La geopolítica mundial: ése es el "Gran juego", lo que estamos viendo en Asia y en los confines asiáticos de Europa. El término no es nuevo: se atribuye al espía inglés Conolly, de alrededor de 1840, para ponerle un nombre irónico a la competencia de las grandes potencias de la época por la supremacía en Asia. Ahora hay una nueva edición: se llama "El gran tablero de ajedrez" y fue escrita en 1997 por Zbigniew Brzezinsky, quien a pesar de su nombre exótico fue asesor de estrategia y seguridad de Jimmy Carter. La idea es la misma: la lucha por los recursos de Asia.
No se trataba aun de petróleo, pero la lucha entre Rusia, Turquía, Gran Bretaña, Austria, Alemania, Francia estaba entablada desde la primera mitad del siglo XIX y continúa, esta vez con los EE. UU. ocupando el papel de Gran Bretaña y la UE el de los demás. En aquel entonces les faltaba repartirse África entre sí: eso fue un poco más tarde, en Berlin, en 1884. Pero había sabrosos frutos en disputa, aunque no se sabía aún qué contenían: Afganistán, Persia, el Indostán, las misteriosas regiones más al norte, con nombres míticos como Samarcanda, Bujara, Lhasa.
Rusia y Gran Bretaña se disputaban el Asia Central; Gran Bretaña y Rusia se disputaban el Tíbet; la India era de la Compañía de las Indias, británica. El Tíbet era independiente y misterioso, apetecido y mirado desde más lejos por el Celeste Imperio. Del Asia Central, al norte de Afganistán, se sabía poco y se hacían aventuradas expediciones, al tiempo que el también inglés Richard Burton descubría las fuentes del Nilo y se disfrazaba de musulmán para espiar -con grave peligro de su vida- lo que pasaba en La Meca en la peregrinación ritual.
El Cáucaso también marcaba un impreciso límite entre una Rusia cristiana y un aún poderoso Imperio Otomano que llegaba hasta los Balcanes. Rusia se extendía desde Varsovia hasta el océano Pacífico, pero era un gigante con pies de barro. Todos se aliaron contra ella y la atacaron por tres flancos en lo que sólo se conoce por uno de ellos: la Guerra de Crimen (1854), que también ocurrió en Finlandia y en el extremo oriente ruso. Inglaterra, Francia y Turquía: extraña combinación para contener a Rusia...
El gran imperio no podía dominar su propio frente suroeste. La región del Cáucaso es un puzzle formado por más de sesenta etnias diferentes, cada una con su idioma y su literatura (lenguas que forman parte de grupos vinculados con el ruso, el persa, el turco, algunas cmpletamente autóctonas), algunos cristianos y otros musulmanes, con líneas de religión que no coinciden con las líneas étnicas. Los habitantes de Osetia -sea la del norte, que pertenece a Rusia o la del sur, que se quiere separar de Georgia- no son rusos ni georgianos: son osetios y hablan osetio. Los habitantes de la otra provincia separatista de Georgia, Abjasia, se ha dedicado a una limpieza étnica contra los georgianos, en pos de su independencia. En el Cáucaso, que hoy está de moda porque Georgia quiere mantener su integridad y protegerse de Rusia entrando en la OTAN bajo el ala protector de los EE. UU. -que también pone cohetes en Polonia con el flojo pretexto de que apuntan a Irán- dominaban y dominan aquellas tribus que nunca fueron vencidas por las tropas rusas: desde Chechenia, que siempre fue una espina en la blanda panza del gigante ruso, hasta Afganistán, del que ni rusos zaristas, soviéticos, ingleses ni estadounidenses se pudieron apoderar nunca, probablemente porque son tan salvajes que prefieren su independencia a cualquier orden, aun el de los talibanes, que ahora chocan con los locales en las regiones occidentales de Pakistán, púdicamente llamadas "tribales".
En el Tíbet, que los chinos pretenden que siempre fue parte de su país, también se combatieron esas guerras abiertas o encubiertas entre Rusia y Gran Bretaña en el siglo XIX. Tíbet tuvo complejas relaciones con China, a la que invadieron en el siglo VIII llegando hasta Xian, en el centro del gigantesco Estado. Más adelante, China reconoció oficialmente la independencia tibetana. Fueron independientes y una gran potencia asiática hasta que Gran Bretaña, después de fracasar en obligar a los Lamas a firmar un tratado comercial leonino con ellos a través de la India -bajo el pretexto de salvarlos de la influencia rusa- vendió el país a China, a principios del siglo XX. Así como suena: vendieron a otra potencia -por dinero- un país que ni siquiera dominaban. Éste es el -por cierto flojo- origen de la pretensión china a su soberanía sobre Tíbet. Además de las periódicas pero infructuosas rebeliones tibetanas, China tiene otro problema -en su extremo noroccidental, aquel que limita con la verdadera Asia Central al norte de Afganistán- con los uigures, que son musulmanes y coquetean con sus medio-hermanos uzbecos, turcomanos y pashtunes. No vaya a ser que nazca un movimiento similar al de los talibanes en el imperio capital-comunista chino (si se me permite inventar un neologismo). No hay duda de que no vacilarán en aplastarlo si se produce, pero eso les dará mala prensa... Prefieren comer hamburguesas McDonald's.
