Lunes 29 de Septiembre de 2008 Edicion impresa pag. 12 y 13 > Opinion
Lucha política, lucha de intereses

Las razones subyacentes de toda lucha política son los intereses económicos y el poder.

El patriotismo, en cuyo nombre se han producido grandes tragedias, es un sentimiento tan poderoso que suele ocultar la esencia de la lucha política.

Ejemplo típico de esta afirmación fue el desencadenamiento de la Primera Guerra Mundial, en que los pueblos se mataron en las trincheras de Europa por la competencia de los imperialismos. Si hasta la socialdemocracia alemana, partido obrerista con mayoría en el Reichtag, votó a favor de un presupuesto de guerra. Desencadenada ésta, murieron millones por los intereses de unos pocos, que veían en la expansión territorial una fuente de inagotable riqueza.

No obstante, algo hemos avanzado y en democracia esa lucha política se hace habitualmente en términos civilizados, con cartas magnas, leyes y procedimientos que limitan la lucha a la exposición de las ideas. Se sabe que cuando la tensión es mayor de lo que una sociedad está dispuesta a tolerar, los términos civilizados son reemplazados por la lucha salvaje, donde suele imperar una sola ley, la de la selva.

En el reciente episodio por la imposición de las llamadas retenciones móviles, la tensión elevó la temperatura del debate y también de los hechos de modo desmedido, hasta que una solución formal de uno de los poderes de la república zanjó la situación. Pero hubo en su desarrollo claras amenazas de desestabilización que se presentaban como odio incontenible hacia las figuras del matrimonio Kirchner. Era algo conocido por quienes vivimos la política argentina desde hace largos años. Era un odio dispuesto a todo, caldo de cultivo y desencadenante de manifestaciones violentas contra quienes parecían representar intereses opuestos. Era palpable el resurgimiento de un antiperonismo visceral. Por eso se habló de ánimo destituyente. La salida prematura de las cacerolas a la calle no fue otra cosa que la intención fallida de reproducir un diciembre del 2001. Sin embargo, era evidente que se trataba de otras clases sociales, que pretendían equiparar la injusticia de entonces, de los millones que no podían ni siquiera comprar pan, con los que pujaban, ahora, por no perder una parte de sus altos ingresos.

En el conflicto campo-gobierno, el nudo de la cuestión no era si la presidenta se presentaba con un discurso que no admitía réplica y o si el ex presidente Kirchner andaba rodeado por D' Elía y otros. Uno puede censurar estilos, pero eso no debe ocultar lo que está en juego. Y estaba en juego una puja por el ingreso nacional, que por una vez en la historia argentina se quería equilibrar en la balanza social, después de muchos años.

No hay posibilidad de desarrollar el país si no es con recursos y éstos están en la producción agropecuaria, por el designio de grandes grupos de población en el mundo que desean comer. Algo tan elemental. Y los argentinos poseen el territorio que pertenece ocasionalmente a unos pocos compatriotas, que siembran y cosechan sobre sus enormes praderas.

No es que la Argentina sea el campo, el campo es una parte de la Argentina, que es distinto.

La sociedad ha soportado las crisis de todos los sectores, con desocupación, bajos salarios, inseguridad, falta de educación, sin sanidad ni obras de infraestructura, es justo que ahora, que el ingreso de un sector se multiplica significativamente, una parte de esos recursos sirvan para atemperar esos graves problemas.

Claro que el productor debe tener un margen para reinvertir y para gozar de un justo excedente y los impuestos no pueden ser confiscatorios. Pero hablamos del productor real, no del rentista ni de los grandes exportadores, ni de los extendidos pooles, que se llevan la parte del león y colocan como mascarón de proa en el conflicto la baja rentabilidad de los pequeños y medianos productores.

Aquellos no se levantan al alba a trabajar en el campo. Más vale controlan sus posesiones desde Puerto Madero u otros lugares ubicados en la city porteña, observando la evolución del precio internacional de las oleaginosas y otros rubros de sus múltiples inversiones.

Hubo sectores del pueblo argentino que no percibieron los intereses en juego y se volcaron en contra de quien se los defendía. Las razones de ese convencimiento fueron, en lo esencial, factores banales, sin ninguna correlación con su propio grupo social de pertenencia.

Si no queremos besar la mano de quienes nos pagarán con políticas de ajuste y malsanas leyes laborales, más vale que identifiquemos bien de qué lado estamos en esta lucha de intereses.

 

 

OSVALDO PELLÍN (*)

Especial para "Río Negro"

(*) Ex diputado nacional 1985-1989 y 1993-1997. Ex convencional constituyente de Neuquén .

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