En épocas de crisis es humano pensar en los cambios que deberían realizarse para no caer en las mismas desgracias. Pero los cambios generan resistencia porque implican acciones que deben trascender necesariamente el plano del hábito y lo tradicional. Entonces pasa el tiempo y allí seguimos, más bien quietos, aferrados a nuestras costumbres, en una falsa sensación de comodidad y esperando ilusoriamente que los problemas no vuelvan a repetirse.

La situación de la ganadería ovina en la provincia de Río Negro se ve afectada por un ciclo de sequía desde hace más de un año. Pero no se trata de una novedad sino de un fenómeno recurrente en nuestra región, caracterizado por un menor régimen de precipitaciones y una mala distribución estacional de las mismas, con muy pocos efectos sobre el pastizal natural.

Si observamos la evolución de las precipitaciones a lo largo del tiempo, es fácil distinguir la existencia de estos ciclos secos, de dos o tres años, alternados con los ciclos húmedos, de similar duración.

En el área de Ingeniero Jacobacci, por ejemplo, de 1971 al 2004 las precipitaciones se movieron entre los 100 y los 300 milímetros, con extremos de 50 milímetros en el año '89 y de 400 milímetros en los años '84 y '88.

Así es que, en las épocas de bonanza climática, "tradicionalmente" el productor realiza una significativa retención de vientres en su establecimiento, sin tener en cuenta la sustentabilidad del pastizal natural ni el ciclo de sequía que inexorablemente se acercará de nuevo. Entonces, la consecuencia ya es vieja y conocida: colapsa el sistema, se pierden los animales y se ve afectado, además, el avance genético que se había producido.

En Río Negro, la región más afectada siempre es la del monte pobre: El Cuy, Cerro Policía, Sierra Colorada, Ramos Mexía, Valcheta. Estas zonas dependen de las lluvias primaverales y otoñales para asegurar la futura oferta de pastos de estación, que en años buenos se traduce en señaladas espectaculares, pero que en los malos deja como saldo increíbles mortandades de hacienda, señaladas nulas y mermas importantísimas en la producción de lana.

En este contexto, ley Ovina comenzó su gestión en el año 2003, con la necesidad de infraestructura predial como gran demanda por parte de los productores. Por ello se puso en funcionamiento un sistema que les permitiera acceder rápidamente al crédito, siendo una de las limitantes la pequeña estructura de la ley, que no podía por sí misma vincularse a cada uno de los productores. Así es que fue vital el trabajo en conjunto con la actividad privada y semipública para llegar al sector con las herramientas crediticias.

Con este mecanismo se invirtieron 11 millones de pesos que se tradujeron en metros de alambre, galpones, aguadas, mejoramiento de mallines, etc. Además significaron muchos vientres para repoblamiento, que fueron otorgados solamente a aquellos productores con capacidad ociosa en sus campos, según lo determinaran los estudios de pastizales correspondientes, que se realizaron para preservar el sistema y los recursos naturales.

Los números indican que, desde el Censo 2002, donde apenas superábamos el millón y medio de animales, pasamos a alcanzar los dos millones en el 2007, según estadísticas del Senasa. Queda para el nuevo Censo Agropecuario dar certeza de lo que hemos perdido en la reciente sequía, aunque ya se estima alrededor de medio millón de animales, cifra que nos catapultaría nuevamente al año 2002.

En rigor, la pregunta que debemos hacernos es qué valor tiene la estrategia de repoblamiento si ante la primera emergencia se diluyen gran parte de las inversiones realizadas. Organizar un sistema de repoblamiento sin dinero del sector público, seguramente sería más eficiente. Para ello, los sistemas de capitalización entre productores han servido durante décadas.

Tal vez llegó el momento, sin descuidar el impulso "tranqueras adentro", de darle una vuelta de rosca a las estrategias tradicionales y esto analizando, además, el nivel de responsabilidad que también tienen los propios actores de la producción.

"Más vale malo conocido que bueno por conocer", es quizás la idea que cobra fuerza en nuestro interior al momento de pensar en la necesidad de realizar cambios, pero esta frase lejos está de ajustarse a los tiempos que corren en nuestro sistema productivo, ya que, y parafraseando a Albert Einstein, si seguimos haciendo lo mismo obtendremos los mismos resultados.

Para ello es necesario que tanto ovejeros, como técnicos y funcionarios, empecemos a pensar en sistemas de producción independientes de la lana, en pos de desandar los caminos tradicionales hacia la diversificación productiva, donde el rumbo más seguro será -sin dudas- el de la producción de carne.

Según nuestros economistas, el ingreso de un productor ovino debería estar dado en un 50% por la lana y en otro 50% por la carne, cuando en la actualidad el 90% del ingreso de los productores proviene solamente de la lana.

Empezar a pensar en este sistema diversificado significa no prescindir de la posibilidad de obtener los ingresos de un producto que será cada vez más demandado, tanto en el mercado interno como en el internacional por la declaración de libre de aftosa.

Además, se estima que con muy poco esfuerzo podríamos certificar como "orgánica" nuestra producción de lana y carne, obteniendo valores significativamente superiores: un 10% para la lana y valores insospechados para la carne, puesta como producto fresco en mercados de alto poder adquisitivo.

Para ley Ovina quedan aproximadamente tres años de financiamiento en la provincia. Los 20 millones provistos por el tesoro nacional comienzan a aparecer como limitados, y a Río Negro le corresponden sólo dos millones para la empresa que debe abordar. Por ello es tiempo de hacer huella, de dejar marcas más profundas que indiquen al sector el camino a seguir, políticas de vanguardia que permitan alcanzar mejores resultados, impulsadas desde la base de la experiencia vivida.

Una de la claves, para lograr reconvertir nuestros sistemas productivos, será trabajar de manera diferente con el recurso forrajero. Para ello en ley Ovina existen herramientas disponibles como la evaluación del pastizal, la planificación del pastoreo y la planificación integral de los establecimientos.

La tecnología de mejoramiento y recuperación de mallines a bajo costo, desarrollada por Ricardo Martínez, permitirá también recuperar mallines con ofertas forrajeras pobres a casi una producción por hectárea equivalente a la de cualquier valle de desarrollo de la provincia de Río Negro. Y si a esto le sumamos inversiones para la incorporación de un pastoreo rotativo intensivo y el uso estratégico del alimento (durante el servicio, parición y engorde para faena), el impacto podría ser profundo.

Hablar de suplementación en épocas clave, nos lleva a pensar en bancos de forraje disponibles a bajo costo. Para ello será fundamental la planificación, un sistema de alerta temprana con una buena comunicación y la oportunidad de que los canales comerciales funcionen para la descarga de categorías improductivas, en orden de privilegiar a aquellas que nos den mayor rentabilidad. Además, desde hace un tiempo, junto con la SAGPyA se está avanzado en un seguro ganadero para que esté disponible en el momento en que realmente sea necesario, cuando aún podemos contar con algunos de nuestros recursos.

Pero estas nuevas ideas implican el desafío de accionar en esa dirección. Debemos adelantarnos, planificar, prever las crisis y, sobre todo, si buscamos resultados diferentes, ya no debemos seguir haciendo las mismas cosas.

EDGARDO TEJEDA (*)

Especial para "Río Negro"

(*) Coordinador rionegrino de la ley Ovina.