeta entero tratan de protegerse comprando dólares y bonos del Tesoro norteamericano. Merced a ellos, el dólar se ha revaluado frente al euro, a la libra esterlina, al franco suizo, al real y, desde luego, al peso argentino. De haberse limitado la crisis a Estados Unidos, el dólar, que desde hacía más de un año perdía valor ante otras monedas, se hubiera visto perjudicado, pero en cuanto se dio cuenta de que golpearía a todos los países, la situación se modificó de manera radical. Pronto se hizo evidente que sólo Estados Unidos estaba en condiciones de armar un paquete de rescate tan gigantesco como el aprobado la semana pasada por el Congreso. Por penoso que fuera el espectáculo brindado por el presidente George W. Bush, los dos candidatos a sucederlo, Barack Obama y John McCain, además de los representantes y senadores de ambos partidos, por lo menos resultaron capaces de llegar rápidamente a un acuerdo, a diferencia de los mandatarios europeos cuyo desconcierto sigue siendo patente. Asimismo, ya se ha difundido la impresión -sólo se trata de eso puesto que en el mundo opaco de las finanzas los datos fehacientes escasean- de que las instituciones bancarias europeas podrían estar peor paradas que sus equivalentes norteamericanas y japonesas, ya que a pesar de reglas supuestamente más severas se las ingeniaron para adquirir cantidades notables de deuda "tóxica". Se ha producido, pues, una situación paradójica. Mientras la economía mundial funcionaba bien, el liderazgo norteamericano propendió a debilitarse porque en el medio ambiente relativamente estable que existía, otros países, en especial China, podrían progresar mucho aumentando su capacidad manufacturera y acumulando reservas, pero no bien irrumpió una crisis sistémica imputable al endeudamiento de demasiados norteamericanos, Estados Unidos recuperó su papel central en el orden financiero mundial, de ahí la voluntad de casi todos los demás de adquirir dólares. Que ello haya sucedido puede comprenderse: por cuestionables que hayan sido las prácticas de muchas entidades financieras de Estados Unidos, las autoridades norteamericanas son más confiables que sus equivalentes del mundo árabe, de China o de cualquier otro país asiático salvo el Japón, de suerte que es natural que millones de personas crean que resulta mucho mejor no correr riesgos dejando sus recursos al alcance de los gobernantes locales. Es por lo tanto posible que estén en lo cierto los pocos que han previsto que la crisis, lejos de significar el fin del protagonismo norteamericano, podría servir para prolongarlo. En tiempos signados por la inestabilidad económica y financiera, quienes puedan procurarán conseguir la protección de la potencia que a su juicio resulta más confiable, la que a pesar de todo lo ocurrido últimamente es, por sus dimensiones, por la fortaleza de sus instituciones y también porque se ve beneficiada por el ahorro ajeno, Estados Unidos. Aunque es evidente que los norteamericanos tendrán que someterse a un ajuste doloroso puesto que en buena lógica no es factible que sigan consumiendo indefinidamente por encima de sus medios, parecería que otros pagarán el grueso del precio de la crisis que se ha desatado.
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