Sábado 27 de Septiembre de 2008 Edicion impresa pag. 12 > Regionales
Guglielminetti, el espía alegre

En mi primera incursión en territorio neuquino, fui jefe de la agencia Neuquén de este diario entre 1970 y 1973. Conocí a Raúl Guglielminetti en 1971, cuando se presentaba como periodista del diario Sur Argentino. El director de ese diario -que cerró en 1977- era Elías Sapag y el jefe de redacción el ex rector de la Universidad del Neuquén, renunciante al producirse el golpe de 1966, Enrique Oliva.

Supe que Guglielminetti se ocupaba de la información policial -también, pero disimulándolo, de otra clase de información- cuando el año mencionado, cubrió para su diario un resonante crimen producido en Allen, cuya autoría el imaginario popular atribuía a un personaje de la ciudad, el "Cholo" Alenci. Quien después, durante la dictadura del Proceso, fuera conocido como "el mayor Guastavino", visitó la agencia de "Río Negro" algunas veces. Actuaba como un tipo simpático, dicharachero, de voz tonante y que con frecuencia dibujaba una risa en su rostro de piel aceitunada. En ocasiones, no del todo leal a su diario, nos pasaba alguna noticia. Naturalmente, cuando supimos años después de su verdadero y vocacional oficio, nos dimos cuenta de que todo lo que hacía estaba destinado a ganarse nuestra simpatía.

También le gustaba la notoriedad. Lo demostró cuando, siempre ocupándose del crimen de Allen, "encontró" una "importante evidencia" para el progreso de la investigación -y para su imagen personal- que fue, creo, una cápsula servida de un proyectil.

Mostrándose siempre como periodista, Guglielminetti asistió a actos de apoyo a los trabajadores de El Chocón, realizados a raíz del conflicto iniciado en 1969. Se lo puede ver en la foto que ilustra esta nota, mirando hacia la cámara.

Le gustaba, a la vez, construirse una aureola de aventurero romántico latinoamericano. Una vez me contó que, en un recorrido por el subcontinente, había llegado a Iquitos, una ciudad del Amazonas peruano, y participado allí de una rebelión popular.

Ya con la Triple A en franca actividad después de la muerte de Perón, dejó caer el disfraz y mostró su verdadero rostro, oculto hasta entonces. Pasó a ser "el mayor Guastavino" para esconder su nombre, torturó, mató, hizo una fortuna. Pero, al contrario de lo que hicieron otros paramilitares que, más prudentes, pasaron sus últimos días en libre, pacífica y retirada vida, Guglielminetti se pasó de la raya. Hoy está preso en una calabozo mugriento, come comida cuartelera y espera. Espera una probable condena a prisión perpetua.

 

JORGE GADANO

Use la opción de su browser para imprimir o haga clic aquí