Ultimamente se ha hablado mucho de los "contratistas" militarizados que actúan como auxiliares o sucedáneos de las FF. AA. de los EE. UU. en Irak. No es el único caso: también en las numerosas guerras civiles africanas intervinieron tropas contratadas, y se ha sabido que muchos de estos combatientes eran latinoamericanos, parte de la "mano de obra desocupada" de las dictaduras vernáculas. Con toda su brutalidad.
Se trata de toda clase de servicios militares privatizados: desde la construcción de barracas y el suministro de comida en los cuarteles, hasta la ejecución de acciones criminales prohibidas por la Convención de Ginebra, todo se puede obtener pagándoles adecuadamente a empresas privadas, como la que se hizo famosa recientemente, Blackwater. Muchas de éstas son subsidiarias de otras, más respetables, como la célebre Halliburton, que teóricamente se dedica al negocio petrolero y a "reconstruir" Irak. Muchas están registradas en paraísos fiscales para evadir impuestos y para disimular su misma existencia.
Una parte de los servicios policiales están privatizados; también entre nosotros hay miles de empresas privadas de vigilancia, algunas de ellas propiedad de torturadores de la dictadura militar. No deja de ser curioso que hasta numerosas reparticiones públicas -hasta ministerios- emplean a estas empresas en lugar de la Policía "oficial" -la cual, se argumentará- está mejor empleada para custodiar a la población contra la delincuencia común. Algo de esto se conoció en ocasión de los escándalos ligados a Alfredo Yabrán; pero la vigilancia privada -armada o no- ya es parte cotidiana de nuestra experiencia, aunque no vivamos en un barrio cerrado o un "country".
En realidad, no tenemos por qué escandalizarnos: los mercenarios no son ninguna novedad; ya Maquiavelo alertaba a su Príncipe contra su falta de lealtad si otro señor les ofrecía mayor pago. Por eso, los irregulares estilo Blackwater están tan bien pagos por arriesgar su pellejo, mucho mejor que los soldados regulares. De todos modos, en la época de Maquiavelo, la mayoría de los que guerreaban en las rencillas entre las ciudades-Estado italianas del Renacimiento eran mercenarios, especialmente alemanes. Un resabio pintoresco de aquello son los Guardias Suizos del Vaticano. Recordemos, incluso, que la palabra soldado proviene de la misma raíz que sueldo. Muchas de las guerras del pasado emplearon mercenarios "descartables". La historia de la Guerra de los 30 años (1618-48) entre católicos y luteranos cuenta numerosos casos de mercenarios que no recibían su paga y se desquitaban merodeando y saqueando a los campesinos. Los corsarios también eran una especie de Marina Mercenaria, piratas al servicio de diversos países -muy especialmente Inglaterra- que atacaban a los barcos españoles que se llevaban los metales preciosos saqueados de América. Debían entregar una parte del botín a sus empleadores como pago por la concesión, y se supone que estos fondos sirvieron para financiar en buena medida la Revolución Industrial. Aun en nuestra Constitución de 1853 se establecía, entre las atribuciones del Congreso, el otorgamiento de "patente de Corso" (Art. 67). Más tarde, esta disposición fue eliminada por anacrónica: pero aún no lo era a mediados del siglo XIX, igual que aquella que manumitía a los pocos esclavos que aún quedaban (art. 14), ya que la Asamblea del año 1813 sólo había declarado la libertad de vientres, pero no había abolido la esclavitud, como generalmente se cree.
Lo que ahora llamamos ejército - en la Argentina, ellos siempre dicen que son más antiguos que la Patria porque algunos regimientos (los Patricios, los Arribeños, los Negros y Morenos, etc.) se formaron durante las Invasiones Inglesas- se compuso durante muchos años por hombres encuadrados en las tropas por la fuerza y, a veces, ni siquiera recibían un uniforme. Mucho más tarde, la milicia también sirvió para deshacerse de los negros: en el ejército que combatió en la Guerra del Paraguay había más que en la población en general; el resto probablemente desapareció en la gran epidemia de fiebre amarilla de 1871.
