BUTALÓN NORTE (enviado especial).- La estructura del cajón está hecha de tubos galvanizados. Tiene 120 centímetros de largo, 70 de ancho y 100 de alto. Es una jaula cerrada con alambre tejido acerado, piso de tablas y refuerzos y adaptaciones de álamo o mimbre.
Arriba del cajón, hay cuatro roldanas que abrazan -a uno y otro lado- los cables maroma, también de acero, con algunos pelos en punta y bastante oxidado a pesar de los disfraces de grasa. Las roldanas son viejas, mucho, y lucen una flamante protección para los dedos, desde hace semana.
Para que se mueva, el cajonero tiene que tomar los cables maroma con sus manos y con el cuerpo propulsar como si estuviera esquiando sin bastones.
Hay un tramo que va rápido, cuando la panza de los cables está más cerca del agua del río y otro en que la cosa se pone peliaguda, cuando hay que remontar la mencionada panza hacia la otra costa. Ahí es cuando el cajonero, estira el pie y lo apoya sobre el tirante de álamo, que -del otro lado- tiene un gemelo de mimbre. Con esa técnica, más el gancho con que amarra al otro extremo y el lazo que suele tirar alguno de los otros 95 vecinos de Butalón es que se puede cruzar el río Neuquén.
A lo largo del viaje -de unos 100 metros- hay cosquilleos varios.
No hay que tocar los cables y estar lejos de las roldanas. Es complicado en tan poco espacio; por eso y por el bamboleo lógico del cajón.
En el tramo rápido hay un frenético movimiento y los chirridos advierten sobre el peligro. Cables y roldanas parecen alistarse para un ataque expeditivo, cual guardia de pirañas en una bañera.