No importa qué tan grande fuera la mentira, el acto de cinismo, el engaño o el truco en escena, Paul Newman, podía enmascararlo detrás de una sonrisa. Su rostro perfecto era poseedor de un gesto por el que hubieran matado una colección de galanes modernos. Como James Dean, como Marlon Brando, como su compañero de andanzas, Robert Redford, Paul Newman, había nacido bello y talentoso.
De las muchas películas en la cuales Paul Newman interpretó una versión maliciosa de sí mismo -porque convengamos que en algún punto, Paul Newman estaba obligado a prolongarse en la pantalla, de no hacerlo hubiera sido una aberración, un insultó a la divinidad que lo creó- es en "La leyenda del indomable", donde alcanza, en la matiné de su carrera, su punto más alto como artista. Luke, el salvaje pero dulce presidiario, representa la génesis de todos los álter egos del actor que brillarían en los años siguientes.
El filme de Stuart Rosenberg cuenta la historia de un joven delincuente que está determinado o incluso imposibilitado de someterse a las reglas del sistema carcelario, aun sí esto implica su muerte. Luke vive al día. Carpe diem. Su vida alberga leves momentos de paz seguidos por peligrosas actividades que le otorgan sentido a una existencia que se diluye en la intensidad. En una pelea desigual, Luke se bate a puño desnudo con otro prisionero que lo duplica en peso. La lucha aberrante y hasta cruel, es un símbolo de su persistencia. Una y otra vez el muchacho cae al suelo sólo para levantarse un poco más magullado y polvoriento. Al final, su oponente se compadece y lo carga sobre sus hombros para llevarlo cariñosamente hasta las barracas. Los desafíos no han terminado allí. Días después, alrededor de Luke, se genera una enorme apuesta: ¿es alguien capaz de comer al hilo 50 huevos cocidos? El si. Y el transcurso de esta proeza es una de las secuencias más cómicas, extrañas y tensas en la historia de Newman en tanto actor (recordemos que luego se transformaría en un exitoso empresario y apóstol de las comidas saludables).
Ese temple con algo de sagrado en el continente de su humanidad atea (al menos en los guiones) es la sustancia que le permitió a Newman encarnar prolongaciones curtidas del indomable Luke. Si un día fue el rebelde, en las décadas sucesivas, Newman pondría el cuerpo al maestro, al viejo sabio o al cínico mandamás.
En "El color del dinero", de Martin Scorsese, Newman se encuentra con un viejo personaje amigo suyo. Se trata de Edward "Relámpago" Felson, nacido al mundo en el filme "El buscavidas" (1959). En su juventud, Edward, había sido un insufrible jugador de pool, que paso de la gloria al fracaso en cuestión de semanas, pero que ahora regresa convertido en un experto buscavidas que debe soportar los humos de un joven talentoso, nada menos que Tom Cruise, en un hecho actoral que algunos entendieron como la metáfora de un revelo en términos artísticos. Al final, todos concluiríamos sabiendo que Paul seguiría usufructuando su leyenda largamente en una colección de buenas, regulares y olvidables películas de Hollywood, y que Tom, bueno, Tom, no podría hacer más que seguir siendo Tom con sus extraterrestres, Iglesias y experiencias religiosas un tanto extrañas que no han dejado de acosarlo.
En "El golpe", Newman, recupera la sonrisa de ángel corrupto en el papel de un ladrón que planifica un robo tan descabellado como bien producido. Acompañado por Redford, Newman, inaugura con esta película las sagas en las cuales un grupo de brillantes ladrones ponen en marcha un plan maestro que siempre tiene una vuelta de tuerca. La cantidad de películas que se inspiraron en "El Golpe", es vasta: empezando por "Ocean´s eleven", y siguiendo con "El plan perfecto" e incluso "Nueve Reinas".
Paul Newman, más que experimentado aunque víctima de una especie de ocaso sin mancha, tendría un segundo esplendor cuando reencarnó en una serie de personajes desalmados, todos por encima de las circunstancias y afectos: Como un empresario inescrupuloso y sorprendido en su propia trampa, en "El gran salto" de Joel Coen. Como un gángster en una encrucijada fatal en "Camino a la perdición" de Sam Mendes.
Auténtico coleccionista de escenas que se transformarían en un momento Kodak, en 1969 Newman había impreso su huella en la historia del cine con la película "Dos hombres y un destino", dirigida por George Roy Hill, también junto a Redford en la que encarna al famoso bandolero Butch Cassidy. En un paisaje bucólico que podría haber sido Estados Unidos o la Patagonia, en la cual los personajes realmente vivieron, se lo ve a Butch arriba de una bicicleta, con la sonrisa limpia y la mirada extasiada de un niño que se sabe dueño de su tiempo. En ese preciso instante, Butch Cassidy hace su desaparición de los libros para ser reemplazado por Paul Newman. Imposible no dejarse cautivar por la mentira que ocultan sus labios.
CLAUDIO ANDRADE
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