Domingo 07 de Septiembre de 2008 Edicion impresa pag. 46 > Cultura y Espectaculos
Confusión agobiante
Lejos de sus mejores creaciones, la última cinta del español Álex de la Iglesia basada en la novela del argentino Guillermo Martínez, es otra desacertada adaptación literaria.

Trasladar a la pantalla un libro siempre implica un riesgo por causas más que claras. No es lo mismo leer día a día un relato que lentamente comienza a dibujarse en la imaginación con sus detalles de espacio y tiempo, que cada uno asimila a su forma, que ver una película que en poco menos de dos horas debe, de alguna forma, condensar el grueso de la historia. En general, las adaptaciones más logradas son aquellas que, sin escaparse de la línea argumental, realizan elecciones sobre los episodios a contar y arriesgan decisiones, muchas veces discutibles, pero no por eso erradas. Cuando el traslado intenta ser fiel a ultranza al original, la cosa se complica porque es una empresa casi utópica.

De la mano de un director con la personalidad de Álex de la Iglesia -responsable entre otras de "El día de la bestia" (1995), "La comunidad" (2000) y "Crimen perfecto" (2004)-, la adaptación de la novela "Crímenes imperceptibles" del argentino Guillermo Martínez, prometía ser una cinta diferente. Sin embargo, desde las primeras tomas, se vislumbra al director español como "perdido" en la anécdota y, poco a poco, la trama se vuelve menos interesante y tan engorrosa en cuanto a sus explicaciones que, en el momento de la revelación final, nada importa más que leer las palabras "the end" en la pantalla.

Además de tener su génesis en el mundo de las letras, el guión del realizador en compañía de Jorge Guerricaecheverría, debía sortear el obstáculo de la variada cantidad de explicaciones científicas que posee la obra original. La trama se enfoca en la relación que establece un estudiante americano, que

arriba a Oxford para realizar su tesis, con un veterano profesor de lógica. Cuando el primero descubre el cuerpo muerto de la dueña de la casa en la que se hospeda, entre ambos intentarán aplicar diferentes códigos matemáticos para desentrañar el patrón del asesino. El enfrentamiento entre la "casualidad" y la "causalidad" los ubica en diferentes veredas y la forma que elige el director para narrar estas disquisiciones es por demás agobiante. Los diá

logos se suceden tratando de descifrar las ideas, algo que resulta claro en las páginas de Martínez, pero que se convierte en una confusión asombrosa en la pantalla grande. En ese sentido se puede comparar esta transposición con la malograda "El código Da Vinci", en la que las situaciones se complicaban hasta el aburrimiento cuando los personajes centrales hablaban sobre las teorías religiosas que dominaban al misterio. A medida que el espectador trataba de procesar tanta información en tan poco tiempo, la cinta comenzaba a desbarrancarse sin escapatoria. Y, lamentablemente, algo muy similar es lo que ocurre con "Los crímenes de Oxford".

El elenco trata de sacar a flote sus respectivas criaturas siendo Elijah Wood y la española Leonor Watling los que mejor lo logran, ya que sorprende lo desaprovechado que está John Hurt, que parece creerse muy poco de lo que sus labios expresan. El montaje entrecortado de Alejandro Lázaro y Cristina Pastor no colabora, porque hay "saltos" entre escenas con cambios de actitudes casi inexplicables de los protagonistas. Sí es un acierto el diseño de arte de Maria Chryssikos, la fotografía de Kiko de la Rica y la música de Roque Baños, que logran rescatar climas y sensaciones exquisitas de la hermosa geografía británica.

Seguramente, si el realizador europeo hubiera aplicado su característica mirada irónica y algo de su habitual humor negro y, porqué no, cierto desparpajo a la hora de narrar, el resultado final hubiera sido otro. Quizás tan recomendable como muchas de sus anteriores cintas. Pero la elección de un relato excesivamente respetuoso y rígido, transforman la experiencia en una producción algo anodina y carente de personalidad.

Sensación aún más clara para aquellos que previamente hayan leído la novela y que confirma que se necesita mucho más que una buena historia para plasmar una buena película. Y, a pesar de algunas escenas que recuerdan al mejor cine del maestro del suspenso Alfred Hitchcok, en un deliberado homenaje, nada acá es muy creíble. Así "Los crímenes de Oxford" se convierte en una piedra en el camino de un director cuyo traslado a tierras extrañas no es algo para recordar. Crímenes demasiado imperceptibles como para sorprender.

 

ALEJANDRO LOAIZA

aloaiza@rionegro.com.ar

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