La aprobación por la Cámara de Representantes estadounidense de una versión modificada del plan de rescate improvisado por el gobierno del presidente George W. Bush trajo alivio al mundo entero porque desde hace poco más de una semana se instaló la idea de que sin los 700.000 millones de dólares que se usarán para absorber deudas actualmente incobrables, el sistema financiero mundial se paralizaría, con consecuencias nefastas para la "economía real" no sólo de Estados Unidos sino también de virtualmente todos los demás países. Aunque es posible que quienes operan en los mercados hayan exagerado el peligro de un colapso universal, es de esperar que los efectos del rescate sean tan positivos como prevén sus artífices y los políticos que lo impulsaban a pesar del escepticismo de la mayoría de los norteamericanos que se siente indignada por lo que cree será la transferencia de una proporción de sus propios ingresos a los banqueros de Wall Street, puesto que la crisis que se ha desatado ya está provocando estragos en Europa donde Irlanda y Francia acaban de caer en recesión y se teme que a todos los demás países de la UE les espere el mismo destino. Con todo, no puede sino motivar preocupación el que el plan original de tres carillas se haya visto inflado con medidas agregadas para permitir que legisladores nerviosos se reconcilien con los votantes hasta tal punto que el proyecto aprobado fue de 450 carillas. Después de todo, la génesis de la crisis actual se encuentra en legislación parecida a la que acompaña lo que comenzó como un rescate financiero muy sencillo.
El colapso de confianza en las instituciones financieras mundiales protagonizado por los financistas mismos ha sido tan rápido que ni siquiera los economistas profesionales más prestigiosos parecen entender muy bien lo que está sucediendo. Saben desde hace años que de estallar la burbuja inmobiliaria los deudores hipotecarios favorecidos por leyes destinadas a eliminar la "discriminación" contra integrantes de minorías mayormente pobres serían incapaces de pagar las cuotas correspondientes, pero nadie previó que el desbarajuste resultante sería tan colosal que sería necesario inyectar 700.000 millones de dólares, o más, para atenuar las consecuencias. Asimismo, incluso un mes atrás, sólo los gurúes más pesimistas vaticinaban que los mercados estaban por desplomarse y que bancos de inversión supuestamente fuertes no tardarían en desaparecer o transformarse en bancos comerciales.
Por lo tanto, parecería que la crisis que tiene en vilo al mundo se debe en buena medida a factores psicológicos. Quienes operan en los mercados actúan como si conformaran una manada que corre de un lado a otro ya por sentir miedo de algo que puede resultar inofensivo, ya porque oye un rumor sobre la proximidad de ganancias fáciles. Es por eso que a veces los mercados financieros se entregan al optimismo delirante, como ocurrió hace poco cuando se gastaban millones de dólares en comprar sitios en la internet que después valdrían muy poco, pero también pueden caer en el pesimismo absurdamente exagerado que, por desgracia, a menudo crea situaciones que lo justifican. Aunque no sorprende que en todas partes políticos y otros estén reclamando que el gobierno local intervenga para disciplinar los mercados con reglas más severas, no habrá garantía alguna de que en adelante no se produzcan más burbujas especulativas o períodos signados por el pánico. Por lo demás, la mayor intervención de políticos y funcionarios en el mundo nada transparente de las finanzas brindará a los corruptos más oportunidades para lucrar porque estarán en condiciones de conseguir información privilegiada. Otro riesgo es que mercados cuidadosamente regulados no puedan desempeñar su función de asegurar que el dinero de los inversores llegue a los individuos, empresas, instituciones o países que están en condiciones de usarlo para generar más riqueza. Por cierto, sería lamentable que los reformadores olvidaran que, antes de producirse la implosión financiera más reciente, el sistema posibilitó las décadas de crecimiento que permitió que centenares de millones de chinos y otros disfrutaran de un nivel de vida antes limitado a los habitantes de un puñado de países considerados avanzados.