Cuando se profundiza un poco en la historia de Asia, desde tiempos antiguos se ve una historia normal de tratados, guerras y nuevos pactos entre potencias que tenían su propia cultura, cualquiera fuera la evaluación de ésta que quisiéramos hacer desde nuestro punto de vista actual. Hasta que surgió el capitalismo y la Revolución Industrial en Europa; desde entonces, los europeos no han dejado de pelearse entre sí por un enorme territorio que no les pertenecía ni remotamente. Los episodios más conocidos -la conquista británica de la India y la de Indonesia por los holandeses, los intentos de avance ruso en las estepas del Asia Central donde había reinado Genghis Jan, las siempre indefinidas guerras por Afganistán, la de Crimea, la del Opio de 1839 y la rebelión de los Boxers contra Occidente en 1899. Siempre se trata de lo mismo: materias primas y mercados. La conquista de Tíbet por los chinos no cabe en este esquema porque ocurrió bajo Mao, cuando los chinos aún eran comunistas de verdad y no sólo de nombre; quizás quisieron liberar a los esclavos tibetanos o simplemente ensanchar su ya enorme territorio con el "Techo del mundo" cuya altura media es de más de 4.500 metros sobre el nivel del mar.
No se trata de defender las tradicionalistas culturas asiáticas: la represión de los derechos de las mujeres por todas esas culturas, el feudalismo tibetano, la terrible ginecofobia talibán que proviene directamente de una lectura retorcida del Corán -pero lectura al fin- y tampoco la -mucho menos severa- de muchas culturas europeas, también a pesar de que allí se enorgullezcan de ser gay cuando en otras latitudes serían sometidos a la pena capital. Pero las mujeres siguen siendo discriminadas en el trabajo y su salario aunque lleguen a presidentes en algunos países.
Pasaron 180 años desde el invento del "Gran juego", y apenas 10 desde el "Gran ajedrez". Los pretextos cambiaron y, para ser sinceros, las razones de fondo también. El petróleo domina el escenario, pero la historia parece repetirse. Es un juego mortífero: mueren miles de civiles - cosa que se suele destacar con indignación- como si los militares no fuesen humanos, por lo menos en su mayoría: seguramente hay humanos inhumanos que hacen de la muerte de los demás una profesión y hasta un placer.
Hoy el "Gran juego" se juega en Georgia. Hace unos meses, era la separación de Kosovo de Serbia, aplaudida por Occidente; hoy, son dos regiones remotas que a Occidente no le conviene que se separen de Georgia. ¿Cuántos sabíamos de la existencia de lugares tan extraños como Osetia o Abjasia? ¿Cuántos sabíamos hace unos años de Chechenia o de Kosovo? La guerra siempre enseña geografía...
Las reacciones de las potencias, como de costumbre, se caracterizan por su hipocresía: cuando los rusos masacraban a los chechenos, eso era una cuestión interna de Rusia. Cuando los georgianos masacran a osetios, como Georgia quiere acercarse a Occidente, y los mismos rusos invaden Georgia, eso es un grave ataque a los civiles osetios y a la soberanía de Georgia. Cuando en Kosovo los serbios se defendían de la mayoría albanesa a la que habían oprimido durante décadas, se reconoció la independencia de Kosovo; pero ahora, en una situación similar, se defiende la integridad territorial de Georgia como se defiende la independencia de Tíbet y mañana, si resultara conveniente, se podrá afirmar con la misma cara que Tíbet siempre fue chino. Las Olimpíadas fueron tan bellas y los sueldos en China son tan baratos y no hay sindicatos ni exigencias molestas... El paraíso capitalista con disfraz comunista, una combinación que nadie había creído posible, ya que el comunismo es la sociedad sin clases y el capitalismo se proclama imposible sin democracia. ¿Hay quien aún crea en algo, cuando entramos en la peor crisis económica desde 1929 y nadie sabe a dónde iremos a parar?
TOMÁS BUCH (*)
Especial para "Río Negro"
(*) Tecnólogo generalista