Integrante de una generación que vivió y filosofó en ese orden y no a la inversa, y sin quedar atrapado en la nostalgia de un mundo por hacer, románticamente concebido en la juventud, Laría nos ofrece su reciente Calidad Institucional y Presidencialismo (Grupo Editor, 2008); ejercicio de profunda racionalidad lógica, honestidad intelectual y solidez ética.

Este ensayo, imprescindible para comprender el qué, el cómo y el porqué de la crisis social y del Estado argentinos -lo que hay dirían los populistas vernáculos-, prolonga y actualiza aportes anteriores del diagnóstico inacabado de esta Argentina insatisfactoria e incomprensible para propios y extraños.

Del contraste entre las viejas utopías de ayer (bajo contextos e inspiraciones hoy inexistentes), y una realidad social muy distinta cuyas poderosas fuerzas motrices examinara en su exilio español, Laría renueva su pasión intelectual buscando nuevos signos y sentidos a nuestra vida política.

Para ello no rinde tributo al pensamiento oficial, a la sensiblería debida o a la moda, ni a ningún tipo de viejas estéticas, ni a sus reciclajes actuales, analizando y refutando dogmas y fetiches inservibles de nuestra historia, mostrando en clave actual nuestra baja calidad institucional y señalando el agotamiento colectivo de las esperanzas en la vida pública institucional actual, con los graves riesgos que ello implica.

Dada la mayor disponibilidad social para criticar y repudiar lo que no va más, antes que para pensar y construir las alternativas políticas necesarias, apunta a un diagnóstico crudo de la realidad para superar los obstáculos de nuestras miserias y debilidades culturales, incluidas las manifestaciones clientelares de la intelectualidad del poder. Así sostiene que "la verdadera ciencia política debe comenzar por la detección del error y el combate contra el error, y no estableciendo pseudas leyes de la historia o de la sociedad".

Indirectamente impugna una metodología frecuente que examina sus objetos de estudio con categorías y técnicas analíticas y hermenéuticas sesgadas por la ideología, que presenta un alambicado lenguaje técnico y una metodología que convierte los temas sencillos en un sistema complejo de difícil interpretación sobre la base de desmontarlos hasta niveles moleculares.

Si se añade la exigencia de un engorroso aparato erudito cuyas citas de autoridad a pie de página convierten los libros y las carreras profesionales de sus autores en un ejercicio de ilustración de tesis ajenas se comprende que muchos intelectuales apenas bordeen tantos fenomenúnculos de la realidad (esos fenómenos escatológicos de la vida social bajo gobiernos y sistemas políticos populistas) y terminen avalando indirectamente prácticas autoritarias, personalistas y de baja racionalidad científica y técnica.

En Laría, por el contrario, la escueta referencia a autores y obras en el texto mismo no obra como bastón ni como paraguas donde apoyar o amparar su derrotero, evitando cualquier contrabando político e ideológico en beneficio propio o ajeno al no canonizar puntos de vista a la moda, y eludiendo convertirse en un reformulador o compilador, o un escribiente de monografías asépticas para congresos.

Así nos transmite la esencia del populismo -experiencia histórica y/o metodología política-, producto del sistema presidencialista, generador de verticalismo, de dominación/subordinación y de clientelismo, deformaciones del sistema republicano más allá del Poder Ejecutivo, zona liberada de muchos genuflexos, correvediles, alzamanos, punteros y activistas al servicio del gobernante de turno y de su clan, y siempre en desmedro de las leyes.

Política y ciudadanía se han vuelto entonces ejercicios divertidos y rentables: como en la perinola, el premio mayor es el irrenunciable toma todo que motiva y moviliza las decisiones totales del ser en la mayoría de quienes viven de la política y del presupuesto, y de negocios conexos más rentables.

No obstante el dramatismo de este cuadro, reflejo de la crisis moral de la sociedad toda, las espadas intelectuales del poder lo niegan fervorosamente alegando ser fruto de la antipolítica -supuesta táctica oportunista de la derecha al servicio de los intereses del Imperio- poniendo en ellos esfuerzos y habilidades dignos de mejor causa.

Enmascarados en sus estilos "progres", sus frívolas retóricas y sus gestualidades crispadas, dificultan la resolución de la tensión entre el falso declaracionismo principista del populismo y los reales intereses individuales y corporativos de sus personeros. Y si no ¡atención a las noticias!, que la baja calidad institucional, clientelismo, anomia, corrupción y atraso son frutos del populismo real latinoamericano -solidario y transversal- antes que de una conjura antiargentina de aquellos países que al estar mejor que nosotros nos recuerdan tácitamente los estrechos límites de nuestra capacidad y creatividad políticas.

Por tanto, las responsabilidades incumben a los sátrapas y a sus teólogos que canoniza en discursos falaces e inmorales las peores imposturas intelectuales, como la que sostiene que si bajo ciertos populismos existieron mejoras sociales por qué habríamos de renunciar al método cuando ha sido más efectivo que la fracasada racionalidad oligárquica; o la otra que afirma que el populismo garantiza mejor la gobernabilidad que otras opciones desvaídas, horizontales y democráticas. Argumentos habituales de quienes fungen de profundos, realistas y populares, siendo simples estafadores y demagogos populistas, detrás de los cuales será preciso buscar siempre las "razones" particulares que explican sus "compromisos".

Laría desnuda la hipocresía social procurando pasar del simple consenso inercial de rechazo popular a otro de rechazo político -política y técnicamente formulado-.

Tras un interesante análisis de la alternancia política deseable, propone un salto cualitativo en nuestra vida política, económica, social y cultural para frenar, reducir y eliminar las componentes negativas del populismo. Ello requiere imprescindiblemente cerrar el ciclo histórico del presidencialismo de nuestra constitución política, girando hacia opciones moderadas, de centro o de centro-izquierda democrática e institucional, especialmente hacia un sistema parlamentario, más propicio al diálogo, a los acuerdos políticos y a la generación de políticas de Estado sustentables.

Con tanta sencillez como precisión, derrochando sentido común, el menos común de los sentidos como es sabido, propone cambiar la cultura para cambiar las instituciones, y también a la inversa, y al hacerlo sorprende al lector, generalmente convencido de que para estos temas sólo están habilitados los especialistas, los gurúes herméticos y los fantacientíficos.

Scalabrini Ortiz, aquel intelectual insobornable tan olvidado como desconocido, nos dejó esta advertencia:

"Si en la lectura de estas notas (de historia económica) tropieza el lector con alguna dificultad de comprensión acháqueselo a mis defectos de expositor. Estos asuntos de economía y finanzas son tan simples que están al alcance de cualquier niño, sólo requieren saber sumar y restar. Cuando usted no entienda una cosa pregunte hasta que entienda. Si no la entiende es que están tratando de robarlo. Cuando usted entienda eso ya habrá aprendido a defender la patria en el orden inmaterial de los conceptos económicos y financieros".

Sin necesidad de manifestarlo, el autor recorre esa misma línea de sencillez y ética profesional construyendo un relato de agradable recorrido, modelo de comunicación armoniosa cuyo efecto persuasivo más de un cientista social consagrado querría para sí mismo.

CARLOS SCHULMAISTER (*)

Especial para "Río Negro"

(*) Profesor de Historia.