Lunes 06 de Octubre de 2008 > Carta de Lectores
Reacción austríaca

El estrepitoso avance de dos partidos calificados, en este caso sin demasiada exageración, de "neo-nazis" en las elecciones generales austríacas del domingo anterior, donde juntos consiguieron casi el 30% de los votos populares, ha sembrado alarma en el resto del mundo no sólo porque sucedió en la cuna del nazismo original sino también porque refleja una tendencia que afecta a todos los países miembros de la Unión Europea, donde los movimientos políticos centristas largamente dominantes se ven amenazados por diversas manifestaciones de la extrema derecha. El fenómeno así supuesto se debe en buena medida a la resistencia de los partidos establecidos a entender la importancia del impacto de los cambios políticos, económicos, sociales y demográficos que se han producido últimamente en el Viejo Continente. Por cierto, los austríacos distan de ser los únicos que se sienten angustiados por la pérdida de autonomía que es atribuible al poder creciente de "los burócratas" de Bruselas y por la inmigración masiva de grandes cantidades de personas que, lejos de sentir respeto por las costumbres y tradiciones europeas, no disimulan su voluntad de reemplazarlas cuanto antes por las propias. Aunque todos los gobiernos de la Unión Europea estén adoptando legislación destinada a frenar "la invasión", se ha difundido la sensación de que sólo los partidos netamente derechistas, los que se oponen frontalmente al "multiculturalismo" y a la "corrección política", realmente entienden la magnitud de lo que está sucediendo. Se ha creado, pues, una situación que partidos desembozadamente nacionalistas y por lo común xenófobos saben aprovechar, de ahí el éxito notable del extremista francés Jean-Marie Le Pen antes de que el actual presidente galo Nicolas Sarkozy lo privara de sus banderas más respetables y de austríacos como Heinz-Christian Strache y Jörg Haider, cuyos partidos acaban de anotarse triunfos parciales en las elecciones anticipadas.

El resurgimiento del nacionalismo en Europa no debería motivar ninguna sorpresa en la Argentina, ya que los sentimientos expresados por sus dirigentes son los mismos que aquí conforman la ortodoxia progresista consensuada, puesto que tienen que ver con el orgullo nacional y la defensa de la identidad propia. Sin embargo, después de la Segunda Guerra Mundial las elites europeas decidieron, por motivos evidentes, que el patriotismo era intrínsecamente malo y que por ser de valor igual todas las culturas nacionales les correspondía promover la diversidad costare lo que costare. Últimamente tales actitudes se han moderado al comenzar a entrar las economías de la UE en recesión, pero sigue existiendo una brecha muy grande entre las de las elites políticas, académicas y mediáticas por un lado y, por el otro, aquellas de la "gente común" que, para indignación de los más comprometidos con la "construcción europea" y de la inmigración indiscriminada, sigue aferrándose a valores considerados anticuados.

Por lo pronto, han sido contraproducentes los esfuerzos del establishment progresista europeo por responder al desafío planteado por la derecha auténtica. Al tildar a todos aquellos que manifiestan preocupación por el crecimiento de grandes comunidades musulmanas reacias a asimilarse, cuyos voceros suelen ser agresivamente antidemocráticos, de "racistas" o "fascistas", cuando no de "neo-nazis", solamente han logrado hacer borrosa la distinción entre quienes realmente lo son y los conscientes de que el islamismo militante sí constituye un peligro y que es lógico que la gente proteste contra cambios sociales y culturales que preferiría ahorrarse. Mal que les pese a los convencidos de que el estilo de vida de los distintos países europeos carece de valor y que por lo tanto sería perverso intentar conservarlo, los que no piensan así se cuentan por decenas de millones.

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