Roger Federer se desplomó y el estadio estalló en un aplauso que erizó la piel. El fantástico Expreso Suizo finalmente volvió a rugir, aunque haya tenido que esperar hasta el último Grand Slam del año para hacerlo.
El helvético le dio una paliza memorable al escocés Andy Murray (6-2, 7-5 y 6-2) en la final del US Open, que ganó por quinta vez consecutiva y con el que sumó su decimotercer "grande".
"Una cosa es segura, no me voy a parar en los 13", dijo el 2 del mundo, en referencia al record que atesora Pete Sampras, de 14 Grand Slam ganados.
Lo de Federer no tiene adjetivos, ya que con la lección de ayer ante Murray sumó nada menos que 34 triunfos y cinco coronas consecutivas en Flushing Meadows, esto último un hito que no se lograba desde que Bill Tilden se consagró pentacampeón en 1924, hace 84 años.
Roger llegó aquí sin su aureola de invencibilidad, desbancado por Rafael Nadal del puesto número uno del ranking mundial que había ostentado durante cuatro años y medio. Sólo había ganado un par de títulos en torneos de tercera categoría (Estoril y Halle), su menor cantidad a esta altura del año desde 2002 y ninguno en canchas duras, la superficie del Open estadounidense.
Se comentaba que ya no era el de antes, que había caído un declive irreversible. Todo por un año irregular, aunque cualquier otro tenista se moriría por tener su campaña, ya que se clasificó a tres finales seguidas de GS, perdiendo ante su némesis en versión española en Roland Garros y Wimbledon, y ante Novak Djokovic en la semis de Australia.
Corría el riesgo de completar su primer año desde 2002 sin un título grande. Pero Murray sorprendió a Nadal en las semis y él se aprovechó de la inexperiencia del británico de 21 años en su primera final de un Slam. Es cierto, Federer no tuvo un año "bueno", pero hay que decir que siempre se las ingenia para concretar cosas fabulosas como la de ayer.
