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La vida del transeúnte en Buenos Aires se ha transformado en un complejo tal de molestias y dificultades que muchos están ya casi resignados, a menos que sea indispensable, a no salir a la calle. Hay piquetes a diario y de variados tipos, activos o pasivos, pero todos igualmente insoportables; de los taxistas o los colectiveros, de los empleados o desempleados, de los cursantes de Sociología, de los maestros y los camioneros, de chicos de escuelas primarias o de colegios secundarios. O peor aún: de activistas a veces encapuchados y con garrotes que hostigan a instituciones, embajadas o personajes públicos. Resuenan bombos peronistas y tambores anarquistas, algo así como un ritual africano descolorido y triste. Resignada, la gente tenía hasta hace poco la esperanza de que todo esto no se extendería demasiado, que con el tiempo estas cosas habrían de superarse y que las caras amargas y crispadas que pululan en las calles podrían volver a ser en un breve plazo las propias de la educación y la cortesía de otros tiempos. Pero ahora el diario nos alarma con una noticia que sugiere que difícilmente ha de ser así, que el mal puede haber llegado para quedarse y que tal vez en lo futuro este tipo de movilizaciones populares podrá reemplazar del todo, como proponen algunos volantes, al Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial. El título que aparece en "La Nación" -"La nueva generación de piqueteros aspira a ser 'la renovación'"- al principio sobresalta y luego da escalofríos. Nos notifica que se ha creado una nueva categoría de funcionarios públicos, dirigentes piqueteros con estatus oficial, presupuesto y sueldos. "Estos jóvenes K son mis pollos, pibes con alto grado de idoneidad, inteligentes y de gran capacidad de servicio", dice la presentación en sociedad que les hace Luis D'Elía, jefe de la "Central de Movimientos Sociales", una organización que se propone, según él, "disputar poder con sindicatos, políticos y partidos". Las caras a toda página que el periódico proyecta a la preocupación pública (¿por qué se les dará prensa?) son como las fotos para el pasaporte que emite la Federal: patibularias y de pocos amigos. Estos pollos nacieron con plumaje oficialista y no esconden sus aspiraciones: se empeñarán nada menos que en "la renovación del proyecto nacional", para lo cual pasarán de la protesta social a la organización política a fin de desterrar a "los enemigos del pueblo" con una acción concertada para "profundizar la distribución de la riqueza" (¿cuál?). Reivindican una precisa fecha de nacimiento que corresponde al mes inicial del conflicto "gobierno versus campo". Manifiestan que esa lucha con la oligarquía en la que participaron les permitió hacerse visibles y organizarse. Su textual declaración de guerra dice: "Nos fortalecimos en la pelea a favor del pueblo y en el futuro vamos a ir por todo". Lo que sigue trata de un episodio de esa lucha heroica, lo del futuro está por verse. Civilización y barbarie La noticia del nacimiento de esta nueva burocracia piquetera, retoño juvenil de los Bonafini, Pérsico y Cía., nos lleva a glosar la nota que publicó el 1 de setiembre Mario Vargas Llosa en "El País" de Madrid evocando una experiencia amarga que tuvo en la Argentina mientras transcurrían los días de protestas agrarias por las retenciones móviles. Publicadas en el extranjero y de la pluma de uno de los mayores escritores de Latinoamérica, quizá el mayor, las reflexiones del artículo son de las que duelen. Llegado él a Rosario desde Buenos Aires para participar en actos de una fundación cultural, el ómnibus en que se trasladaba junto con otros invitados extranjeros sufrió el asalto de una turba que, en protesta contra lo que les parecía una comitiva adherida a la oligarquía rural, destrozó los vidrios del vehículo a pedradas, abolló la carrocería a palazos y roció a los atribulados pasajeros con pinturas. Quedamos inmovilizados y aterrados -dice Vargas Llosa- ante la furia de esa horda de jóvenes salvajes cuyo jefe culpa de todo lo que pasa en el país a los del "campo" y, en general, a "los blancos" que odia tanto como para querer "acabar con ellos". Algo sin pies ni cabeza -reflexiona- porque, por donde él mira, en este país hasta en la cara de sus agresores sólo ve argentinos blancos, no negros, ni cholos, ni indios ni mulatos: "¿Quiere acabar, pues, este jefe de piqueteros con 40 millones de compatriotas?", se pregunta. Recuerda esta experiencia en una nota titulada "Borges y los piqueteros", donde explica que la referencia al apellido ilustre se motiva en el hecho de que lo considera el escritor-símbolo de la Argentina culta. Dice que aludir a Borges, "una de las cosas más notables que le han pasado a la Argentina", es aludir a lo mejor que le ha ocurrido a la lengua española y a la literatura del siglo XX. Y que es seguro que esa particular forma de genialidad que fue la suya -por lo excéntrico de sus curiosidades, su oceánica cultura, lo universal de su visión y la lucidez de su prosa- hubiera sido imposible sin el entorno social y cultural de Buenos Aires, "probablemente la ciudad más literaria del mundo junto con París". El subtítulo de la nota en el diario español, que alude a los piqueteros como la contrapartida exacta del autor de "Ficciones", expresa su juicio y su pena con estas palabras: "Argentina renuncia poco a poco a lo que hizo de ella un país del Primer Mundo para -obnubilada por el populismo, la dictadura y la demagogia- empobrecerse, dividirse y ensangrentarse". En el texto, comentando "la involución del país más próspero y mejor educado de América Latina", califica los bombos, los palos y los cánticos de las fuerzas de choque del poder político de emblema de una Argentina que rechazó el camino de la civilización y parece optar, increíblemente, por la cultura de la tribu y la barbarie. HÉCTOR CIAPUSCIO (*) Especial para "Río Negro" (*) Doctor en Filosofía
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