Sábado 20 de Septiembre de 2008 > Carta de Lectores
Montaña rusa

La semana pasada, las bolsas más grandes del planeta cayeron a una velocidad insólita, borrando de golpe miles de millones de dólares de las carteras de un sinnúmero de inversores, pero el viernes se recuperaron con rapidez aún mayor debido a la decisión del gobierno estadounidense de crear una entidad estatal que se encargue de las deudas bancarias incobrables que sería equiparable con la formada en los años ochenta cuando estalló en Estados Unidos la crisis de las empresas de ahorros y préstamos. O sea, en una cuestión de horas, cuando no de minutos, el pesimismo más intenso se vio reemplazado por la euforia. Las causas de tanta inestabilidad son evidentes. Merced a la internet, lo que sucede en un mercado determinado repercute en seguida en todos los demás, de suerte que un rumor originado en Hong Kong, digamos, puede tener consecuencias devastadoras en Nueva York, San Pablo y, desde luego, Buenos Aires. Bien que mal, la "aldea global" cuya llegada fue anunciada hace una generación se ha transformado en una oficina global en que es más fácil, y más rápido, intercambiar información de lo que es cruzar la calle o incluso hacer una llamada telefónica. Así las cosas, no es demasiado sorprendente que el mercado globalizado, el que en efecto no cierra nunca porque siempre hay algunas bolsas importantes que están abiertas, se entregue con cierta frecuencia a la histeria. Quienes operan en él deciden el destino de sumas colosales de dinero, y por lo tanto el de muchos millones de personas, sin tener el tiempo suficiente como para tomar en cuenta todos los hechos pertinentes.

Los alarmados por lo que está ocurriendo creen que la solución, si es que existe una, consistirá en reglas más severas que sirvan para disciplinar a los operadores, pero si bien la conducta de muchos ha sido irresponsable, la crisis actual no parece ser consecuencia de nada más que la libertad excesiva. Después de todo, dos empresas que han desempeñado un papel protagónico en el desastre financiero, Fannie Mae y Freddie Mac, son semipúblicas y fueron vigiladas con mucho más rigor que las puramente privadas, algunas de las cuales no están en problemas. Asimismo, la alternativa planteada por los horrorizados por la voluntad de aquellos gigantes y otros de prestar dinero a cualquiera deseoso de comprar una casa supondría prohibir ofrecer créditos a los pobres; por razones comprensibles, escasean los gobiernos que estarían dispuestos a ir a tal extremo.

Aunque se ha formado un consenso en que de ahora en adelante los distintos gobiernos, en especial el estadounidense, tendrán que intervenir mucho más para reducir la posibilidad de que una vez más los mercados financieros se enloquezcan, sería un grave error subestimar las dificultades que enfrentarían los funcionarios nominados para la tarea así supuesta. Tendrían que conservar el dinamismo propio del capitalismo liberal pero eliminar los riesgos que le son intrínsecos, impedir que se formen "burbujas" sin por esto frenar el desarrollo de sectores que de otro modo prosperarían, disuadir a los convencidos de que en última instancia el gobierno local siempre se movilizará para rescatar una gran empresa y que por lo tanto no correrán mucho peligro invirtiendo en una mal manejada. Si los funcionarios son

demasiado cautelosos, terminarían protegiendo tanto la economía que la asfixiarían; pero si son permisivos, serán acusados de negligencia cuando se produzca la siguiente convulsión financiera. El dirigismo que según parece estará de moda en los años próximos no ha brindado resultados satisfactorios últimamente porque la globalización impulsada por las comunicaciones instantáneas complicó tanto el panorama que los gobiernos de los países más ricos llegaron a la conclusión de que no estaban en condiciones de monitorear, y mucho menos controlar, todas las muchas variables que estaban en juego. A menos que haya un cataclismo tan destructivo que en el mundo entero la actividad internacional se haga mucho más sencilla de lo que actualmente es, aun cuando en todas partes el Estado adopte una postura más intervencionista tendremos que prepararnos para otras crisis como la que en los días últimos ha visto desplomarse instituciones supuestamente capaces de sobrevivir a cualquier sismo financiero.

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