Miércoles 17 de Septiembre de 2008 Edicion impresa pag. 06 y 07 > Regionales
"A mi hermano lo reconocí por el saco"

NEUQUÉN (AN/ACE).- Carlos Venancio no alcanzó a dar su testimonio por su secuestro y torturas en 1976, porque murió de una enfermedad luego de declarar ante el juzgado de Instrucción en 2006. Su amigo Roberto Martín y su hermana, Gladys Venancio dieron cuenta ante la Justicia de sus padecimientos en el centro clandestino "La Escuelita".

"Su hermano no estará en su casa, pero su puchito se fuma", le dijo el mayor Luis Farías Barrera a Gladys cuando iba diariamente al comando a preguntar por él en setiembre de 1976: ella le dejaba cigarrillos y unos medicamentos, y pensaba que estaba detenido en el Comando.

Su padre lo había llevado al Comando porque sabía que el Ejército lo estaba buscando por ser militante justicialista (lo que supo tras un allanamiento de su casa en Fernández Oro), y según se repitió ayer ante el tribunal, el entonces mayor Oscar Reinhold le dijo que "los dejara y se fuera tranquilo, que le iban a tomar una declaración"·.

Cuando lo fue a buscar el 21 de setiembre, Gladys Venancio supo que le habían mentido: tuvo que cargarlo porque no podía tenerse en pie, tenía los ojos ensangrentados, los oídos reventados y estaba tan flaco que sólo lo reconoció porque llevaba puesto su saco. Hasta que murió tuvo problemas en los oídos y quedó "corto de vista", en tanto con posterioridad a su secuestro "nadie lo pudo ver, porque le habían advertido que no dijera nada".

Venancio fue torturado en sesiones de picana eléctrica todos los días desde que fue llevado a "La Escuelita" en el batallón neuquino. Lo acusaban de tener armas y le pedían que dijera dónde las había escondido.

En el camastro de secuestro tenía los pies vendados, las manos atadas y una cadena sujeta al cuello; además de sacarlo por las noches para hacerle simulacros de fusilamiento y cavar una tumba, que "en cualquier momento podría ser la suya", como le hacían saber.

Su amigo lo fue a buscar el día en que fue liberado y ayer no soportó el recuerdo de esa imagen: lloró

cuando recordó a Gladys bajando por las escaleras del comando con su amigo colgando de los brazos, y la impotencia le volvió a la garganta cuando relató que con una bayoneta en el estómago, la guardia le impidió ayudarla.

"Cuando pudo llegar al auto, me lo eché al hombro y me lo llevé; en pocos minutos llegamos al puente Cipolletti porque él me dijo: gordo, tenés dos minutos para pasar el puente. Fui su compañero de jugar al fútbol y a las bochas hasta que se murió", dijo Martín.

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