| Cuando todos queremos ver un poco más de explosión, de verticalidad, el juego pasa demasiado por los pies no siempre precisos de Juan Román Riquelme. Y cuando justamente lo único que hace falta es cuidar la posesión del balón, tocar y esperar el final, la pelota fue para Lionel Messi, que no siempre quiere pasar por el lugar adecuado ni resuelve bien. Efectivamente, cuando por fin Riquelme cobraba importancia haciendo circular el balón con inteligencia, asegurando la posesión y tocando corto, cruzó largo a la derecha para Messi, que se fue a encerrar solito hasta el banderín rodeado de camisetas peruanas, pero se frenó antes, giró trastabillando y tiró la pelota hacia atrás sin ver, todo innecesariamente vertiginoso, cuando lo único que restaba era el pitazo final. Lio regaló la pelota al fenomenal Juan Vargas, que corrió y corrió sin parar hasta enviar el centro que generó el empate 1-1 de Perú, anoche en Lima. ¿Pero puede adjudicársele responsabilidad a Messi cuando él, en definitiva, perdió la pelota casi en el banderín del ataque peruano? La responsabilidad directa, en rigor, recae en Sebastián Battaglia, un hombre curtido en mil batallas coperas con Boca, que se cansó más de una vez de imponer rigor en tobillos rivales, pero que ni siquiera se animó a desestabilizar a Vargas en su larga carrera y, peor aún, se abrió en los metros finales y le permitió tirar ese centro venenoso que derivó en el gol peruano. Está medianamente relatado el episodio final, que demolió el supuesto eterno oficio del equipo argentino, que comete cada vez más errores de principiante, si se recuerda el grosero error de Gabriel Heinze en el gol anterior de Paraguay y la expulsión infantil -segunda- de Carlos Tevez en ese mismo partido. Todos estos podrían ser imponderables. No sería justo analizar un rendimiento colectivo, un partido entero y mucho menos un ciclo por episodios tan puntuales, que sumados ni siquiera completan un minuto de juego. Pero Alfio Basile estaría engañándose a sí mismo si también él prefiere ver los árboles y no el bosque. El fútbol, se sabe, no es como el básquet, o el tenis, donde los números suelen ser fundamentales y siguen claramente una lógica que nos permite entender el desarrollo y el resultado de un partido. En el fútbol, y he aquí parte de su magia, un rival puede dominar 90 minutos, tirar doce veces al arco y tener quince tiros de esquina, contra un cero absoluto de su rival, pero éste, en un contragolpe, en una situación aislada, puede ganarle finalmente 1-0. No obstante, hay algunos números últimos de la selección de Basile que son demasiado evidentes: lleva una racha record de cinco partidos de eliminatorias sin triunfos, anotó apenas tres goles en sus últimos seis partidos y, más reciente aún, contra Perú en Lima, excepto el gol de Cambiasso y el cabezazo alto de Demichelis, no efectuó ningún otro remate al arco. Así, como lo lee. ¡Ninguno! En noventa minutos de juego. Y con dos de los jugadores ofensivos más cotizados y requeridos del fútbol mundial, por Messi y el "Kun" Agüero. Ah, me olvidaba, sobre el final Pablo Zabaleta tiró a la tribuna apuntando al arco. Se le pedía a Basile que cambiara. Y lo hizo. Copió parte del modelo que impuso Batista en Pekín, especialmente el del volante con ida y vuelta por izquierda, Ángel Di María contra Paraguay en Buenos Aires y Jonás Gutiérrez en Lima, aunque éste duró poco por la lesión en el hombro. Pero, al menos en la selección mayor, esa variante terminó dejando demasiado solo en ataque al "Kun". Y la salida de Jonás acentuó la precaución, porque Basile eligió reemplazarlo con Battaglia. Y, luego, cuando sí decidió que ingresara otro atacante de punta (Germán Denis) terminó sacándolo a Agüero. ¿Dónde está aquel técnico que dice amar el fútbol ofensivo, aunque siempre recordó que él "no come vidrio"? ¿No será que el vidrio se ha puesto demasiado rico? EZEQUIEL FERNÁNDEZ MOORES | |