Martes 23 de Septiembre de 2008 > Carta de Lectores
Aislado, pero no blindado

La presidenta Cristina Fernández de Kirchner y su marido festejaron el derrumbe de Lehman Brothers y de otros bancos de inversión por suponer que en cierto modo la debacle mostró que, a diferencia de ellos, "los loros" del Primer Mundo no sabían nada de economía y que por lo tanto deberían abstenerse de comentar acerca de las excentricidades nacionales. La presidenta también dio a entender que, merced a más de cinco años de kirchnerismo, la Argentina está en condiciones de "seguir navegando firme en la marejada". No se equivocaba por completo. Puesto que, con la excepción notoria del caudillo venezolano Hugo Chávez, nadie está dispuesto a prestarnos dinero a tasas de interés accesibles, la prevista escasez de crédito internacional no nos afectará demasiado. Así y todo, aunque una consecuencia inmediata de la crisis financiera haya consistido en una "huida hacia la calidad" por parte de los grandes ahorristas, mucho dinero argentino ya ha emprendido viaje hacia Estados Unidos, país que, por paradójico que parezca, aún es considerado el más seguro de todos cuando de salvaguardar capitales se trata. Si la situación cambiara -y algunas consultoras influyentes ya han amagado con bajar la calificación del gobierno norteamericano-, la crisis que está convulsionando el mundo adquiriría una nueva y muy peligrosa dimensión porque en su origen está el colapso de confianza de una multitud de agentes económicos en las instituciones financieras básicas, detrás de las cuales está el gobierno de Estados Unidos, que cumple el papel de garante de última instancia. De difundirse la sospecha de que ni siquiera Washington honrará sus obligaciones, se intensificaría el riesgo de que se cumplieran las previsiones más pesimistas de quienes vaticinan una nueva depresión equiparable con la de los años treinta del siglo pasado.

De todos modos, es innegable que el aislamiento financiero que siguió al desplome del 2001 y el 2002 nos ha costado mucho. Puede que nos haya hecho menos vulnerables a los barquinazos de los mercados internacionales, pero lo ha conseguido por las mismas razones que hacen que un indigente suponga que le es indiferente un aumento repentino de los precios inmobiliarios. Por desgracia, los gobiernos de Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner y Cristina no pudieron, o no supieron, aprovechar plenamente las oportunidades que fueron planteadas por la ola de prosperidad que transformó el panorama mundial, beneficiando mucho a centenares de millones de personas en países acostumbrados a la miseria. Aunque actualmente en la Argentina haya menos pobres que en el 2002, la proporción de la ciudadanía que vive en la pobreza es mayor que la que lo hacía en los años noventa y es poco probable que esta realidad desafortunada se modifique mucho en el futuro próximo.

De todos modos, celebrar el hecho de que en esta ocasión el país no se encuentre en el epicentro de una crisis sistémica internacional no nos ayudará a adaptarnos a los cambios que se avecinan. Hasta nuevo aviso nos será aún más difícil atraer nuevas inversiones productivas. Por lo demás, se teme que caigan los precios de los commodities que exportamos, en especial el de la soja que, luego de alcanzar los 600 dólares la tonelada, se redujo últimamente a 420 dólares y podría caer mucho más si la economía china experimentara problemas. También han bajado los precios de los granos. Corren peligro, pues, tanto el superávit comercial como el fiscal, que depende en buena medida de los ingresos supuestos por las retenciones. Es posible que exageren aquellos que prevén una crisis mayúscula en los meses venideros, pero no cabe duda de que las dificultades que ya se sienten se agravarán en parte por el impacto del tsunami financiero mundial y en parte por motivos netamente internos. ¿Será capaz el gobierno de Cristina de hacerles frente con éxito? Sólo si la presidenta y su cónyuge reconocen que, pese a las presuntas ventajas del aislamiento involuntario, la Argentina dista de ser tan "firme" como para darse el lujo de regodearse con los problemas ajenos como si no le importaran. Por el contrario, la economía nacional es tan precaria que golpes relativamente leves asestados por la crisis que está sacudiendo todos los mercados financieros del planeta, entre ellos el de Buenos Aires, podrían tener secuelas locales muy dolorosas.

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