Domingo 14 de Septiembre de 2008 > Carta de Lectores
Grietas en Bolivia

Si el presidente boliviano Evo Morales creía que los referendos revocatorios del 10 de agosto servirían para aumentar su autoridad personal, ya se habrá dado cuenta de su error. Desgraciadamente para él, la mayoría que lo apoya está concentrada en el Altiplano, mientras que en el resto de Bolivia los autonomistas, si bien constituyen una minoría en el país en su conjunto, llevan la voz cantante. Se ha creado, pues, una situación que favorece a los últimos. Puesto que los habitantes de la Media Luna son conscientes de que sus representantes nunca tendrán votos suficientes como para cancelar la ventaja numérica abrumadora de la que disfruta Morales, que está respaldado por los pueblos indígenas que por motivos comprensibles quieren aprovecharla dando prioridad a sus propios intereses, desde que se celebraron los referendos se sienten aún más tentados por la opción autonomista, cuando no secesionista, de lo que era el caso antes. Por su parte, Morales se cree obligado a hacer valer el hecho de que más del 60% de los bolivianos lo apoye, aumentando el poder del gobierno central a expensas de los departamentales. Asimismo, le gusta considerarse un mandatario revolucionario que se enfrenta con reaccionarios derechistas.

Así las cosas, es de temer que los episodios violentos de la semana pasada en que murieron por lo menos dieciséis personas y resultaron heridas muchas más hayan señalado el comienzo de una lucha más brutal por el poder político y, huelga decirlo, por el control del petróleo y gas, que se encuentran mayormente en los departamentos de la Media Luna: Santa Cruz, Tarija, Chuquisaca, Beni y Pando. Si no fuera por las diferencias profundas étnicas, culturales y económicas entre el Altiplano paupérrimo y la Media Luna relativamente próspera, la solución más evidente consistiría en dar más autonomía a los departamentos rebeldes, pero Morales no puede hacerlo porque sin su aporte a la economía los del Altiplano serían inviables. En términos políticos, puede compararse el Altiplano con el conurbano bonaerense, que a pesar de su pobreza cuenta con tantos votos que ningún aspirante a la presidencia de la Nación puede prescindir de ellos.

Morales ha recibido mensajes de apoyo de casi todos los demás mandatarios sudamericanos. No sólo es una cuestión de la preocupación que les ocasiona la posibilidad de que Bolivia se precipite en una guerra civil que repercutiría en los países vecinos sino también de los gravísimos problemas que se producirían si se sigue interrumpiendo el suministro de gas boliviano a la Argentina y, sobre todo, a Brasil. Puede que la solidaridad con Morales de nuestro país y de Brasil sirva para advertir a los autonomistas de que les convendría actuar con moderación, pero si como consecuencia el gobierno central redoblara sus esfuerzos para imponerse resultaría contraproducente, como con toda seguridad ha sido la amenaza del infaltable Hugo Chávez de que sus fuerzas armadas intervendrían si su aliado resultara derrocado. Lejos de intimidar a los dirigentes de la Media Luna, las bravuconadas militaristas de Chávez los habrán hecho todavía más combativos.

La actitud de Estados Unidos ante el embrollo boliviano es poco clara. Según Morales, los norteamericanos están conspirando contra él, de ahí la decisión de expulsar al embajador Philip Goldberg, al parecer por haberse encontrado con el prefecto de Santa Cruz, Rubén Costas, a fines de agosto pasado, pero como es natural el gobierno de Estados Unidos lo negó. Aunque los norteamericanos no tienen demasiados motivos para querer a Morales, el alumno más aplicado de Chávez, quien también aprovechó la ocasión para echar al embajador de Estados Unidos en su país cubriéndolo de insultos como es su costumbre, la verdad es que no sería del interés de Washington procurar voltearlo y por lo tanto correr el riesgo de que América Latina se transforme en otra zona de guerra. Es de suponer que a esta altura los norteamericanos entienden que sería mejorar soportar estoicamente los agravios y las acusaciones de quienes fantasean con -para emplear las palabras de Ernesto "Che" Guevara que acaba de repetir Chávez- "un Vietnam, dos Vietnam, mil Vietnam" en la región de lo que sería contribuir a encender una conflagración que sólo beneficiaría a los habituados a sacar provecho de los desastres.

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