| Primer acto: Tres señores de cierta edad jugando a la terapia musical. Parecen señores serios, por la edad, los rasgos inequívocos del tiempo, el diálogo que comienza en el escenario. No lo son. El público lo sabe porque está asistiendo a la segunda función de Los Viejos Putos, título indecente para un grupo... ¿de teatro? ¿de música? ¿de cómicos de la legua? ¿de varones aburridos? Se podrá saber algo más en él... Segundo acto: Es música la que suena y es buena, original, propia. Hay cierta cofradía varonera en el corpiño que va de mano en mano, de nariz a nariz que olfatea los aromas de mujer perdida. Perdida por pérdida, pero también porque se insinúa cierta ferocidad en unas líneas resentidas por la que se fue, y con otros. Más actos. Esto se está pareciendo a un recital de música pero viene en combo. Ahora es una pequeña muñeca, magistralmente animada por Dardo Sánchez, que ¿coquetea? (la muñeca, no Dardo) con el pianista Humby Reynoso. Es tenue y tierna la escena, pero cuidado porque viene una parodia a la música country y habrá carcajadas que no advierten las escenas de la guerra de Irak que se proyectan en el marco del escenario puesto ad hoc. Y habrá más juegos de animación en la pantalla –obra de Mario Tondato–, como el gato que caza al ratón y obliga al público femenino a bajar la cabeza. Y de cierre, una ridícula versión de los Bee Gees, después de una canzonetta más bien libérrima. Con letra y música propias, guión humorístico también fatto in casa, efectos multimedia, actuaciones que consagran a Sánchez, oportunas ejecuciones musicales de Reynoso y Tondato, formato inesperado y por momentos desopilante, cierto tinte bizarrón y ganas inocultables de divertir y divertirse, Los Viejos Putos mostraron una nueva forma de ¿hacer humor? ¿hacer música? ¿hacer teatro? Las incógnitas serán nuevamente reveladas en La Conrado hoy. | |