Nuestro poema Martín Fierro describe esas situaciones en detalle, pero en las guerras por la independencia tampoco las cosas eran distintas. Más tarde, en los años de la Organización Nacional, se instauró el servicio militar obligatorio como uno de los medios de "argentinizar" a los inmigrantes. Se les daba instrucción militar y se creó un ejército nacional. Al pasar de los años, la instrucción militar fue cada vez peor y los conscriptos -llamados "colimbas" (= corre, limpia, barre)- sobre todo aprendían a desfilar y a soportar el sadismo de algunos suboficiales. Y pensar que algunos reclaman que se reinstaure esto.
Esta formación de ejércitos nacionales se correspondió en todos lados con la consolidación de los Estados-Nación. Incluso la famosa Legión Extranjera francesa formó parte de ese programa, aunque dio abrigo a delincuentes de toda clase, "no questions asked" (no se formulan preguntas sobre el pasado del combatiente). Pero ahora, a pesar de que la desaparición de los Estados-Nación es una ficción cara a los "globalizadores", si bien los ejércitos nacionales de los grandes países son cada vez más poderosos y su armamento se anticipa a la tecnología del futuro, la reaparición del empleo de mercenarios (sobre todo por parte de los EE. UU.) tiene sus buenas razones, aunque cada uno de esos "contratistas" tenga salarios de miles de dólares mensuales.
Una de ellas es crear una fuerza de guerreros "civiles" que no estén sometidos a las "leyes de la guerra" de la Convención de Ginebra y, por lo tanto, pueden hacer cosas que serían internacionalmente censurados como crímenes comunes si los hicieran los ejércitos regulares, que sin embargo son sus empleadores y consiguen su inmunidad por medios políticos. Otra razón es económica: sigue la regla neoliberal de que hay que privatizarlo todo, aun los servicios esenciales de la nación, como su defensa. Una tercera es la de mostrar al público estadounidense que el compromiso de sus ciudadanos en guerras impopulares es menor que la real, en las que disminuye artificialmente el número de combatientes regulares, porque una buena parte de ellos son civiles, voluntarios y contratistas.
Algunas de estas empresas de mercenarios presentan una inocencia aparente. Según sus propias declaraciones, Blackwater sólo ofrece "soluciones" a problemas que no especifica, pero que se puede leer entre líneas como relacionados con todos los aspectos de la actividad militar. Según los que se han ocupado del tema, es un verdadero ejército cuyo tamaño real se desconoce; se citan entre 20.000 a 100.000, hombres, que posee numerosos aviones de guerra, helicópteros y armas sofisticadas, y que está compuesto por estadounidenses, pero también por latinoamericanos -se mencionan especialmente chilenos- y, últimamente, africanos. Actúan para quien los contrate, pero hasta ahora se han hecho conocer sobre todo en Irak, donde han participado en matanzas de civiles, sin ser jamás acusados de nada.
Ya hay numerosos ejércitos privados de esta índole; Blackwater sólo es el más grande y el más conocido. Muchos otros son fáciles de encontrar en internet, salvo los que se esconden deliberadamente, de los que algunos han sido denunciados públicamente. Hasta los legendarios Gurkhas se han organizado en una empresa privada. Por supuesto, nunca aclaran demasiado sus alcances, sino que hablan vagamente de protección y, a veces, de entrenamiento de tropas. Es frecuente la participación de este tipo de empresas en las guerras civiles africanas, por ejemplo, en Sierra Leona, Angola, Nigeria -pero también en Colombia, por supuesto en Yugoslavia, Bosnia y Kosovo y tal vez en otros lugares donde hay conflictos que ellos puedan "organizar" o ayudar a definir- por apenas unos millones de dólares.
La guerra siempre fue un buen negocio. Resultó una de las principales fuentes de "capital de riesgo" para muchos desarrollos tecnológicos desde la antigüedad. Mantiene a raya el desempleo al crear puestos de trabajo en el "complejo industrial-militar" ya denunciado hace 60 años por Eisenhower. Las armas son el segundo más importante objeto del comercio internacional (legal e ilegal; el primero son las drogas) y entusiasma a las masas distrayéndolas de los problemas reales, como se mostró en la Guerra de las Malvinas. Y ahora provee mano de obra directa. Los miles de muertos inocentes no cuentan. Somos tantos... Siempre hubo guerras, como siempre hubo pobres: dos de los jinetes del Apocalipsis.
TOMÁS BUCH (*)
Especial para "Río Negro"
(*) Tecnólogo generalista
